¿Qué hacer si «desaparece el amor»? Te invitamos a leer más sobre esta temática que en la actualidad muchos piensan y sienten vivir.
En un mundo donde el amor se ha convertido en un término trivial, utilizado para describir desde una comida deliciosa hasta una relación de pareja, es crucial entender qué realmente significa amar y ser amado.
San Juan Pablo II, especialmente en su obra Amor y Responsabilidad, nos ha enseñado que el amor es mucho más que nuestras reacciones físicas y sentimentales. Es una realidad profunda que debe respetar nuestra dignidad como personas.
El amor más allá de las reacciones físicas y sentimentales
A menudo, podemos caer en la trampa de pensar que el amor es simplemente lo que sentimos físicamente o las emociones intensas que experimentamos. Sin embargo, según Juan Pablo II, estas reacciones son solo el punto de partida. Las emociones y sensaciones corporales son importantes. Son creadas por Dios, y actúan como la materia prima del amor. Así, reducir el amor a estas reacciones es no reconocer la verdadera naturaleza del amor humano.
La elevación del amor al nivel de la persona
El amor auténtico debe trascender nuestras reacciones iniciales y ser dirigido hacia la persona en su totalidad. En Amor y Responsabilidad, Karol Wojtyla nos enseña que el amor verdadero implica, sobre todo, poder verse a uno mismo y ver al otro en profundidad. Esto significa ver la dignidad personal de cada ser humano. La dignidad de cada persona nos lleva a no usar a los demás como objetos. Por el contrario, el fin es amar al otro por su propio bien.
Esta es la manera como desearíamos ser amados. No anhelamos ser amados como un medio para que otra persona logre un fin egoísta. Anhelamos ser amados por nuestro propio bien. Es decir, no se trata solo de buscar placer o satisfacción personal. Se trata de ver y tratar al otro como un fin en sí mismo. La otra persona no es, entonces, un medio para nuestros propios deseos.
Entonces, ¿es malo el placer?
¡Para nada! Nuevamente, el placer fue creado por el mismo Dios. Pero ese placer nunca puede ser un fin en sí mismo. De lo contrario, terminaremos usando a la persona como un medio para alcanzar el fin que buscamos: un momento placentero. El verdadero placer viene como consecuencia de afirmar a la otra persona en su valor.
Así, un amor que se basa únicamente en las emociones, la atracción física o el placer es efímero. Todas esas reacciones cambian, fluctúan y, a menudo, desaparecen. Cuando esto sucede, si el amor no ha sido elevado al nivel de la persona, parece que desaparece el amor. No obstante, el amor verdadero, según Juan Pablo II, es una elección y un compromiso de la voluntad que va más allá de los sentimientos pasajeros.
Reacciones del cuerpo y las emociones: la materia prima del amor
Juan Pablo II no descarta las emociones y reacciones del cuerpo; al contrario, las considera esenciales. Las emociones y los deseos físicos son un regalo de Dios y tienen su lugar en el amor humano. Son la materia prima sobre la cual construimos el amor verdadero. Sin embargo, deben ser integradas y elevadas a través de la voluntad y la razón para formar un amor que respete y dignifique a la persona amada.
Nuestros cuerpos y emociones son buenos y forman parte de nuestra humanidad creada por Dios. Para que el amor sea auténtico y duradero, debe ser más que una respuesta a estas emociones. Debe ser un acto de la voluntad, una decisión de querer el bien del otro, de comprometerse con su bienestar y dignidad.
Respetar la identidad como personas
Para amar y ser amados de manera que corresponda a nuestros anhelos más profundos, el amor debe respetar nuestra identidad como personas. En la visión antropológica de Juan Pablo II, cada ser humano es un ser integral, compuesto de cuerpo y alma. El amor que solo se centra en el aspecto físico o emocional de la persona no alcanza a comprender la totalidad del ser humano y, por tanto, no puede satisfacer plenamente.
El amor verdadero respeta y honra la dignidad de la persona amada. Esto significa reconocer que cada individuo es un ser único e irrepetible, creado a imagen y semejanza de Dios. Al elevar el amor al nivel de la persona, nos comprometemos a ver más allá de nuestras propias necesidades y deseos, y a valorar al otro por quien es, no por lo que puede darnos.
El camino del verdadero amor
Cuando el amor parece desaparecer, a menudo, es porque nunca fue más allá de nuestras reacciones físicas y emocionales. Para experimentar el amor verdadero, debemos elevarlo al nivel de la persona, respetando y honrando la dignidad de cada individuo. Las emociones y reacciones del cuerpo son importantes y buenas, pero solo son el comienzo. Al integrar estas reacciones con nuestra voluntad y razón, podemos construir un amor que sea auténtico, duradero y verdaderamente satisfactorio.
El camino del amor que debemos tomar es aquél que nos invita a redescubrir el verdadero significado del amor. Nos desafía a ir más allá de lo superficial y a comprometernos con un amor que respete la dignidad humana, elevando nuestras relaciones a un nivel más profundo y auténtico. Este es el amor que realmente corresponde a nuestros anhelos más profundos y nos permite amar y ser amados plenamente.
Escrito por: P. Elias Duff, vía amafuerte.com
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