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El Triduo Pascual son los tres días previos a la Pascua. Empieza el Jueves Santo hasta el Sábado Santo que celebraremos la vigilia Pascual. Aquí se meditan y reflexionan tres aspectos de un mismo y único misterio de amor: muerto, sepultado, resucitado. Luego del Triduo Pascual, finalmente llega el Domingo de Resurrección, día en que la Iglesia católica celebra la gran fiesta de la Pascua. Cada cristiano debe vivir la alegría y celebrar con intensidad la gloria de Dios triunfador y con ella nuestra salvación. 

Este momento es sin duda, una oportunidad para participar en familia y enseñarle a los hijos estas celebraciones que son parte de su fe.

Jueves Santo

Puedes asistir en familia a Misa. Es distinta a las demás porque no celebramos “directamente” ni la muerte ni la resurrección de Cristo, sino la alegría de saber que esa muerte del Señor no terminó en el fracaso sino en el éxito. Luego podemos acompañar a Jesús en el Huerto de los Olivos unos momentos en la noche en cualquier Iglesia que esté haciendo vigilia u organizar el recorrido a las 7 iglesias en tu ciudad.

Viernes Santo

Este día recordamos la muerte de Jesús  e imploramos perdón por los pecados personales y de toda humanidad. Se debe hacer ayuno como una manera de unir nuestro sacrificio al de Cristo. Es recomendable asistir a la Iglesia con la familia para participar del rezo del Vía Crucis. También se puede hacer la oración de las Siete Palabras para profundizar en la agonía de nuestro Salvador. Si tienes hijos pequeños puedes explicarles qué significa cada una de ellas.

Sábado Santo

Jesús yace en el sepulcro, pero brilla la esperanza de su resurrección. Nuestra actitud deber ser igual que si un ser querido hubiese fallecido. Se debe mayor respeto aún, si es que ese querido es nuestro Dios. Podemos acompañar a María con un rosario en familia.

Domingo de Resurrección

¡Este es un día de alegría! Todas las Iglesias se visten de fiesta para celebrar el inmenso gozo de victoria, después del dolor que se vivió en el sufrimiento del Señor. La Pascua es, ante todo, la representación del acontecimiento clave para la humanidad: la Resurrección de Jesús después de su muerte para el rescate del hombre que había caído. Además de la Misa, se puede celebrar en familia con un almuerzo en donde se comparta con los niños y jóvenes el sentido de esta fiesta. Se puede también aprovechar para llevar a los enfermos o a los más necesitados una ayuda material y el anuncio de la Pascua.

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Oración de las 7 Palabras


Jesús en la Cruz aboga:

da al ladrón: lega su Madre:
quéjase: la sed le ahoga:
cumple: entrega el alma al Padre
Al Calvario hay que llegar
porque Cristo, nuestra Luz,
hoy también nos quiere hablar
desde el ara de la Cruz.

¡Virgen de dolores y Madre mía! Que, como Tú, acompañe yo siempre a tu Hijo en vida, redención y muerte. Y después de glorificado en la tierra, le glorifique por toda la eternidad, junto a Él y junto a Ti. Te lo pido por tu aflicción y martirio, al pie de la Cruz. Asísteme siempre especialmente en este último momento del combate cristiano que abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Primera Palabra:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Segunda Palabra:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.
Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Tercera Palabra:
«He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre» (Jn 19, 26)

Jesús en su testamento a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser, 
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora 
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Cuarta Palabra:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Quinta Palabra:
«Tengo sed» (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Sexta Palabra:
«Todo está consumado» (Jn 19,30)

Con firme voz anunció Jesús, ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Séptima Palabra:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Oración Final: 1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria

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