La riqueza de los vínculos intergeneracionales otorgan privilegios a la familia.
Estamos inmersos en una sociedad que delimita a la vejez en un marco cultural impregnado por una conjunción de factores, fruto de la indiferencia e ignorancia, que llevan al rechazo de la realidad de esta etapa de la vida. Así, se fomenta un estereotipo en que se muestra a la tercera edad como invalidada física e intelectualmente, imposibilitada de manejarse con cierta autonomía e independencia e inadaptada a las nuevas tecnologías o medios. El desafío que enfrenta el abuelo en la sociedad actual exige aprender a saber hacer y vivir con la realidad del momento; ello le brindará la serenidad necesaria que alivia frente la exigencia cultural impuesta.
Nuevos modelos familiares
Las nuevas familias distan del modelo predominante de mitad del siglo XX, proliferando una estructura más estrecha y extendida y co-existiendo temporalmente de tres a cuatro generaciones. Esta predominancia del “eje vertical familiar” reclama de un mayor compromiso entre los vínculos de las distintas generaciones a favor del mantenimiento de la vida cotidiana. Esto convierte al abuelo, en una pieza esencial de las redes familiares por su capacidad de ayuda, en muchos casos por exigencias laborales o económicas de sus hijos.
Anteriormente, eran los descendientes el cobijo de los padres en su vejez, pero en la actualidad, esta ayuda se ve reducida o invertida, cuando adquieren un rol activo con la familia de sus hijos. Así, como se observa una tendencia creciente a esta demanda, es importante que primen fundamentalmente los vínculos con su propio matiz, para que los padres se “descentren” de la postura de demanda y puedan apreciar algo mucho más valioso: las relaciones intergeneracionales. Visto de esta manera, la ayuda cotidiana será una “excelente excusa” para permitir espacios que en el tiempo, fortalezcan los lazos de toda la familia.
Ser abuelo en el siglo XXI
En el siglo actual, el nieto no sólo conoce un mayor número de abuelos, sino también que goza de más cantidad de años para compartir junto a ellos. “Ser abuelo” no implica exclusivamente tener un nieto, sino también, la relación que éste establece consigo mismo y su propia realidad, superando todo tipo de egoísmos y aislaciones. La esencia del vínculo entre ambos lo da la dinámica amorosa y educativa, en la que el nieto es “todo proyecto” y el abuelo es “historia, tradiciones, riqueza de experiencias, patrimonio ético”; dos extremos del mismo puente unidos por el cariño colmado por el adulto por su apoyo emocional, ternura y serenidad que dan los años.
Un tesoro inigualable
Así el nieto en plena formación se enriquece de la sabiduría de vida, en un crisol de valores y testimonio de tradiciones, necesarios para su afirmación. Por ello, la relación tiene una fuerte connotación en la identidad personal, en una particular relación de complicidad, de lazos afectivos especiales, de transmisión de sus raíces, memoria familiar, de principios y valores en su función pontífice intergeneracional. A su vez, permite también reparar aquellos aspectos de la identidad del adulto mayor, dañados consigo mismo o en su relación con sus hijos.
El abuelo atesora un enorme potencial fecundo de valores incalculables para la vida de los demás. Puede transmitirlo en cada palabra impregnándola de calor humano y de esperanza cuando siente que los años vividos “han valido la pena”. Esta invitación a fortalecer las relaciones intergeneracionales, exige de la sabiduría entendida como “saborear” y “saber” reconocer de la vida, la experiencia adquirida a lo largo del trayecto vital. Como las recetas de la abuela, esas que nos permitían recibir el olor y la calidez del hogar, despreciarlo implicaría una pérdida irreparable para la humanidad.
Por: Mg. María Dolores Dimier de Vicente
Doctoranda en Humanidades
Directora de la carrera en Orientación Familiar del Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral. Argentina
Asesora del IMF