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“Hemos vuelto a clases y con ello a reconstruir la esperanza”. Te invitamos a leer hasta el final esta valiosa opinión y no olvides compartir.

En la región costa, bien sea a finales de abril o inicios de mayo iniciamos nuevo ciclo escolar. Precedido de un tiempo de vacaciones, que en los últimos años se ha ido acortando tanto para estudiantes como para docentes, la vuelta a clases está llena de los rituales mágicos de los nuevos comienzos, en cuanto al encuentro con los compañeros, la mochila y sus útiles, lo que se aprenderá ese año, las expectativas familiares y docentes.

Este retorno del 2023 es muy significativo: regresamos sin mascarilla. Oficialmente el COVID-19 ha sido superado y salvo brotes puntuales o prácticas personales para evitar contagios respiratorios, es el año de retomar las sonrisas y poder acercarnos sin temor.

En un breve recorrido de los desafíos enfrentados en los últimos cuatro años de retorno a clases, podríamos señalar que estos inicios han estado cargados por sobre todo con una enorme incertidumbre.

El año 2020, durante la pandemia COVID-19, se dudó del lugar y de las capacidades de las escuelas para sostener a los niños tanto en el aprendizaje como en el encuentro y las relaciones sociales, funciones centrales de la escuela. La entrada brusca al aprendizaje virtual en contextos no deseados y la ausencia de contacto social, han dejado sus huellas en la actual generación de niños y adolescentes (UNESCO, 2021).

Los años 2021 y 2022 han estado envueltos en los sobresaltos pospandémicos y en mantener la distancia social. Si bien las escuelas volvieron a llenarse, las interrupciones fueron continuas y en general, el contacto social de los niños en otros entornos, en un gran porcentaje, no ha sido una práctica frecuente.

 

 

El regreso a clases y la sociedad actual

Ahora bien, en medio de la emoción por el regreso a clases, este año vuelve a sobresaltar a nuestra sociedad por ser un año de gran violencia social, que nos tiene a todos asustados, con temor, tomando ahora variadas medidas de seguridad, en esta ocasión, en prevención a la violencia.

Esto pasa en las familias, en los barrios, en las propias instituciones educativas. Hasta aquí describo el contexto, ahora invito a preguntarnos desde nuestros lugares como padres, docentes o ciudadanos, el cómo manejar estos temas frente a nuestros niños, niñas y adolescentes, que ya tienen cuatro años con temor a salir, con miedo a los otros, evitando el contagio.

 

 

Construir la resiliencia

Invito en este escenario complejo a generarnos preguntas que puedan ayudar a construir resiliencia en nuestras familias y estudiantes. Preguntas tales como:

  • ¿Cómo apoyamos a nuestros niños y maestros a retomar las clases en estos entornos de temores?
  • También ¿cómo se debe hablar en la escuela sobre las medidas de seguridad o sobre la violencia
  • ¿Cómo fomentamos la seguridad y la confianza en el otro?
  • ¿Podemos cambiar el discurso desesperanzador sobre un Ecuador violento y resaltar aspectos positivos de nuestro país y de nuestra gente que permitan construir el sentimiento de ser ecuatorianos?

Formulo estas inquietudes porque los niños y adolescentes están escuchando nuestras conversaciones, sienten nuestro temor, palpan las nuevas medidas de seguridad que ponemos.

El estrés en los niños, está demostrado, genera afectaciones en su desarrollo neuronal y podrían tener efectos en el aprendizaje. Ahora entra en juego el papel de la familia, escuela y comunidad por salvaguardar la salud mental de nuestros niños, por apoyarlos a construir un discurso de resiliencia sobre nuestro país y por construir entornos seguros con interacciones sociales que apoyen su desarrollo.

 

 

Escrito por: Marcela Frugone J., Ph.D. (c ) en Psicología de le Educación, docente investigadora de la Universidad Casa Grande.

 

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