Compartir:

Aún en lo momentos más oscuros, Dios está contigo. Una hermosa reflexión que no puedes perderte. ¡Lee hasta el final y comparte!

En estos años de pandemia hubieron momentos muy duros emocionalmente. No podía concentrarme en la oración, me costaba tener fe, y no podía discernir como antes.

Los momentos de cambios son así. Entrar a la universidad, mudarnos, un nuevo trabajo, vivir la muerte o enfermedad de un familiar, un embarazo, una ruptura amorosa. Los cambios nos hacen sentir débiles y, a veces, como si Dios quedara lejos.

Medité en San José y en todas las situaciones que vivió. De pronto María le dice que está embarazada y José empieza a hacerse mil preguntas. ¿Es bueno o malo quedarse con ella? ¿María es buena o mala mujer? ¿Tiene que quedarse o huir? ¿Esto es plan de Dios o no?

¡Qué difícil! José no podía responder a todas esas dudas y se va a dormir. ¡Se va a dormir! ¡No a rezar! José no se va inmediatamente a discernir haciendo una lista de pros y contras.

No se va a un retiro espiritual. No queda en conversar asertivamente con María. Se va a dormir. No puede más. Me imagino que José estaba en una de las encrucijadas más grandes de su vida.

 

 

Dios está esperando por ti

Sin duda necesitamos más de Dios, y por eso comparto Y pensando en Él es que voy sacando estos aprendizajes que quiero compartir contigo:

Dejarnos ayudar

En medio de su desesperación, incluso durmiendo, Dios lo busca. Lo busca y le responde ¡no le pide más! A veces creemos que Dios se molesta y nos castiga porque no sabemos confiar, orar y discernir cuando la vida se nos oscurece.

«Esas personas que buscan a Dios sólo cuando tienen problemas»… a veces somos nosotros. Y no pasa nada, aunque podemos mejorar siempre, Dios entiende nuestra necesidad.

Dios va a buscar el modo de acompañarnos incluso, si estamos rendidos, o si lo único que logramos es irnos a dormir, o a llorar, o a ver series, o a comer.

Incluso cuando nos retiramos a «esas esquinas» donde solemos evadir la realidad porque nos sentimos solos. Dios viene, dejémonos ayudar por él.

 

 

Deja tu corazón abierto

Una amiga me decía «Cuando veo películas, le pido a Dios que me hable en ellas». ¿Te parece extremo? Me parece tan válido. Porque Dios que es todo poderoso, no se limita por nuestra debilidad.

Él nos conoce, y como Padre y amigo, no tiene que pedirnos explicaciones, ya sabe dónde estamos y lo que necesitamos: «Pues si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre que está en los Cielos les dará lo que necesitan» (Mt, 7:11).

A veces, Dios, nos hablará en nuestro paseo, a veces en nuestro amigo, a veces en una canción. Mantén tu corazón abierto a la ayuda de Dios. Vive en su presencia que Èl se manifiesta.

Agradece lo recibido

La clave es que, cuando hemos pasado esos momentos, nos demos el tiempo de humildemente agradecerlos. Agradecer la gran misericordia de Dios que nos alcanza siempre. Agradecer la dificultad vivida y guardarlos en el corazón, para enfrentar las siguientes crisis con mayor confianza y seguridad:

«Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 8:35).

Guarda en el corazón la lección aprendida

San Ignacio de Loyola recomendaba reconocer qué nos causaba «desolación» y nos orillaba a falta de fe, de esperanza, de caridad. Puede ser que dormimos poco, hablamos menos con el acompañante espiritual, vemos mucho redes sociales, pasamos poco tiempo de calma. Todo eso afecta cómo nos sentimos y por tanto cómo respondemos a la vida.

Reconoce estos momentos. Guarda estos aprendizajes en el corazón para vivir mejor, también para recurrir a ellos cuando lo necesites. Y para cuando la memoria falle y caigas en la desesperación sean un recordatorio del amor de Dios. Un Dios que ha muerto de amor por ti.

 

 

Escrito por: Sandra Estrada, vía Catholic-Link.

 

Compartir: