En esta oportunidad deseamos compartir contigo una de los más grandes retos que superó Jesús en el desierto, donde venció la tentación.
Los Evangelios sinópticos (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13) nos relatan un episodio bastante interesante en la vida de Jesús. Es aquella imagen en la que vemos al Señor que después de ser bautizado es llevado, por el Espíritu, al desierto, lugar donde convive con los animales salvajes, las alimañas… donde los ángeles le servían.
Los textos bíblicos nos permiten ver que este desierto es un lugar de silencio, de soledad, pero también lugar de la verdadera profesión de fe, pues en medio de la tentación es donde más sincera se hace la fe confesada.
Tendrían que llamarnos la atención muchos detalles bellísimos de estos pasajes bíblicos, pero en función del tiempo cuaresmal y del ejercicio de compartir contigo un recurso para la reflexión y muy especialmente para el ejercicio pastoral, quisiera que nos centraremos en algunos puntos:
1. El lugar físico y espiritual de las tentaciones
El texto bíblico hace alusión al término griego «ερημος», que normalmente es traducido no solo para designar el bioma de espacio geográfico y clima árido en donde las lluvias son sumamente escasas, sino también a la desolación y el abandono.
Creo que esto nos abre inmediatamente otro panorama frente al tema del Hijo de Dios en el desierto. Yendo un paso adelante, este sería no solo ese lugar retirado, silencioso y árido, sino también el momento del abandono, de la reflexión.
Pienso que tanto tú como yo podemos decir que conocemos el desierto, aun cuando no hayamos viajado nunca. Me atrevería a preguntarte algo y sería bueno leerte en los comentarios:
¿Quién eres tú en ese momento de desierto?, ¿qué ves en ese momento-lugar?, ¿en qué piensas tú estando en el desierto?
2. Fijémonos en Jesús en el desierto
Llama particularmente la atención que Jesús está allí de manera tranquila, no se logran percibir en él sentimientos negativos, sino paz, reflexión, oración.
No sé a ti pero cuando yo veo a un Jesús en esas condiciones, solo digo, ¡wow! ¿Cómo es posible tanta humanidad junto a su divinidad?
Mateo 4, 2 nos dice un dato interesante: «…Jesús que luego de guardar ayuno por cuarenta días, siente hambre». Pensemos en dos aspectos inicialmente, Jesús que hace ayuno y Jesús que siente hambre.
Ver a Jesús en ayuno, es una invitación inmediata a comprender el verdadero sentido del sacrificio penitencial. No es un ayuno que busque el «favor de Dios».
No es una abstinencia que busque obtener el perdón, sino una entrega tal del espíritu que logra demostrar cómo lo divino puede superar a lo corpóreo.
Es decir, Jesús nos demuestra la fortaleza del espíritu ante la debilidad de la carne, por usar términos netamente paulinos.
¿Cómo estamos en el camino de dominar nuestras pasiones?, o ¿aún son ellas las que nos dominan?, ¿ayunas?, ¿para qué ayunar, qué sentido le das a esta acción espiritual-penitencial?
Ver a Jesús que siente hambre, es simplemente hermoso, es contemplar a Dios que se ha hecho, ojo con esto, ¡verdaderamente hombre!
Meditar en este aspecto nos lleva a comprender que si bien en Cristo están presentes ambas naturalezas, humana y divina, la una no suprime a la otra.
Es aún más importante comprender con esto, que Jesús nos está enseñando algo bellísimo. En cada uno de nosotros está la fuerza para apaciguar nuestras voluntades y abandonarnos en la voluntad de Dios.
¿Cómo está tu confianza?, ¿qué tan firme se presenta tu confianza en los momentos de dificultad?, ¿qué tareas te has planteado para fortalecer la confianza en Dios?
3. El momento de la tentación
Que particular es que la tentación y el tentador, aparecen puntualmente en el momento en que Jesús sintió hambre. Ni antes, ni después, sino en ese momento preciso.
La tentación es algo que aparece en el momento en que sentimos la ausencia en nosotros, la falta de algo, la «necesidad». Nos han enseñado a evitar ese sentimiento, ¿Estás de acuerdo?
Piensa solamente en cuántas cosas compramos solo porque una persona o un anuncio nos dijeron que lo necesitábamos, que nos hacía falta. Cuando en realidad no era cierto.
La necesidad no siempre real sino también ilusoria hace que pensemos que sin hacer o tener esto o aquello, simplemente no podemos ser felices.Y llega a puntos en los que trata de convencernos de que con tal necesidad, simplemente no podemos seguir viviendo.
Los ejercicios piadosos de mortificación, guiados por el equilibrio de la fe sana, son fundamentales en la educación de este aspecto del que hablamos.
Cuando vivo la sana mortificación, comprendo el valor de controlar mi ser, mis deseos… a tal punto que comprendo que la única ausencia y necesidad verdaderamente apremiante es la de tener a Jesús en mi vida.
4. ¿Cómo se manifiesta la tentación?
Algunas veces tan evidente y otras tan sutil y astutamente. Para entender mejor serviré de las tres tentaciones que vivió Jesús en el desierto y que nos presentan los evangelios:
Tengamos presente como antesala que todas esta tentaciones se ven unidas por utilizar mal las propias capacidades en beneficio propio y por ende de manera egoísta.
— En primer lugar nos encontramos con la tentación de convertir las piedras en pan: ¡cuánta astucia! Claro, Jesús tenía hambre, necesidad de comer y allí llega la tentación.
Pensemos que esta es también la tentación de perder la fe, de perder lo que le da sentido a nuestros actos de piedad. Muy especialmente en esta cuaresma, a los actos de ayuno, oración y caridad.
Es la tentación de dejar de hacerlo «porque no tiene sentido mortificarme cuando hay tantos placeres», es absurdo hacer estas prácticas cuando creo que nada me falta.
— En un segundo momento Jesús es tentado para poner a Dios a prueba: esta es la tentación, tan común entre nuestras comunidades, en la que se nos incita a demostrar hasta dónde llegan nuestras habilidades, nuestro poder, todo con la simple intención de relucir el propio yo…
Esta sería también la tentación del orgullo, del querer manipular a Dios a nuestra propia voluntad, lo que sutilmente quiere decir que nos sentimos más sabios que Él.
Y podríamos decir, nos sentimos con más autoridad y poder que Él. Sería pertinente discernir sobre nuestra forma de vivir la espiritualidad, ¿qué tan auténtica es?, ¿cuán dispuesta está nuestra fe en adoptar la voluntad de Dios como el camino de la propia vida?
— Y finalmente, está la tentación de la idolatría, Satanás quiere que Jesús lo adore, bajo la absurda promesa de darle la gloria, ¡increíble! El descaro de prometerle gloria a quien es la Gloria.
Pero no nos quedemos aquí, vayamos un poco más adelante, nos encontramos con la tentación, también tan común en nuestras sociedades, de perder de vista a Dios.
Distraer la mirada de Dios es dejarnos llevar por los ídolos inertes del mundo. Dejarnos seducir por sus promesas, ciertamente absurdas, por la seducción de sus facilidades, y así poco a poco ir perdiendo a Jesús, se nos queda atrás.
Las tentaciones de Jesús no se circunscriben al momento específico del desierto, sino que permean toda su historia. El cuarenta (40) es precisamente en el contexto bíblico, visto como el signo de la totalidad del tiempo y del espacio.
La experiencia de sentirse tentado es una experiencia de todo cristiano. Desde el comienzo de la historia del hombre está presente.
Por ejemplo Adán y Eva, que quisieron ser como Dios y tener el conocimiento del bien y del mal, o como los israelitas en el desierto que quisieron probar a Dios.
Tenemos como tarea el reconocer nuestras ausencias, debilidades y necesidades. Para que al ser reconocidas, puedan ser redimidas y transformadas en oportunidades de crecimiento espiritual y no en obstáculos y futuras caídas.
El riesgo de no reconocer nuestras debilidades, es que estas tienen el poder de conducirnos sin ningún arma con la cual defendernos. Recuerda, ante el desierto, la fe, ante la duda, la oración, ante la desolación, el amor.
Escrito por: Mauricio Montoya, vía Catholic-Link.
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