Con la imposición de la ceniza se inicia un tiempo fuerte en la Iglesia. Una tiempo para la renovación personal y comunitaria que nos va a conducir hacia la Pascua de Cristo muerto y resucitado.
Siempre hablo de “Camino de Cuaresma”, porque es lo que vamos a hacer, vamos a iniciar un camino, vamos a comenzar a caminar hacia una meta concreta. Y en este año, en el marco del Jubileo, el mensaje del Santo Padre Francisco precisamente se titula “Caminemos juntos en la Esperanza”.
Al inicio del mensaje, Francisco nos dice: “Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte”.
¿Estamos dispuestos a preparar nuestros corazones? ¿Estamos dispuestos a abrirnos a la gracia de Dios? Pensemos, al iniciar este camino cuaresmal, sobre todo aquello que nos impide abrirnos al amor y a la gracia de Dios. ¿Qué debemos dejar? ¿Qué debemos cambiar? ¿Qué nos ata y no nos deja ser libres? Cada uno piense en su interior, pero cada uno debe decidirse hoy, no mañana, hoy, a iniciar este camino de gracia y de esperanza.
Sin duda alguna esta cuaresma está enriquecida por la gracia del Año Jubilar. En su mensaje, el Santo Padre nos ofrece tres reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y nos habla de tres conversiones, las mismas que las señalaremos en las próximas líneas.
Recordemos el lema del Jubileo: “Peregrinos de esperanza”. Para ser peregrinos debemos ponernos en movimiento, debemos “caminar”, y aquí precisamente está la primera reflexión que nos hace el Papa Francisco. Debemos caminar, el camino nos recuerda el difícil camino recorrido por el pueblo de Israel desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Recordar el éxodo bíblico nos lleva a pensar en tantos hermanos de hoy que huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y para toda su familia. Muchos hermanos sufren este peregrinar, pensemos en las guerras, pensemos en los migrantes hoy criminalizados, pensemos en los que cruzan la frontera del Darién. Aquí hay una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida.
El ser peregrinos nos lleva a cuestionarnos: “¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad?” (Francisco). Cada uno tiene la respuesta.
La segunda reflexión nos invita a pensar en que no es un caminar en solitario, es un caminar “juntos”, El Papa afirma: “Los cristianos están llamados a hacer el camino juntos, nunca como viajeros solitarios”.
Este caminar juntos implica caminar codo a codo, junto con el otro, en actitud de respeto, sin dominar al compañero de camino; es un caminar sin envidia o hipocresía.
Pensemos seriamente si en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestras parroquias, somos capaces de caminar con los demás, si estamos abiertos a escuchar al otro, si estamos dispuestos a vencer la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, pensando únicamente en nuestras necesidades olvidándonos del hermano que camina a mi lado. El reto es uno solo, o caminamos juntos o caminamos solos.
Nos debe cuestionar profundamente el llamado del Papa a una “conversión a la Sinodalidad”: “Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos”.
En tercer lugar, el camino de Cuaresma, es un “camino de esperanza”. Esta esperanza, que no defrauda se convierte en el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual.
Aquí está la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. El Papa nos invita a preguntarnos: “¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?”.
Caminemos, peregrinemos, no nos quedemos parados en esta Cuaresma. Recorramos este camino cuaresmal sabiendo que Dios nos ama y de que estamos protegidos por la esperanza que no defrauda.
Que María, Madre de la Esperanza, sea quien infunda en nosotros esa esperanza activa y nos lleve de la mano en este camino cuaresmal.
Unidos en el Señor de la Vida
+ Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador