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¡Tal vez a tu corazón le hace falta una limpieza! Consejos para empezar Adviento como Dios manda. Lee, reflexiona y aplica.

Ahora que estamos empezando el Adviento, tiempo litúrgico especial de preparación para la Navidad, vale la pena hacer un examen de conciencia.

Preguntarnos qué tanto nos esforzamos y permitimos que Cristo esté presente en nuestro corazón, en nuestro interior, en nuestro espíritu.

De eso se trata la Navidad, de que el niño Jesús ¡nazca en nuestras vidas! Pregúntate, ¿tu corazón es templo de Dios, o es una cueva de bandidos?, ¿le hacemos caso a las mociones del espíritu bueno, o escuchamos y nos guiamos más por el espíritu malo?

Recordemos lo que nos enseña san Ignacio en su regla de discernimiento de espíritus y reflexionemos en estos cinco puntos que pueden ayudarnos a todos a ¡limpiar el corazón!

 

 

¿Será que mi corazón es cueva de ladrones?

«Y entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas. Y les dijo: Escrito está: «Mi casa será llamada casa de oración», pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones» (Mateo 21, 12-13).

Este pasaje tan conocido nos muestra a Jesús, llevado por esa ira santa, echa a todos los cambistas y mercaderes del Templo que habían convertido un lugar de oración en comercio ambulante.

Nosotros también, muchas veces, dejamos que esos bandidos, que se lucraban a costa de la piedad de los peregrinos, se adueñen de nuestro corazón. Y poco a poco, ya no le dejamos espacio al Señor.

¿Qué le ha robado la paz y la luz a mi corazón?

Pregúntate: ¿cuáles son esos bandidos que te han robado el corazón?, ¿tal vez el dinero y bienes materiales?, ¿los placeres fáciles de este mundo hiper sexualizado que enaltece la comodidad y el bienestar a toda costa?

¿La necesidad y hambre insaciable de poder, queriendo dominar y estar por encima de los demás, pisoteando y aprovechándose de otras personas, con tal de alcanzar los propios interesas personales…?

Quizás, te cueste reconocerlos, pues hace tiempo no miras hacia dentro, y has perdido esa conexión con tu mundo interior. Vives en la rutina frenética del trabajo y de las mil responsabilidades, que todo el tiempo te están agobian.

Cautivado por los «colores y la bulla» de un mundo que constantemente nos saca de nosotros mismos y nos encandila con una cantidad absurda de propaganda e información (que en su gran mayoría, no sirve para nada).

Debemos ser dueños de nosotros mismos, capaces de donarnos amorosamente hacia los demás. Salir al encuentro del otro, viviendo una dinámica de comunión en el amor, que es lo único que puede saciar nuestros anhelos profundos de felicidad.

 

 

¿Cómo expulsar esos bandidos de mi corazón?

No olvides que en el mundo espiritual siempre necesitamos el auxilio de la gracia. Nuestro combate por la santidad implica nuestra cooperación personal con la gracia del Espíritu, quién nos da las fuerzas que necesitamos para esa pelea contra el enemigo.

Además, si regresamos al pasaje dónde Jesús expulsa a los bandidos comerciantes del Templo, queda claro que es Él quien los echa fuera del recinto sagrado. Así que, también en nuestro caso personal, es Cristo quién saca de nuestro corazón cualquier daño, ambición, dolor, rencor o herida.

Debemos rezar y pedirle al Señor que nos libre del Enemigo, y podamos abrir de par en par las puertas del interior para que seamos una vez más esos «Templos del Espíritu Santo» (1 Coríntios 6, 19-20).

No permitamos que Satanás y sus secuaces roben la paz y tranquilidad de nuestros corazones. Que nuestro interior esté dedicad a la oración, a la comunión amorosa. No dejemos que el enemigo penetre los muros y puerta principal de nuestro castillo interior, como nos lo enseñaba tan bien Santa Teresa de Jesús, en «Las Moradas».

Debemos estar atentos, no bajemos la guardia

«Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo» (1 Pedro 5:8-9).

San Pedro nos advierte con muchísima claridad, el diablo está acechando constantemente nuestro corazón, esperando el momento adecuado para investir y quitarnos el amor del corazón. Le interesa que nos sumerjamos en la oscuridad de su mentira, que vivamos engañados con sus propuestas de felicidad.

Ese «león rugiente» es precisamente el diablo, que tiene ganas de quitarnos la fe, de alejarnos de Dios y adentrarnos al mundo de la muerte. Tenemos que ser muy cautelosos y atentos, no olvidemos que el diablo conoce muy bien nuestros puntos débiles, esas muletas de nuestro «hombre viejo», como nos lo dice san Pablo en su carta a los Efésios 4, 22.

Debemos estar siempre al tanto para adelantarnos, en lo posible, a las trampas que nos quiera poner el enemigo. Con un camino espiritual recorrido, cada uno de nosotros, ya puede conocer también los puntos débiles.

Aquello por lo que siempre me confieso, que pareciera que difícilmente voy a cambiar… obviamente, el demonio sabe que por ahí es el camino más fácil para robar tu corazón.

El demonio es muy astuto… ¡no te relajes!

«Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, pasa por lugares áridos buscando descanso y no lo halla. Entonces dice: «Volveré a mi casa de donde salí». Y cuando llega, la encuentra desocupada, barrida y arreglada.

Va entonces, y toma consigo otros siete espíritus más depravados que él, y entrando, moran allí. Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero. Así será también con esta generación perversa» (Mateo 12, 43-45).

El demonio es muy astuto, y reconoce el momento ideal para tomarnos por sorpresa, desprevenidos, con la guardia en baja. Si estamos pasando por un momento personal y espiritual en paz, en que todo va marchando bien, viento en popa, no nos olvidemos que el enemigo sigue acechando.

Esto no es para que nos asustemos o vivamos ansiosos, sino más bien, para que pongamos los medios para permanecer siempre en comunión de amor con Dios, cultivando nuestra vida de oración y viviendo siempre la caridad.

Aprovechemos este tiempo de Adviento para disponer nuestro interior, y permitir que sea Jesucristo el que reine en nuestro corazón. Que tengamos corazones llenos del Espíritu Santo, y podamos servir como faros que iluminen los corazones de otros hermanos.

 

 

Escrito por: Pablo Perazzo, vía Catholic-Link.

 

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