«El niño, el zorro, el topo y el caballo» se llevó el Oscar y nosotros nos llevamos lecciones de vida.
Hace apenas unos días que vimos en familia «El niño, el zorro, el topo y el caballo», un precioso corto animado de Charlie Mackesy basado en el exitoso libro del mismo nombre (y del mismo autor) y que ¡anoche se convirtió en ganador del Oscar!
Este corto ganador del Oscar fue estrenado en diciembre por Apple TV, seguro ya te has encontrado con varios stories y shorts en redes sociales.
El corto «El niño, el zorro, el topo y el caballo» vale totalmente la pena. Si aún no lo has visto es hora que lo hagas.
«El Principito del siglo XXI»
Es así como algunos críticos han calificado esta obra. Desde que hay un niño pequeño y un zorro involucrados, es inevitable la comparación con El Principito. No quiero llenarlos de spoilers, solo diré que la historia trata de un pequeño niño que se encuentra perdido y en el camino conoce a estos curiosos personajes que se aventuran en búsqueda de aquello que el niño tanto anhela: un hogar.
La intención de este post, además de recomendar el corto ya ganador de un Oscar, es resaltar algunos puntos que nos pueden servir para la reflexión.
Debo decir que me ha costado escoger solo algunos, el film (y el libro en general) están llenos de frases y enseñanzas muy bellas que lo hacen un excelente medio para trabajar valores desde el hogar, la escuela, el trabajo, etc.
Estar perdido implica saber lo que quieres
Cuando uno se siente perdido, es horrible. La angustia es inevitable. El sinsentido nos roba las noches y la soledad se hace presente. Uno sabe que está perdido (en sentido literal y figurado) cuando no se encuentra en el lugar o en la situación que uno anhela. Es algo distinto a simplemente querer llegar a un lugar.
A veces queremos estar en lugares que realmente no nos convienen o que idealizamos y finalmente cuando llegamos nos damos cuenta de que nos alejan de quienes somos, son casi espejismos de aquello más grande que el corazón reclama.
Pienso que, cuando uno se siente perdido en la vida, no hay que desesperar, o por lo menos tratar de no desesperarse. Darse cuenta de que se está perdido es un buen punto de partida para encontrar el camino. Puedo imaginar el drama de estar perdido sin ni siquiera saberlo.
Afortunadamente, cada uno en algún momento de la vida se siente un poco perdido. Cada uno, en algún momento de la vida, experimenta ese «llamado» a emprender su verdadero camino.
«¿Qué quieres ser cuando crezcas?»
Esta potente pregunta nos agarra de frente casi al inicio de la historia. Más potente aún se hace la respuesta. Una respuesta que conmueve y remueve el interior: «Amable», aunque creo que la palabra amable se queda corta, tal vez una mejor palabra podría ser «bueno».
El significado de la palabra original en inglés «kind» no solo la amabilidad como un acto de cortesía, sino como un acto que toma en consideración los sentimientos de las otras personas. Ese ser amable implica ser alguien que sale de sí y se entrega al otro. Situación que veremos ilustrada varias veces durante el corto y nos da la clave de dónde es que uno puede encontrar la felicidad.
«Nada le gana a la bondad» el pequeño topo responde. «…(la bondad) está ahí, sentada quietamente, detrás de todas las cosas». Creo fielmente que cuando uno se siente perdido, es la bondad, el amor mismo, que clama desde el interior por ese espacio que es solo suyo. Todos llamados a «ser buenos».
Un buen pedazo de pastel para alejar las angustias
Sin que se conviertan en un lugar de escape, el pequeño topo glotón, que sueña con un buen pedazo de pastel, nos apunta hacia el descanso y el disfrute que nos permiten los sentidos. Este disfrute es algo maravilloso. Un disfrute educado, con sentido, buscando apartar un poco esas emociones negativas para poder tomar un respiro y volver al ruedo.
El inconveniente está cuando no podemos liberarnos o no sabemos liberarnos de ese placer temporal que los sentidos nos provocan. Cuando eso sucede – y vaya que lo sé -, no solo permanecemos perdidos o enredados, sino que el laberinto en el que ya nos encontrábamos se hace cada vez más complicado, al punto de convertirse en una verdadera prisión.
Cuánta sabiduría hay en nuestra fe, cuando la Iglesia nos señala los pecados. ¡Tantas veces los tomamos como «simples prohibiciones»! En realidad, esos pecados que nos apunta la fe, constituyen una guía hermosa de amor y cuidado, un mapa que seguir cuando estamos perdidos. Cuán distinto sería todo si los entendiéramos (y enseñáramos) de una manera más cercana.
Solo vemos el exterior, pero todo realmente sucede en el interior
El misterio enorme del ser humano apenas se vislumbra en las apariencias («Lo esencial es invisible a los ojos»). A cuántos vemos y jamás imaginamos las luchas en las que se encuentran o la riqueza del interior de alguien.
En este camino, llamado vida, todos tenemos algo en común; todos buscamos nuestro hogar o, mejor dicho, nuestro hogar nos llama a todos. Y el camino no es sencillo.
No son pocas veces las que pensamos que todo lo que sucede en nuestro caminar sucede por mérito propio, cada logro, cada conquista, sucede por esfuerzo propio. Esta hermosa fábula ilustra tiernamente que nadie llega a ningún lugar solo, siempre necesitamos de otros.
«La vida es difícil, pero tú eres amado»
«El niño, el topo, el zorro y el caballo» nos recuerda que efectivamente el camino de la vida es duro. Las dificultades que encontraremos serán muchas veces más grandes de lo que podremos manejar, pero mientras recordemos que somos amados, porque todos somos infinitamente amados, cualquier obstáculo podrá ser superado.
¡Qué importante es saberse amado! ¡Qué fuerza tan enorme nos inyecta el amor! Es el amor que no solo nos empuja y nos permite entender que nos necesitamos el uno al otro. Es amor el que nos moverá a realizar la acción más valerosa que podremos hacer en la vida; sabernos pequeños y necesitados de ayuda. Es valiente pedir ayuda cuando ya no podemos más. Como dice el caballo: «Pedir ayuda no significa rendirse. Es reusarse a rendirse».
En esta búsqueda a ese hogar, a ese lugar al que verdaderamente pertenecemos, necesitará de ayuda. Una ayuda que, con la gracia de Dios, pidamos no solo a otros, sino que la pidamos incansablemente de rodillas frente a un altar.
Escrito por: Silvana Ramos, vía Catholic-Link.
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