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Tanto la familia como la escuela tienen un cometido específico.

Reunión de padres convocada por la docente a cargo del curso. Los niños están tensos, no rinden en el estudio, tienen problemas de comportamiento y no hay semana en la que no se registre una pelea o fuerte discusión entre ellos. Tras escuchar la descripción del problema, un papá alza la mano, y pregunta por qué la escuela no toma más medidas. Aduce que ambos padres trabajan, llegan tarde, no tienen tiempo de ocuparse de sus hijos, y por algo envían a sus hijos a ese colegio.

La posibilidad de escuelas a doble turno, suponen para muchos padres una oportunidad de delegar la responsabilidad del cuidado del niño durante el día. La ausencia de los padres en los hogares por el extenso horario laboral y la incorporación de la mujer al trabajo extra-doméstico son algunas de las razones que llevan a que las familias confíen en las escuelas cada vez más funciones.

El padre elige colegio, abona o los impuestos si es un colegio público, o la cuota si es una escuela privada, ¿por qué no habría de descansar en él para la buena socialización y la educación de su hijo? Parecería que cada vez más las responsabilidades naturales y las funciones que anteriormente eran propias de las familias son depositadas en los centros educativos.

San Juan XXIII definía a la familia como “semilla primera y natural de la sociedad humana” y aseguraba que a los padres es a quienes les compete “antes que a nadie el derecho de mantener y educar a los hijos” (Pacem in Terris, 16 y 17).

La educación de los hábitos y la educación de los valores es un cometido propio de la familia, primera educadora.

Es en el seno de la familia, “Iglesia doméstica” (Lumen Gentium, 11) y “primera escuela de virtudes sociales” (Gravissimum Educationis, 3), donde el hombre aprende lo que significa vivir y donde la dignidad, la seguridad y la comunicación, es decir, sus necesidades básicas, comienzan a ser satisfechas, reflexionaba con el Concilio el beato Pablo VI.

En palabras de San Juan Pablo II, es en su interior donde “el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona” (Centesimus Annus, 39). Es decir, es la “escuela del más rico humanismo”, como aprendemos en el Concilio (Gaudium et Spes, 52).

La educación de los hábitos y la educación de los valores es un cometido propio de la familia, primera educadora. La escuela está llamada a acompañar y complementar la formación de los niños pero no a suplir el deber primordial de los padres de educar a sus hijos.

En toda sana jurisprudencia a cada derecho le corresponde un deber y los padres tienen el derecho de educar a sus hijos y por tanto, el deber de hacerlo. Si la escuela debe invertir un tiempo cada vez mayor en la puesta de límites, en la educación en buenos hábitos y valores por falta de quién lo haga, hará falta entonces de tiempo para la formación académica graduada, cometido pertinente de toda escuela.

Tanto la familia como la escuela tienen un cometido específico y cada una está llamada a desarrollarse plenamente en su facultad.

Cada una de las instituciones, familia y escuela, se deben respeto y colaboración. Es en conjunto como se educa a los niños, y de aquí surge la llamada coeducación. Si se trabaja en conjunto, la escuela contará con el tiempo necesario para repensar su trabajo pedagógico y mejorarlo, y la familia estará desarrollándose como pequeña escuela de virtudes en la que nada ni nadie la puede reemplazar. El valor agregado que tiene la familia en la educación y formación de la personalidad de los niños es indelegable e insustituible. 

Tras la pregunta del padre, otro padre alzó la mano y respondió: “El colegio quiere tomar cartas en el asunto y ayudar a nuestros hijos. Por eso nos convocó a esta reunión, para que juntos los saquemos adelante”. Ni el padre puede completar la formación de sus niños sin la escuela ni la escuela puede educar a esos niños sin la primacía de la labor de los padres en esta tarea.

 

Vía Aleteia

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