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16 de abril de 2016, 18:58. Portoviejo, provincia de Manabí, Ecuador. En ese día y en ese lugar, epicentro del terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter, sobreviví a la mayor tragedia que mis ojos han visto.

Es el antes y el después de mi vida.

Me bautizaron, hice la Primera Comunión y después de ello, habré comulgado unas tres veces: cuando me gradué de bachiller en el Colegio San Agustín de Guayaquil, en el matrimonio eclesiástico y en el bautismo de mi primera hija.

Después del colegio, fui olvidando el camino a la iglesia. La Universidad me ofreció nuevas lecturas, nuevos autores, nuevos amigos que me hablaban de todo, y así subí a la nube de los ateos para decir “No creo en Dios”. En ese estado, tuve una profesión con la cual subí a la cima del éxito como periodista de Diario Expreso, Diario El Universo, Revista Vistazo, Diario Extra, Gamavisión, Ecuador TV, sueldos cómodos, viajes, diversiones, tuve esposa, una familia hermosa y tres hijas.

La noche del 16 de abril del 2016, conducía mi auto por las calles de Portoviejo en compañía de una nueva pareja porque estaba separado de mi esposa. Mientras centenares de personas morían aplastadas, heridas, destrozadas por los derrumbes de casas y edificios, nosotros huíamos ilesos, hasta que salimos del caos con rumbo a Manta, en medio de una oscuridad infinita y un silencio sepulcral, porque ni el teléfono celular servía y la radio del auto no funcionaba… Me salvé de milagro.

Abril del año 2018, dos años después, en la Semana Santa de ese año, yo estaba por primera vez, en muchas décadas, de rodillas en un confesionario, tratando de recordar con detalle, personas a las que herí, pecados que cometí, acciones que evadí para hacer el bien… Estaba de regreso como el hijo pródigo, solo, sin esposa, sin amante, sin mis tres hijas, sin mis padres ni mi hermana cerca de mí.

En mayo del año 2018, fui parte de una comisión de católicos que requería una autorización del Arzobispo de Guayaquil para un Seminario denominado Sanación de las Familias y al terminar la reunión, Monseñor Luis Gerardo Cabrera dijo: “Díganle al sacerdote que haga énfasis en la metanoia”. Aquella palabra era nueva en mis oídos y cuando todos habían salido de la oficina, yo regresé a preguntarle a la máxima autoridad ¿Qué es Metanoia?

Monseñor Cabrera se tomó varios minutos para explicarme, incluso la traducción de San Gerónimo y terminó comprendiendo mi total ignorancia y falta de fe, pero advirtiendo en mí esa sed de Dios. Al despedirse, me dijo: “Su conversión hágala con mucho amor, no se castigue”. Desde ese día lo consideré mi director espiritual.

Asistí a mi primer retiro de conversión organizado por Lazos de Amor Mariano, que me ayudó a entender el terremoto de mi vida; pronto me inscribí en una escuela de Teología para Laicos; vino después un retiro de silencio y me sentía un aprendiz de 5 años de edad, al que le tenían que explicar más de una vez para entender lo que estaba pasando con mi vida.

Todo lo fue haciendo Dios a su manera.

Yo solo puse el interés de ir a misa diaria. Me gustaba tomar un atajo para ir a la iglesia, entrando por un callejón donde había un arbusto del que todos los días arrancaba una flor de azahar y se la ofrecía a la Virgen antes de comulgar. Regresaba con sus pétalos intactos y la dejaba disecar, las guardaba en una pequeña caja y un día conté más de cien… Eran más de cien eucaristías diarias y así fui sanando y sanando el alma.

Desde aquella Semana Santa del año 2018 cuando empecé a confesar mis pecados hasta estos días, han pasado más de 2.500 días y sin lugar a dudas hasta hoy, he recibido la comunión unas dos mil veces. Jesús Sacramentado tiene un poder de sanación sin comparación. El mayor milagro de la eucaristía en mi vida es tener conciencia de las heridas que causé a mi esposa, a mis hijas y al resto de la familia, también a las mujeres que estuvieron conmigo. Después de eso, la convicción plena de no querer ese camino de vuelta. Desde hace dos años quiero aprender las virtudes de San José. A él le pedí un empleo y durante los últimos 9 meses tengo el mejor trabajo del mundo: me despierto pensando en salir a laborar en los asuntos de Dios.

Atrás quedó el hombre que quería vender más periódicos y amanecía deseando muerte, asaltos, lo peor del día para convertirlo en noticia sensacionalista porque yo era el editor general del Diario más vendido del Ecuador, era exitoso con el dolor ajeno, dirigiendo sesiones fotográficas para vender piel de mujer. Siempre aproveché mi posición para atraer dinero, placeres y bienestar, administrando bien mi cara de “buena gente”, pero llegando a casa con el perfume de la traición en cada noche.

Para Dios nada es imposible. Es probable que yo mismo a veces vaya en busca de la tentación y caiga, pero al día siguiente levanto mi mirada hacia las huellas sangrantes de Jesús y sigo, no me rindo. Aprendo lento a vivir soltero, recuerdo que la voluntad de Dios en mi vida es devolverme la gracia y siempre llego a una eucaristía, como espero llegar al cielo de la mano de Jesús y de María.

Por Máximo García

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