¿Es la enorme devoción guadalupana, una fuga colectiva para evadir la dura realidad social y económica? ¿o hay en ella una esperanza verdadera?
Por la fiesta de la Virgen de Guadalupe, millones de peregrinos abarrotan cada año su Basílica, mientras que en muchos países también la celebran con fervor.
Crisis social global
Si nos limitamos sólo a contemplar la situación de los países latinoamericanos, donde la devoción a la Guadalupana es muy grande, observamos: severos problemas políticos en países como Venezuela o Nicaragua; con una gran crisis humanitaria por la llegada de migrantes a las fronteras sur y norte de México; una inseguridad generalizada causada por la violencia (especialmente en Brasil, Venezuela, El Salvador y México). Además, de la recesión económica que afronta casi toda esta enorme región.
Avistando la esperanza
La historia reciente, con el caso del marxismo, nos muestra que, ante las crisis sociales y económicas, los seres humanos tenemos necesidad de una promesa de que será posible salir superar esos malos momentos.
Sin importar si un sujeto es creyente o no, es un hecho que éste necesita un motivo grande para esforzarse en el presente, con el fin de mejorar su situación en un futuro no tan cercano. El comunismo marxista prometía aquí en la tierra un paraíso que nunca llegó; en cambio, el cristianismo lleva dos milenios ofreciendo una esperanza sobrenatural, que ha ayudado a sobrellevar el dolor físico y moral, y ha transformado poco a poco las condiciones sociales.
Una esperanza muy especial
Ante una crisis social y económica, parece que todos los esfuerzos deberían enfocarse sólo al trabajo y a la justicia social. Sin negar esto, la devoción religiosa a la Virgen de Guadalupe lleva a buscar primero la transformación personal como base para la reforma social.
Así nos lo recordaba el papa Francisco en su viaje a México, en febrero de 2016. Él explicaba que “la ‘Virgen Morenita’ nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”.
Aunque esto suene poco práctico, en realidad, “aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena, no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de la misericordia de Dios”. (Discurso en la Catedral, 13 feb. 2016)
Necesitamos consuelo
Desafortunadamente, las injusticias sociales y la pobreza conllevan mucho dolor: migración forzada, gente desplazada, trata de personas, homicidios, secuestros, pérdida de bienes, etc. Este dolor necesita ser consolado, pues las meras promesas de justicia o de venganza no confortan un corazón herido. Y es precisamente la devoción a la Virgen de Guadalupe un gran consuelo, justo el que buscan esos millones de personas que no lo han encontrado en este mundo. Eso mismo lo señaló también el papa Francisco en aquella visita apostólica:
“En aquel amanecer de diciembre de 1531… Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un pueblo… de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras”. |
Y explicó el por qué: “En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. (Homilía en la Basílica, 13 feb. 2016)
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Reflexionemos…
Las palabras de Santa María a Juan Dieguito, “no estoy yo aquí que soy tu Madre”, no son una evasión para nuestro compromiso social. Son más bien, palabras de consuelo y misericordia, que nos permiten sanar nuestro interior lastimado por el dolor y la injusticia, para recuperar la ilusión en trabajar por una sociedad justa y solidaria.
Por: P. Luis-Fernando Valdés
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