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No todo es paz y amor en las relaciones en pareja, por eso deben tener claro los parámetros para tener una «buena discusión».

Las discusiones son normales —¡hasta saludables!— en una relación de pareja. Suceden porque no nos ponemos de acuerdo en algo. Entonces…, ¡BOOM!, discusión. Pero calma: es normal. Una relación se trata de dos mundos totalmente distintos, y con diferentes historias y costumbres, que a veces colisiona; es natural que no pensemos lo mismo sobre todo siempre. Esto sería utópico.

Quizás por eso es más común discutir al inicio de una relación o de una nueva etapa de la relación, como en el pasaje del enamoramiento al noviazgo, al matrimonio o la paternidad. Nos estamos poniendo de acuerdo, estamos en búsqueda de nuestra visión conjunta respecto de un tema como pareja, ¿qué pensamos NOSOTROS sobre esta situación? Pero, para que una discusión sea funcional, útil y saludable, debe tener ciertas características.

 

 

Estar en la misma página para una buena discusión

Es importante que una pareja establezca cuál es su visión de las discusiones. ¿Reconocen que una discusión es diferente a una pelea? ¿Cómo crecieron viendo las discusiones? ¿Cómo creen que es una buena discusión? Debemos tener estas conversaciones en tiempos de calma, con el objetivo de conocernos mejor y prepararnos para cuando llegue el inevitable momento de la diferencia.

Algunas otras preguntas que se pueden hacer en estas conversaciones pueden ser: ¿qué formas te hieren?, ¿hay algún tema sensible que debamos siempre conversar con cuidado extra?, ¿reconoces cuando estás llegando a un límite y sabes cómo accionar desde ahí?, ¿prefieres un abrazo, silencio, tiempo fuera o conversar hasta encontrar una solución? Aquí ambas personas tendrán respuestas totalmente diferentes, y la idea es entender —o intentar constantemente entender— la complejidad de mi pareja, para respetar sus límites, ayudarle a salir de sí y encontrar la forma de siempre encontrar tierra común.

¿Cuál debería ser el objetivo final de una discusión? El acuerdo, una conclusión, un aprendizaje en común, y pasos accionables para cada uno. El objetivo no debería ser nunca tirar barro al otro, hacerle sentir mal o herir sus sentimientos. Si uno “gana”, los dos pierden.

 

 

Saber escuchar

Creemos que sabemos escuchar, pero, ¿no les pasa que a veces cortan al otro en medio de su argumento, para ya responder? Todos lo hemos hecho.

Existen 3 niveles de escucha:

  • Oigo superficialmente lo que me dice el otro, pero realmente no presto atención.
  • Escucho para responder o para usar su argumento y hacerlo sobre mí.
  • Escucho activamente para entender lo que el otro me dice, sin juicios, barreras altas y con genuina empatía.
  • La idea es tener la capacidad de bajar las barreras y buscar el fondo de lo que realmente le ha fastidiado al otro. En ese sentido, hagamos preguntas para no asumir lo que el otro está sintiendo o pensando. Este podría ser un grave error.

Una fórmula muy útil es parafrasear lo que el otro dice, para validar que estamos entendiendo correctamente, y luego generar una pregunta con la sincera intención de entender mejor al otro. Sería algo así: “Entiendo por lo que me dices que te fastidia que yo *inserte aquí el tema de la discusión*, ¿es porque lo dije de esta forma o lo que te fastidió es que toque este tema en general?”.

En una buena discusión hay que tener reglas

Es importante que tengan reglas como pareja, gracias a las cuales establezcan sus límites claramente, para que luego no sean motivo de futuras discusiones.

Algunas reglas que nosotros tenemos a la hora de discutir son:

  • No generalizar o usar palabras como “siempre” o “nunca”.
  • En lugar de echarle la culpa al otro, hablar de cómo nos sentimos.
  • Evidentemente, están prohibidas las faltas de respeto, insultos o gritos.

Cuando alguno de los dos sobrepasa alguno de estos límites, ponemos la atención sobre eso y pedimos que se retracte antes de continuar. Como ambos sabemos las reglas, es más fácil que, al decirle al otro “amor, estás generalizando”, este lo reconozca rápidamente, se retracte y continuemos la discusión.

 

 

Ser rápidos para pedir perdón y perdonar

El enemigo en una discusión es el orgullo, no es el otro. Esto es algo que debemos recordar mientras estamos en la intensidad del momento. La mejor capacidad que podemos formar para discutir —sin morir en el intento— es la de morir a uno mismo. Así, apenas nos damos cuenta de que hemos cometido un error, debemos pedir perdón. Genuinamente. Y del otro lado, perdonar rápido, sin dejar que el resentimiento haga un espacio en nuestro corazón.

Recordemos que somos imperfectos y que seguro cometeremos el mismo error más de una vez. Debemos estar dispuestos a trabajar por mejorar, al mismo tiempo que estamos dispuestos a pedir perdón y perdonar.

No olviden respirar y pedir calma

Es válido pedir un momento antes de responder, así como también es válido pedirle al otro que te repita lo que te ha dicho, pero de una forma más calmada. No gana quien grita o habla más fuerte. Busquemos siempre la comunión y la paz. Y, si al otro le está costando mucho mantener la calma, pueden poner pausa o tener una palabra código para pedir que la discusión se detenga un momento.

Algo a tomar en cuenta en medio de una discusión es que, si estamos agitados por un motivo —quizás el detonante de la discusión—, probablemente nuestras siguientes reacciones sean más grandes de lo que hubieran sido en un ambiente regular. Esto se debe al paradigma de la transferencia por excitación, que propuso el psicólogo Dolf Zillmann. Él indica que la excitación que nos provoca un evento se transfiere a las futuras respuestas ante otros eventos, y se viven con mayor intensidad. O sea que, si ya estamos molestos por algo, será más fácil reaccionar más fuerte por otras cosas.

Con esta información en mente, vale la pena poner pausa y respirar cuando sentimos que la emoción nos está llenando, para reaccionar de manera lógica y calmada; sin correr el riesgo de herir al otro.

Ante todo, pidan ayuda divina. Esto debería ser lo primero, apenas iniciamos una discusión. Tan simple como decir: “Señor, ayúdame en este momento, controla mi lengua, acompáñame y ayúdame a amar a mi prójimo incluso en este momento tan álgido”.

Seamos hijos humildes, pidamos ayuda cuando algo nos cuesta. Él siempre va a salir a nuestro encuentro. Y aquí, esposos, como siempre les recordamos: usen esa tarjeta de crédito llena de Gracia ilimitada que recibieron en el altar al momento del sacramento del matrimonio. ¡No se queden atrás con esa “promoción”! No hay intereses, ni pago en cuotas.

 

Escrito por: Pía & Jorge, vía amafuerte.com

 

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