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He leído y releído estadísticas sin fin, conozco de primera mano historias escabrosas de todo tipo, pero no veo cómo la desgracia de las personas puede sanar con la desgracia de matar inocentes.

 

Ingenuo de mí. No puedo dejar de pensar que un concebido es una persona. Ha de ser mi formación católica la que no me permite ver que se trata simplemente de un producto de la violación. Torpe y malvado de mí que pienso en el embrión y en la niña violada como víctimas ambas de un crimen. Ingenuo porque creo que añadirle a la monstruosidad de la violación la monstruosidad del aborto no ayuda a ninguna mujer violada. Torpe de mí que no veo la relación lógica entre el aborto y los derechos de la mujer porque no me cabe en la cabeza que alguien pueda tener derecho a matar a un inocente (el embrión no violó a nadie). 

Ingenuo porque pienso que lo que hay que hacer es combatir las violaciones y no matar a los niños en el vientre de la madre. Ciego porque no veo los caritativos esfuerzos de los promotores del aborto por esas niñas violadas. No veo sus asilos para ayudarlas, ni sus médicos, ni sus incomodidades, ni los ingentes recursos que invierten en las personas con nombre y apellido. Poco enterado también porque no logro captar cómo se concreta esa su profunda y sonada preocupación por las niñas violadas. No veo que ayuden a las familias a que crezcan en el amor. Ni que busquen penas más fuertes para los violadores. Ni que pongan un centavo para otra cosa que no sean discursos, foros, afiches y congresos rebosantes de jergas esdrújulas y acusadoras. Medieval de mí por pensar así, por creer que una persona es persona y merece respeto sin importar su edad, horas, días, meses o años.

Tengo cuatro hijos. Será que los vi nacer y no puedo pensar que en algún momento no fueron personas. Será que al verlos salir del vientre de su madre se parecían mucho a sus ecografías, y gracias a Dios, a su mamá. Será también, puede ser, que mi esposa y yo nunca dudamos de que cada uno era cada uno desde la prueba del embarazo que dio positivo.

Ingenuo porque pienso que lo que hay que hacer es combatir las violaciones y no matar a los niños en el vientre de la madre.

Y vaya que he escuchado los argumentos de los abortistas y en serio, sin ironía, no logro ver en qué consisten más allá de exhortaciones a una modernidad vaga que nos liberaría de una medioevo perverso, culpabilizaciones a determinadas personas (el Cardenal Cipriani es su piñata favorita), acusaciones de deshonestidad o indiferencia ante graves injusticias y olvido de todo principio de fondo ni idea con fundamento por lo que todo lo que lo tenga les parece fundamentalismo. Solo veo invocaciones a un sentimentalismo destructivo e indignado y una especie de auto canonización automática, sin más milagro ni condición que repetir los clichés de siempre.

Perdonadme: soy así y no puedo cambiar. En serio, por no pelearme con gente que me cae muy bien, por tratar sinceramente de considerar el aborto como una posibilidad sensata, he hecho esfuerzos denodados. He leído y releído estadísticas sin fin, conozco de primera mano historias escabrosas de todo tipo pero no veo cómo la desgracia de las personas puede sanar con la desgracia de matar inocentes. Lo siento amigos. Nada contra nadie. Los quiero pero discrepo de corazón. Ni siquiera veo la polémica porque para mí está muy claro: no se puede, no se debe matar inocentes. Todo lo demás se ordena desde el sí a la vida. Intentaré por lo menos ser coherente con lo que creo. Es la idea que tengo de la democracia: vivir y dejar vivir tratando de ayudar a vivir a otros y no veo cómo el aborto pueda servir para esto. Y si archivar un proyecto de ley detiene en algo este crimen, pues estoy de acuerdo. Y no siento la más mínima vergüenza ni culpa por pensar así.

 

Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio y la Familia – http://roncuaz.blogspot.com/

 

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