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Muchos niños pueden ser brillantes, aunque sus notas escolares digan lo contrario.

Cuando me entregaban un examen del colegio veía cómo rápidamente la mirada de mi madre iba a la calificación. En una ocasión tuve una nota baja y con temor le comenté, “mi amigo Wacho (quien era uno de los mejores de la clase) sacó menos que yo”. Su contestación fue “a mí no me interesan las calificaciones de los demás, sino las tuyas” –con un tono muy serio- obviamente, si obtenía un 20/20, ahí sí me preguntaba por el resto de la clase.

¿Qué queremos para nuestros hijos?

Muchos responderemos: “lo mejor”, pero vale la pena ahondar más… ¿Qué es lo mejor? Comenta la psicóloga Rosa Jové que los padres suelen decir: capaces de vivir en el mundo, resolver problemas, superar dificultades y encontrar aquello con lo que puedan ser felices. En definitiva, lo que muchos tenemos en mente, pero también los expedientes académicos sobresalientes se toman en cuenta.

Obtener buenas o malas calificaciones no define nuestra inteligencia, ni garantiza la felicidad, existen muchas personas brillantes, pero incapaces de mantener diálogos o resolver problemas cotidianos. Sin embargo, no es que las notas no importen, sino que estas son el resultado de un proceso.

¿Cómo valorar las notas?

El pensamiento de los padres suele ser: mejores resultados académicos son igual a tener éxito en la vida. Ante lo que la directora de Política Educativa en E2020 comenta, “las notas no son malas”, pero en lo que se debe centrar la preocupación es en la evaluación. “Si un niño no está aprendiendo, no nos enteremos a final de año, antes tomen las medidas correspondientes”. Es decir, llevar la discusión al tipo de pruebas utilizadas hoy en los colegios.

Joseph Renzulli añade que “todos los niños tienen una habilidad superior a la media en algo” y que, con creatividad y persistencia (que viene de la pasión), tendremos niños superdotados.

Todos tenemos talentos, pero en muchas ocasiones, el ambiente en el que crecemos no favorece a que lo hallemos. Como padres la tarea es ayudar a que nuestros hijos lo encuentren: informándonos y observándolos, así se convertirán en su mejor versión.

¿Qué hacer como padres?

Nora Rodríguez, autora de Neuroeducación, dice que está confirmado que los niños aprenden fácilmente cuando los padres tienen un puñado de conocimientos y ponen al alcance de sus hijos experiencias y problemas cotidianos, ayudándoles a percibir sus capacidades naturales.

Hay niños excepcionales en dibujo o literatura a quienes no les va bien en otras asignaturas, no por esto son fracasados. Ken Robinson, educador y conferencista asevera que el sistema educativo tendría que ser como un sistema agrícola, creando “circunstancias para que cada persona floreciera según sus talentos genuinos”.

Aquí es donde entra el trabajo de los padres y, por supuesto, de los profesores: acompañar en el desarrollo adecuado para tener en el futuro adultos con recursos y conocimientos, pero sobre todo con habilidades y actitudes que les permitan desplegarse y ser felices.

Necesitamos conocimientos, cultura general, estudiar, investigar, seguir formándonos… La idea no es que “si a mi hijo no le da ganas de estudiar matemáticas, pues que no estudie”; sino que no necesariamente debemos seguir las etapas establecidas para llegar a donde queremos.

La máster Noelia López-Cheda, especializada en innovación educativa dice que cada padre debería preguntarse:

  • ¿Conozco las habilidades de mi hijo?
  • ¿Sé qué cosas hace con facilidad desde siempre?
  • ¿Qué materia le gusta más en el colegio?
  • ¿Hablamos de qué le gustaría ser de grande?
  • ¿Hay alguna dificultad que muestre en el colegio y en su entorno que me preocupe especialmente?

Por Lorena Sánchez Padilla
Lcda. en Periodismo Internacional
Máster en Matrimonio y Familia

 

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