Lo virtual es real, tan real que refleja y amplifica la violencia de género que afecta a mujeres y niñas en todos los espacios de su vida. La violencia digital se ha convertido en una extensión del acoso y abuso que históricamente han enfrentado, adaptándose a las nuevas tecnologías y al entorno virtual que ya es parte de nuestras vidas.
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Violencia digital: una nueva realidad
El acceso masivo de mujeres y niñas a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha traído consigo oportunidades, pero también nuevas formas de violencia de género. Si antes el acoso podía limitarse al espacio físico —la calle, el trabajo, incluso el hogar—, ahora puede perpetuarse en línea, un espacio omnipresente donde la violencia puede permanecer activa 24/7. No queda lugar seguro en la virtualidad.
Quienes no somos nativos digitales aún podemos distinguir entre lo online y lo offline. Sin embargo, para las nuevas generaciones, esta división es casi inexistente entendiendo así una nueva continuidad online/offline. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación – NTICS no solo son una herramienta, sino una extensión de la vida cotidiana y una plataforma para construir identidad e imagen. Esta integración favorece nuevas vulnerabilidades, especialmente para mujeres y niñas.
Según el Informe de la Relatora Especial de la ONU sobre la violencia contra la mujer (A/HRC/38/47), la tecnología ha transformado las formas de violencia de género en algo que se puede ejercer a distancia, sin contacto físico, cruzando fronteras mediante el anonimato. Esto permite que los agresores actúen con mayor agresividad, amplificando el daño. La violencia digital se caracteriza por ser instantánea, de rápida difusión (viralización), permanencia, replicabilidad y alcance global, así como por la facilidad con la que se localiza y revictimiza a las víctimas, mientras los agresores permanecen ocultos.
El caso #Ismavisual y la violencia digital en Ecuador
En Ecuador, ya hemos sido testigos de estas nuevas formas de violencia. Un ejemplo reciente es el caso #Ismavisual. Curiosamente observamos también que con esta nueva forma de violencia se crearon tanto en Twitter (@ismavisual_caso) como en Instagram (@ismavisual.caso) cuentas usadas como canales de denuncia social para presentar la evidencia, recoger información y de alguna manera, hacer de voceros de lo sucedido y vigilar su desarrollo y desenlace. Espacios que han servido también de escaparate para postear opiniones. Este incidente involucró a aproximadamente 1.000 mujeres y niñas, influencers y creadoras de contenido, quienes aunque recibieron apoyo institucional[1] y social, también enfrentaron críticas que cuestionaban sus motivaciones o decisiones personales, como tomarse fotos en poses sugestivas o compartir dispositivos electrónicos temporalmente con conocidos.
En el ámbito digital, las personas enfrentan presiones particulares: crear contenido atractivo para captar la atención de marcas, generar mil ideas para enamorar al algoritmo y responder a las demandas del mercado. En el caso de las mujeres, esta presión, combinada con la confianza depositada en profesionales o conocidos, las expone a riesgos constantes, como la difusión no consentida de material íntimo, léase fotografías en lencería para una posible campaña publicitaria, a modo de “casting”.
Tal como ocurre en el mundo offline, el agresor suele ser alguien cercano: un amigo, colega o profesional en quien las víctimas confían. En este caso, un fotógrafo conocido en el medio del marketing digital, quien haciendo abuso de confianza tanto de marcas como de mujeres aprovechó para vulnerar su privacidad, reflejando cómo los mismos patrones de poder y desigualdad de género operan en línea.
El ladrón roba y el violador viola no importa el gremio ni lo que las mujeres hagan o dejen de hacer, la víctima siempre será la víctima. Víctima del delincuente y víctima de cierta parte de la opinión pública.
Dinámica del abuso digital
La violencia digital no solo se limita a quien realiza el acto inicial (perpetrador primario), sino que se amplifica por quienes comparten, comentan o difunden el material (perpetradores secundarios). También ha sucedido offline. Tal como vimos en el caso “Pelicot”[2], hay un perpetrador principal y cientos que se benefician en silencio.
Estos comportamientos cómplices y la alta demanda de contenido pornográfico y pedófilo perpetúan el daño y normalizan la desigualdad de género, haciendo muy difícil su denuncia y penalización.
Impacto en las víctimas y la sociedad
Nuevamente resalta que la línea que divide lo material de lo inmaterial, tiene limites difusos, que las conductas violentas online y offline tienen impacto en ambas dimensiones y sus efectos se extienden mucho mas allá del acto inicial de violencia. Por eso se habla de efectos desproporcionados, a corto y largo plazo y en todos los ámbitos de la existencia de sus víctimas.
Las víctimas experimentan daños en su salud física y emocional, afectaciones a su identidad, dignidad y seguridad. En muchos casos, enfrentan acoso, extorsión, pérdida de oportunidades laborales y exclusión social. Estos factores pueden desencadenar trastornos emocionales severos, como ansiedad, depresión e incluso llevar al suicidio. La culpa y la vergüenza son emociones muy relacionadas con la inseguridad, ello sumado a la humillación y a la relación con su propio cuerpo, puede ser una combinación complicada en las jovencitas. De manera vicaria[3] las demás mujeres son también impactadas.
El Proyecto Aurora[4] en Chile reportó que el 88% de las mujeres víctimas de violencia digital experimentaron afectaciones emocionales, desde problemas de autoestima hasta aislamiento social. En Ecuador, aunque faltan estadísticas oficiales, estudios como el de Plan Internacional[5] revelan que el 60% de las mujeres encuestadas ha enfrentado violencia en redes sociales, y el 86% ha recibido amenazas de violencia sexual.
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Falta de datos y acciones pendientes
A pesar de la creciente visibilidad del problema, en Ecuador no contamos con datos oficiales que permitan dimensionar plenamente la violencia digital de género. Las encuestas actuales no incluyen preguntas específicas sobre este tipo de violencia, lo que limita el diseño de políticas públicas efectivas.
Combatir la violencia digital contra mujeres y niñas requiere mas velocidad e inversión en legislación adecuada, recursos tecnológicos, apoyo psicológico para las víctimas y lo mas urgente, la educación digital de mujeres y niñas. Respecto a esta última, Mujeres en Tec, dirigida por Lourdes Serrano, está haciendo una gran labor[6].
En el ámbito legislativo Ecuador cuenta con La Ley Orgánica Integral para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (LOIPEVCM) aprobada en el país en 2018, sin embargo, a pesar de contar con un cuerpo legal específico en materia de violencia contra las mujeres, el país no cuenta con normativa específica para sancionar la violencia digital.
La violencia de género, en cualquiera de sus formas, es inaceptable. En el mundo virtual o fuera de él, es urgente defender el derecho de las mujeres y niñas a vivir libres de miedo, prejuicios y amenazas. No es cuestión de tomarse o no la foto, compartir o no el espacio en la nube, sino de garantizar que quienes violentan asuman su responsabilidad. Lo virtual es real, y nuestra respuesta como sociedad debe ser igualmente rápida y real.
Por Ana Paulina Sotomayor @anapaulinasotomayorp
Psicóloga Clínica
Magister en Psicología
[1] Universidad Casa Grande y Ministerio de la Mujer y Derechos Humanos
[2] https://www.bbc.com/mundo/articles/cvg0d1x1kdko.amp
[3] Aprendizaje por observación.
[4] Ananías y Vergara, Informe Preliminar. Chile y la violencia de género en internet. (2016)
[5] https://plan-international.org/es/libres-para-estar-en-linea