De acuerdo con un estudio independiente, uno de los dos días en los que los hoteles más incrementan sus reservas es San Valentín.
San Valentín es el día del amor. En realidad, se dice que es el día del amor y la amistad, pero intuyo que la parte referida a la amistad se agregó para que los que no tienen pareja tengan algo que festejar. Sin embargo, lo que abunda en los parques, restaurantes y hoteles son parejas, no grupos de amigos.
Con seguridad, no todos los que celebran San Valentín en una habitación de hotel están celebrando el amor. Sin embargo, no deja de llamar la atención que incluso parejas que no se amen no dejen pasar la oportunidad de tener sexo el día del amor. Esto manifiesta que, al menos de manera inconsciente, existe un vínculo fuerte entre el amor y el sexo, por más que en la práctica se los separe. Ahora bien, ese vínculo, ¿es real?
El deseo sexual: el más fuerte
Para entender el vínculo entre el amor y el sexo, es importante reflexionar sobre el deseo sexual, que es el que mueve a las personas a unirse sexualmente. Santo Tomás de Aquino hace notar que, entre los deseos físicos que puede experimentar el ser humano, el deseo sexual es el más fuerte. Digámoslo así: no hay deseo más fuerte que el ser humano experimente en su cuerpo que el deseo sexual. Aclaro que se refiere a una persona saludable, por lo que queda descartada la dependencia generada por alguna adicción.
Eso no quiere decir que el deseo sexual, por ser tan fuerte, sea malo o perverso. En realidad, Santo Tomás aclara que es algo muy bueno, pues le aporta al ser humano un gran bien.
¿Por qué es bueno el deseo sexual?
Santo Tomás señala que el bien que aporta el deseo sexual al ser humano mira a la conservación. Él dice que el deseo de alimentarse se ordena a la conservación del individuo. En cambio, el deseo sexual se ordena a la conservación de la especie. Y como la conservación de la especie es más importante, el deseo sexual es el más fuerte. Así, para Santo Tomás, el deseo sexual es bueno porque ayuda a la continuidad de la especie.
San Juan Pablo II agrega una razón adicional, la cual completa la anterior. Dice que el deseo sexual es algo muy bueno, pues constituye un insumo para el amor. Es decir, el deseo sexual mira a que el amor pueda nacer, crecer y hacerse más fuerte. Por ejemplo, puede ser gracias al atractivo físico de alguien que uno se anime a acercarse y hablar con esa persona. Y ese encuentro puede ser el primer paso de una relación.
¿Por qué es tan fuerte el deseo sexual?
Al tratar de explicar la intensidad del deseo sexual, San Juan Pablo II hace una afirmación audaz. Él dice que el deseo sexual es tan fuerte porque toma su fuerza de un deseo todavía más fuerte, que es el deseo de amar. Amor entendido como la decisión de buscar el bien para la otra persona; amor como la entrega de uno mismo al otro.
La afirmación de San Juan Pablo II puede causar cierta perplejidad, especialmente porque no parecería corresponderse con nuestra experiencia. Es decir, todos nosotros hemos experimentado la fuerza con la que puede irrumpir el deseo sexual, pero el deseo de amar, parece que no lo sentimos tan fuerte.
Para entender esta expresión es importante que distingamos entre fuerza e intensidad. ¿Qué se siente con más intensidad, la presión hecha por una aguja o la presión hecha por la palma de la mano? Obviamente, la presión hecha con la aguja, pero el hecho de que se sienta con más intensidad no quiere decir que sea más fuerte. La mano puede presionar con mucha más fuerza y no sentirse con tanta intensidad. De hecho, si acaso la aguja ejerce alguna presión es gracias a la fuerza de la mano que la empuja. Creo que esto ayuda a aclarar el panorama.
¿Separando sexo de amor?
Así como la aguja toma su fuerza de la mano, el deseo sexual toma su fuerza del deseo de amar. Esta consideración tiene varias consecuencias. Una de ellas es que el deseo sexual, separado del amor, satura, pero no llena. Es como comer pringles cada vez que uno tiene hambre. Como snacks, son buenazas, pero no como almuerzo. Puede que lo hagan a uno sentirse lleno, pero no nutren, ni lo dejan satisfecho.
Otra consecuencia es que, como ocurre cuando uno come pringles todos los días, con el tiempo, el sexo hastía. Por eso uno tiene que buscar constantemente novedades: nuevas personas, nuevos escenarios, nuevas posiciones, nuevos atuendos. Con esto, en el fondo, se trata de buscar novedad a un nivel puramente superficial. En cambio, lo que le da su auténtica profundidad a la relaciones sexuales es el amor.
Entre esposos que se aman, el sexo no se llama sexo sino intimidad. Se trata de un acto de comunicación en el cual cada esposo pone en juego la totalidad de su ser. Y la novedad de la relaciones sexuales la aporta la profundidad que tiene el misterio de la persona, misterio en el cual cada esposo se sumerge en ese acto de intensa comunión.
Por más que se los quiera separar de manera artificial, hay un vínculo profundo entre amor y sexo. De hecho, en atención a lo expuesto, se podría decir que cada vez que uno tiene relaciones sexuales buscando satisfacer su deseo sexual, en el fondo, está buscando satisfacer su deseo de amar; de amar y ser amado. Si ese deseo de amar no se satisface, se experimenta frustración y vacío. En cambio, cuando ese deseo es colmado, a la larga, se experimenta una gran plenitud.
Escrito por: Padre Daniel Torres Cox, vía amafuerte.com
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