Cuidar de un ser querido puede ser un trabajo muy exigente, por lo que también es importante velar por su cuidador.
Cuidar de un adulto mayor no es tarea sencilla, menos aun si se trata de un familiar. Si a esta situación le agregamos la dependencia física y funcional de ciertos adultos mayores y la falta de conocimiento de sus familiares, que con buena intención y por necesidad cuidan de ellos, tenemos un potencial riesgo de síndrome del burnout, lo que se traduce en síndrome del cuidador “quemado”. En esta espiral de situaciones incontrolables y frustrantes que parecen no detenerse, la educación, la aceptación y el apoyo pueden ser de gran ayuda para aliviar a los familiares.
Parte del aprendizaje en cuidados requiere de conocimientos en cambios posturales, síndrome de incontinencia, riesgo de caídas, deterioro cognitivo, entre otros más. La serie de competencias que debemos manejar para un cuidado de calidad es larga y particular según las necesidades de cada adulto mayor. Además de estos conocimientos técnicos, se requieren habilidades personales que aporten también a esta reconfortante tarea. Tener calma, poder de discernimiento, paciencia, sentimientos de afecto y capacidad de organización es fundamental para esta ardua labor. Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de saber cuidar del cuidador, algo que según investigaciones se ha conviertido en uno de los pilares de las buenas prácticas en Gerontología.
El otro lado de la moneda
Debemos poder sincerarnos y aceptar que cuidar de alguien más puede resultar agotador. Si se trata de un familiar cercano, las tensiones propias de este tipo de relaciones generan mayor presión y estrés. Muchas veces los hijos se frustran ante las consecuencias del deterioro cognitivo o físico de sus padres mayores, ocasionando reacciones poco sanas como irritabilidad, impaciencia e incluso agresión psicológica.
Detrás de esta frustración seguramente existe un gran pesar por saber que nuestros padres envejecen sin poder detener dicho proceso. Esta especie de “duelo” en vida no expresado ni aceptado, se transforma en una fuerza negativa que daña no solo a quien cuidamos sino también a nosotros mismos. Cuando el cuidador no está bien, a quien éste cuida tampoco lo estará.
Encontrar nuestro tiempo
El respiro familiar es un término relativamente nuevo, que se traduce en necesidad de alivio y descanso temporal para los cuidadores familiares. Implica darse un espacio determinado para uno mismo, sin las preocupaciones del cuidado de la otra persona que “nos necesita”. Por supuesto que sería ideal recibir reconocimiento por las tareas de cuidado realizadas o que alguien nos ofrezca un tiempo de respiro, pero esto no siempre sucede y son los cuidadores quienes deben dar el primer paso.
Para asegurarnos un respiro de calidad podemos seguir los siguientes pasos que se enmarcan en el concepto del autocuidado:
- Reconocer y estar conciente las dificultades de ser cuidador.
- Aceptar la necesidad de respiro.
- Pedir a una red de apoyo (otros familiares) un espacio de descanso.
- Disfrutar sin culpa de este tiempo.
- Regresar a las tareas de cuidado con energías renovadas.
Se acerca el fin de año y con él, se intensifican las reuniones familiares y la renovación de compromisos. Aprovechemos esta época para que la unión familiar influya positivamente en la repartición de tareas para el cuidado de nuestro adulto mayor y que esos deseos sean los que motiven a todos los miembros de la red de apoyo familiar a brindarle el respiro familiar que el cuidador principal merece y necesita, con el fin de otorgarle un mejor cuidado a nuestros seres queridos.
Por Mg. Camila Valdiviezo Grimmer
Gerontóloga del Hogar del Corazón de Jesús de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.