En medio de esta tempestad, de este túnel negro, hay una virtud pequeña, una luz mínima.
Leo la Spe salvi. Nunca he ocultado mi profunda admiración por la obra del Papa emérito. Estoy bastante lejos de haberla leído toda, pero todo lo que he leído me ha llenado siempre de esa hermosa forma de la esperanza que se llama razón.
Justamente por su defensa de la razón es que me llena de esperanza. Me explico. En especial esta virtud, la más pequeña de las tres grandes como dice Péguy, es una virtud de razón, una forma de inteligencia que justamente lee dentro (de intus legere), y por eso, ve más allá de las apariencias lamentables que este pobre mundo tiene.
La esperanza hace cotidianas las promesas, nos las pone en las manos, nos abriga ante el viento helado del sinsentido, calienta nuestro corazón para abrazar al hermano, haya hecho lo que haya hecho, sufra lo que sufra. Nos levanta de nuestras propias postraciones con el cariño de una madre que prepara una taza de café y una tostada con mantequilla cuando llorábamos un fracaso infantil. Nos llena de confianza en el perdón.
Hoy son mucho más graves las enfermedades morales y espirituales que las físicas.
La esperanza hace cotidianas las promesas, nos las pone en las manos, nos abriga ante el viento helado del sin sentido.
Hemos logrado salud gracias a la tecnología, se ha prolongado la vida y ha crecido el bienestar temporal, pero también la desigualdad y la indiferencia; nos hemos vuelto leprosos, ciegos, cojos, tullidos morales, llenos de mentiras íntimas y públicas, curtidos de engaños y corrupción admitida ya por cansancio, nuestros ojos se han hastiado de la visión de la desesperanza y de sus disfraces de autoayuda, de sus optimismos facilones y vacíos, de sus falsos sentimientos de solidaridad forzada y de moda, de sus defensas de vicios innnombrables en nombre de una caricatura de la libertad. Nos hemos cansado de ver el amor no amado, traicionado, vilipendiado y arrastrado por las pasiones; nos duele la frialdad con la que se defienden crímenes contra los más inocentes, la serenidad neurótica con la que se miente en público en periódicos, revistas y medios electrónicos, la locura de la notoriedad a toda costa, la aguda tristeza que se acumula en el corazón de tantos jóvenes que no ven un horizonte real para sus vidas, un sueño que los despierte, algo grande por lo cual vivir.
Pues bien, en medio de esta tempestad de miseria y estupidez, de esta brutal tromba de maldad cotidiana, de este túnel negro, hay una virtud pequeña, una luz mínima pero invencible por racional.
Se llama esperanza y nos dice todos los días sin cansarse jamás que somos amados con locura por un Dios Padre que nos ha entregado a su Hijo para que respirando su mismo Espíritu le demos una mano al hermano que sufre y, olvidándonos de nosotros mismos y de todas las tristes noticias de nuestras miserias, le demos el corazón y juntos como pequeños sobrevivientes abracemos al siguiente, y al siguiente, y al siguiente miserable soñando humildemente con que algún día este pobre mundo arderá de amor gracias a la pequeña hoguera en la que poco a poco nos convertimos gracias a ella.
Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio
y la Familia
http://roncuaz.blogspot.com/