El Adviento es uno de los tiempos más esperados por los fieles creyentes, es un tiempo de gracia para prepararnos en oración.
“Adviento” significa «venida». Se refiere a la venida de Jesucristo. Adviento son las cuatro semanas anteriores a la Navidad; es un tiempo de gracia para prepararnos con la oración, la penitencia, la conversión y la esperanza a la venida del Señor. En los ornamentos litúrgicos se usa el color morado, que simboliza la preparación espiritual y la penitencia.
¿Cómo vivir bien el Adviento?
Consideremos estos aspectos que nos ayudan a vivir bien el Adviento:
Penitencia y conversión
En la vida de fe, los acontecimientos fundamentales se preparan con una buena dosis de penitencia, de oración y conversión. El mismo Jesús, antes de empezar públicamente su misión salvadora, aunque no necesitaba conversión, dedicó cuarenta días al ayuno y a la oración. Enseñó a sus discípulos proceder de modo semejante. Aprendieron bien la lección. Así, pues, los encontramos unidos en oración junto con la virgen María en espera de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Los católicos nos preparamos para la Navidad y la Pascua con un tiempo oportuno de penitencia y de oración, de modo que podamos realizar una verdadera conversión, abandonando el pecado y los apegos mundanos. Los actos de mortificación pueden ayudarnos para tomar conciencia de la necesidad que tenemos de desapegarnos de lo mundano y orientarnos hacia el Señor. Además, el fruto de los ahorros por el ayuno, debería ser utilizado en beneficio de los más necesitados.
Oración ferviente
La oración es fundamental en la vida del cristiano. En adviento adquiere un matiz especial porque nos hace poner en el centro al Mesías esperado, que alienta y satisface nuestros anhelos de paz, que comparte nuestros sentimientos humanos, especialmente a la ternura, y que nos inunda de auténtico gozo. En este sentido nos orientan los textos bíblicos y las oraciones litúrgicas.
A los fieles cristianos, además participar en la celebración eucarística, se les recomienda hacer la novena de Navidad y orar en clima de familia ante el Nacimiento que acostumbran hacer. Para que su oración y todos los actos de culto sean agradables a Dios, deben estar respaldados por una vida buena.
En sintonía con el “intercambio de regalos”, recordemos que Dios nos da a su Hijo para que nos salve. Como correspondencia, el mejor regalo que podemos ofrecerle a Dios somos nosotros mismos. Para que este regalo sea de su agrado, tiene que estar bien presentado. ¿Cómo? Gozando de su gracia.
Alegre esperanza
En adviento revitalizamos la esperanza, que nos orienta hacia el Mesías, no sólo hacia su nacimiento, sino también hacia su venida gloriosa. La esperanza es la virtud por la que aspiramos a la salvación, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos en la gracia divina. Corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en nosotros. La esperanza de una vida eterna y feliz nos llena de gozo y optimismo.
En los problemas del pueblo de Dios, los profetas mantuvieron viva la esperanza. Veamos, por ejemplo, este texto del profeta Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice tu Dios, hablen al corazón de Jerusalén, grítenle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa” (40, 1). Las promesas no acaban de cumplirse.
El pueblo se mueve entre la esperanza y la desilusión. Jesucristo realiza tales esperanzas, pero no en el aspecto mundano. Sólo a raíz de su resurrección, iluminados por el Espíritu Santo, los discípulos creyeron que Jesús es el Mesías esperado, el que cumple las profecías y da sentido a la esperanza. De este modo, empiezan a vivir la esperanza cristiana.
Esa es la esperanza cristiana. El objeto de la esperanza es Dios mismo. En adviento la esperanza nos orienta hacia el Mesías. El que nace en Belén es el mismo que fue crucificado y Resucitado. Él da sentido a nuestra esperanza. En su victoria sobre el pecado y la muerte estamos involucrados todos sus seguidores. En él y por él tiene sentido nuestra esperanza, pues nos orienta a la meta sublime que ya fue alcanzada por él y que, según su promesa, será también la nuestra. No seremos frustrados. La esperanza en el Señor no desilusiona nunca, es fuente de alegría y da paz a nuestro corazón.
Escrito por: Monseñor Luis Sánchez, SDB.
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