Quienes proponen interpretaciones éticas y jurídicas de la eutanasia, confunden a menudo la disposición moral íntima de las personas, con lo que las leyes o la sociedad deben tener como aceptable.
Una muerte digna no consiste sólo en la ausencia de sufrimientos externos, sino que nace de la grandeza de ánimo de quien se enfrenta a ella. Es claro que, llegado el momento supremo de la muerte, el protagonista de este trance ha de afrontarlo en las condiciones más llevaderas posibles, tanto desde el punto de vista del dolor físico, como también del sufrimiento moral.
La dignidad humana
Los analgésicos y la medicina paliativa por un lado, y el consuelo moral, la compañía, el calor humano y el auxilio espiritual, por otro, son los medios que enaltecen la dignidad de la muerte de un ser humano que siempre, aún en este umbral debe conservarla intacta.
La experiencia muestra que el enfermo, especialmente quien se encuentra en fase terminal, atraviesa, además del dolor físico, un sufrimiento síquico o moral intenso, provocado por la lucha entre la proximidad de la muerte, y la esperanza de seguir viviendo que aún alienta en su interior.
La obligación del médico es suprimir la causa del dolor físico o, al menos, aliviar sus efectos; pero el ser humano es una unidad, y al médico y al personal de enfermería corresponde, junto a los familiares, la responsabilidad de dar consuelo moral y sicológico al enfermo que sufre.
Frente al dolor físico, el profesional de la salud debe ofrecer la analgesia; frente a la angustia moral, ha de ofrecer consuelo y esperanza.
La Bioética nos enseña, pues, los deberes positivos de aliviar el sufrimiento físico y moral del moribundo; de mantener la calidad de la vida que declina, de ser guardián del respeto a la dignidad de todo ser humano, a quien no hay que suspenderle la hidratación, el oxígeno y la alimentación.
Discutir la eutanasia
Quienes argumentan a favor de la eutanasia, solo dan a conocer casos trágicos de personas con dolores físicos o morales insoportables, cuyo único deseo es abandonar este “mundo cruel”, pero no enfocan de forma alentadora, alternativas asistenciales para esos problemas. El profesor Attilio Romanini, dice que los sufrimientos (dolor, ansia, minusvalidez) de la fase terminal, pueden ser hoy en día dominados completamente.
En la actual discusión sobre la eutanasia, no puede olvidarse que, cuando se admite generalizadamente que hay vidas que no merecen ser vividas, se corre el peligro de que alguien se atribuya el derecho a establecer niveles de calidad para otras vidas, entrándose así en una espiral en que situaciones dolorosas pasan a ser casos límite. En realidad, el debate sobre la eutanasia es una cortina de humo que oculta el verdadero problema: la incapacidad de nuestra sociedad para dar sentido a la vida de los ancianos y enfermos terminales.
La eutanasia es un crimen contra la vida humana, del que se hacen responsables todos los que intervienen en la decisión y ejecución de este acto suicida y homicida.
Por Mario Monteverde Rodríguez
Doctor en Medicina y Cirugía
Profesor de Bioética de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil