Compartir:

La comunicación activa puede hacer que el ingreso de los hijos a la adolescencia deje de ser una etapa temida por los padres.

“¡Mi hijo llegó a la edad del burro!”, me dijo el otro día una paciente desesperada, con cara de pánico, acerca de la llegada de su hijo mayor a la adolescencia. Me hizo preguntarme si esa misma cara tenía mi mamá cuando tuvo que lidiar, en diferentes momentos, con cuatro hijos adolescentes. No hay duda, pensé, las mismas expresiones debió tener, aunque cuando llegó a mí, la menor, tenía tan dominado el tema que su cara debió ser más bien de: “No me vas a sorprender, ya me las he visto todas”.

Que mujer sabia, mi mamá, nada nunca pareció sorprenderle durante mi etapa adolescente. En cambio, hoy , yo que espero a mi primer hijo, ya lo veo de adolescente aplicándomelas todas a mí; y yo, psicóloga, con intervenciones poderosas y tranquilizadoras a otras madres, no teniendo idea de qué hacer. ¿En casa de herrero cuchillo de palo? Bueno, ese será un tema para otro artículo.

¿Qué nos produce tanto miedo?

¿Es realmente así de tenebrosa o es que nos estamos predisponiendo? ¿No fuimos un día nosotros adolescentes? Sí, los tiempos cambian, pero la base de cada etapa evolutiva es la misma. Entendemos que al ser una etapa de muchos cambios, físicos, sexuales y orgánicos (hormonas van y vienen), sociales y emocionales, la clave del manejo de la relación de padre – hijo adolescente estará enfocada en una comunicación activa y asertiva, siendo lo más importante tener mente y actitud abierta y flexible. De esto dependerá que el adolescente pueda tomar decisiones correctas y acudir nuevamente a nosotros en situaciones que no sepa manejar.

Herramientas que pueden ayudar

Pero, ¿cómo lo hago?, ¿cómo comienzo esa comunicación? “Yo no la tuve con mis padres, no sé cómo tenerla con mis hijos”, me decía mi paciente al hablar de la importancia de la comunicación. Les dejo algunas herramientas prácticas que puede ayudarlos:

  • No generalices ni uses un lenguaje dicotómico. Por ejemplo: “Tú nunca ayudas, túsiempre piensas solo en ti”. “Nada haces bien, todo haces mal”, etc. Si vas a llamarle la atención, que sea por lo que hizo hoy, no por todo lo que ha hecho o ha dejado de hacer en los últimos cinco años.
  • No grites, eso solo lo va a espantar y va a asociar que cada vez que se acerca a ti, tú te activas, por lo cual es mejor no acercarse.
  • Cuando te hable, así sea de algo “banal”, deja todo lo que estás haciendo y escucha. Puede que no tengas una segunda oportunidad. Si le quitas importancia a lo que te dice porque puede parecerte una “tontería de adolescente”, lo puedes alejar y hacerlo sentir que sus preocupaciones están siendo minimizadas.
  • Como padres, lo único que queremos es protegerlos y evitar que cometan errores que alguna vez cometimos nosotros. Sé consciente de esas necesidades que tienes para que puedas identificar lo que estás haciendo y te limites a escucharlo, esperar a que termine y darle tu opinión o, mejor aún, ayudarlo a buscar soluciones y crear nuevas alternativas de respuestas más adaptativas.
  • En vez de preguntarle siempre sobre su día, ayúdalo a ponerse en contacto con sus emociones. Preguntas muy básicas como: “¿Cómo te has sentido hoy?” “¿Te está preocupando algo?” “¿Te sientes bien?” “Te veo triste, apagado, desmotivado… ¿Te puedo ayudar el algo?”
  • ¡Nunca, jamás, hables mal de sus amigos! Estoy segura de que tienes razón en pensar de cierta forma sobre algunos de ellos, pero, ten cuidado en cómo vas a expresarlo, a veces es mejor hablar sobre “un tipo de comportamiento” que sobre la persona específica.
  • Háblale de ti. ¿No les parece irónico que queremos saber todo sobre ellos pero que, muy pocas veces, compartamos sobre nosotros? No solo hablarle de como eras tú en esa etapa, sino también de tu día a día y de cómo te sientes. Ninguna enseñanza es más valiosa que aquella aprendida en la práctica diaria.

Por Psic. Cl. María José Barredo S.
Máster en Cuidados Paliativos y Psicoterapia
mjosebarredo@gmail.com 

Compartir: