Cuando se ama: se demuestra, se protege, se escucha, se comprende, se apoya, se corrige, se educa, se guía, se comparte, se inspira, se construye, procurando un equilibrio que instituya un vínculo afectivo saludable entre padre e hijo.
Imagínese que su hijo es aquella persona conduciendo un vehículo. Él recién está aprendiendo a manejar, está explorando, conociendo; a veces asustado porque es algo nuevo para él y tiene miedo a cometer un error y no aplicar bien las técnicas aprendidas y chocarse. Tal vez uno como padre puede poner las reglas claras e indicar lo que es correcto o no, pero el sentido y la confianza la ganan en el ensayo-error hasta que llega un momento que se vuelve algo más estructurado, más automático; simplemente es un proceso de enseñanza-aprendizaje que nos regula como persona, va constituyendo parte de la estructura de nuestra personalidad e influye directamente en nuestro pensar, sentir y actuar.
Independientemente de la adquisición de una habilidad también tiene que ver con cómo se lleva a cabo un proceso de regulación, según las experiencias adquiridas desde cada realidad. En todas las avenidas hay semáforos alertándonos, señalando el “típico” verde que significa que el auto puede avanzar, amarillo que se tiene que ir frenando y el rojo que representa el detenerse totalmente y no avanzar. ¿Qué pasa si a un hijo le damos luz roja para hacer algo y él decide cometer la infracción? ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué hacemos? ¿Seremos capaces de manejar un equilibrio entre autoritarismo y permisividad, marcando límites, reglas claras y estableciendo reprimendas según la situación? ¿Acaso es lo mismo un niño que obtuvo una baja calificación a un niño que cuestionó y respondió inadecuadamente a un adulto o fue agresivo con un compañero?
No se trata de un sermón, un llamado de atención o solo decir “no lo hagas”. Tus hijos necesitan a alguien que aprenda a caminar a su lado hasta que tengan un punto de arranque.
El nivel de infracción y la sanción siempre va a depender del caso, pero no significa que no deba existir. El menor está observando todo y su freno dependerá de la medida que se tomé con él. Si es que por temor de dañar una relación de padre-hijo somos permeables, posiblemente el día de mañana su comportamiento se repita o no va a ser el esperado. Se trata de manejar una posición de firmeza, sin gritos, sin palabras ofensivas ni doblegando ante normativas señaladas dentro del hogar o decisiones ya tomadas. Es mejor sentar las bases a tiempo cuando su hijo está en proceso de aprendizaje, es más moldeable y está adquiriendo una identidad.
Un valor agregado es un padre de familia que construye, inspira, practica lo que predica, actúa consecuentemente, porque uno no puede exigir lo que no tiene. Cuando uno comparte experiencias, crece con su hijo, también va enseñando formas de relacionarse, de tomar decisiones, de obrar en valores. Es un espejo para el hijo. Es importante formar con amor, contribuir a la institución de una autoestima saludable, enfocando las fortalezas del menor, transmitiéndole seguridad, enseñándole sobre la importancia de reconocer errores, pero direccionando con ejemplos vivenciales el cómo corregirlos si es que le toca tropezar con la misma piedra nuevamente.
No se trata de un sermón, un llamado de atención o solo decir “no lo hagas”. Hay cosas que el hijo ya conoce porque se vuelven cotidianas, pero necesita a alguien que aprenda a caminar alado de ellos hasta que tengan un punto de arranque. No resolviendo todo ni sobre protegiendo, pero sí transmitirles en algún momento un: “te entiendo”, “me pongo en tu lugar”, “algún momento cuando tuve tu edad también me equivoque”. El temor de todo padre es si aquello resta autoridad y ante eso la respuesta es no. Es todo un conjunto de vivencias que promueven el respeto y el amor de los hijos, no hechos aislados. Ni el demostrar un amor incondicional nos va a restar autoridad con los hijos ni poner límites nos va a restar puntos en la dinámica de relación.
Como dice Frederick Douglas: “Es más fácil construir niños fuertes que reparar adultos rotos”.
Por: Valeria Zamora
Psicóloga
vale_psc@hotmail.com