En medio de tanta angustia, preocupaciones, pruebas, estrés y más… aún así puedes mantener viva tu fe y amor.
La fe y el amor van de la mano. Lo malo es que no amamos y por lo mismo no creemos.
Hoy escucho: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 95). Cuando se endurece nuestro corazón nos falta fe. Dejamos de creer porque no amamos.
Cuando amamos es todo mucho más sencillo. Amamos a nuestro hermano y creemos en él. No dudamos de sus palabras ni de sus gestos. Amamos a nuestra madre y no creemos que pueda querer algo malo para nosotros.
El amor y la fe están unidos. Cuanto más amamos, más creemos. Cuanto menos amamos, más dudas surgen en nuestro corazón.
Fe probada
El pueblo de Israel amaba a Dios, pero su amor se fue debilitando en la prueba, suele ser así:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».
El desierto era duro. Había hambre y sed. Soledad y abandono. Y el pueblo de Dios meditaba en su corazón esas promesas con las que fueron liberados de manos de los egipcios.
Iban a poseer una tierra rica, iban a ser libres. Pero pasaban los años, cuarenta, y no pasaba nada.
Seguían caminando por el desierto, viviendo como nómadas. ¿Cómo se podía conservar la fe en medio de la adversidad? Tenían hambre y sed.
Es complicado, el amor se debilita. Dicen que en el matrimonio cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana.
En la necesidad y en las dificultades, o el amor se hace más hondo y verdadero, o se debilita.
Ahí se verá entonces la hondura del amor, su fuerza y su verdad. Ahí veremos entonces la grandeza de nuestra fe o de nuestra fragilidad.
Si solo creemos en Dios cuando cumple todo lo que dice, nuestra fe nunca será puesta a prueba. Estaremos tranquilos porque no nos falla. Pero si nos falla, ¿qué hacemos? ¿Cómo mantenemos encendido el fuego de la fe?
Ojalá pudiéramos creer en medio de la tormenta. No dudar como Pedro cuando se acercó a Jesús caminando sobre las aguas. Dejó de mirar los ojos de Jesús y tuvo miedo. Desvió la mirada.
Mantener la mirada en Jesús
En eso consiste el amor, en no desviar la mirada. No dejar nunca de mirar a quien amo. Y entonces la fe se mantiene firme, no se muere, no se pierde.
La fe me mantiene vivo, me da esperanza, ensancha el alma y me lleva a amar con todo el corazón.
Así nos lo promete Dios: «El justo vivirá por su fe». El amor vive de la fe. Y al mismo tiempo la fe se sustenta en el amor. Cuando en una relación de amistad, de amor, surgen las dudas, el amor se debilita.
Cuando desconfiamos, cuando no creemos en las promesas, en lo que Dios nos dice y dudamos, el amor se debilita. La fe en Dios está unida al amor. Porque amo creo.
La fe nos permite creer que lo imposible puede ser posible en nuestra vida.
Es lo que hizo María. Ella creyó que lo imposible sería posible. Creyó que Dios la había elegido a Ella para ser la Madre del Señor y pronunció su Fiat con mucha fe, con mucho amor.
Dios está ahí, dispuesto a tendernos la mano, para que no dudemos. No quiere que endurezcamos el corazón.
Quiere que nuestra alma se abra y pueda tocar su amor. Quiere que no perdamos la sensibilidad y estemos abierto a encontrarlo en todo lo que nos sucede.
Necesitamos esa fe profunda que los apóstoles suplican.
Escrito por: Carlos Padilla Esteban, vía Aleteia.
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