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¿Qué hacer cuando has sido víctima del abandono y de un divorcio no querido, y has pasado de amar a esa persona a odiarla?

Una de mis funciones en mediación familiar, es ayudar a establecer un puente de comunicación entre dos partes que necesitan y deben llegar a un convenio, en el que se establecen los acuerdos para resolver el divorcio en los mejores términos posibles.

En tal proceso, no deja de asombrarme el que dos seres que se amaron, uno, o los dos, terminen sumidos en un odio por el que se llega a desear al otro el mayor daño posible, en un ajuste de cuentas, sin esperar ya la rectificación del otro. Un odio al que suelen aferrarse causándose un gran daño a sí mismos.

Por ello la necesaria pregunta es: ¿Cómo extraer sus raíces?

Buscando la respuesta queda claro que una cosa son las causas de “por qué odiar”, y otra muy distinta son los motivos del “para qué odiar”, que no dejan de ser un veneno para el alma de quien los acepta, guarda y hasta justifica.

En mi atención profesional, la experiencia me ha dicho que quienes han sufrido el abandono por un divorcio no deseado, y se plantean el rehacer su vida afectiva a través del perdón, suelen pasar por dos etapas:

Primera etapa

Admitir los motivos del “por qué odiar” en su dura realidad, y expulsar su toxicidad.

Aquí se encuentra fijo en la memoria como una marca de fuego candente, todo aquello que ha herido profundamente en lo emocional, psicológico y moral, a quien, confiando, entregó lo más sublime y valioso de su persona en un amor no correspondido.

Heridas que, aun siendo reales, en ciertos casos suelen tener un cierto componente de exageración e imaginación, propios de la condición humana.

Por lo tanto, la terapia tiene como objetivo que, en la medida de lo posible, se enfrente en su verdadera y cruda dimensión, aquello que se ha de perdonar, para evitar autoengaños o alguna forma de negación de lo vivido, lo cual con el tiempo puede hacer muy difícil el sanar.

Para ello es necesario abrir la herida, extraer todo el pus, limpiarla y desinfectarla a fondo, para eliminar riesgos de una futura complicación, y, claro… duele.

Duele tanto que se suele interpretar el perdón como un signo de debilidad y un atentado contra la justicia, por lo que queda entonces la tarea de eliminar de las secuelas del dolor, posibles resentimientos.

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fizkes – Shutterstock

Segunda etapa

Reconocer que más allá de las causas del “por qué” del odio, su “para qué” solo se sustenta en un estéril resentimiento.

Es la etapa de un “querer sin querer” perdonarse y perdonar, que hace necesario admitir el duelo de una dura perdida, sin reprimir las emociones de un íntimo reclamo al ofensor ausente: ¡Si me amabas!… Por tu egoísmo, por tus incomprensiones, tu infidelidad, tu violencia, tu… ¡Decidiste abandonarme y siempre te odiaré!

Como la expresión más profunda y dolorosa de todas las heridas recibidas.

Luego, por radical que parezca, atendida la herida y agotadas las emociones, el duelo debe de atenuarse, y es entonces cuando el “para qué” del odio se convierte en un sinsentido, ya que en realidad en este aspecto no existen más motivos que los que la persona fabrique. Y esos motivos son los que finalmente impiden el perdón.

Sobre ello, estas consideraciones:

  • El odio no da ninguna clase de poder, sino que por el contrario debilita la inteligencia y la voluntad para el cauce adecuado de los sentimientos y disposiciones interiores.
  • Se alimenta de la impotencia, la impotencia del resentimiento, y este… de una autoestima a la baja.
  • Atenta directamente contra la dignidad que nos debe hacer fuertes.
  • Pliega a la persona sobres sí misma y la vuelve esclava.

Cuando el ofendido acepta que el odio no lleva a ninguna parte, pero el perdón a sí mismo y al ofensor sí, debe admitir que el proceso del perdón, la mas de las veces exige enfrentarse con toda la verdad sobre sí mismo, rastreando en su interior, sin evitar el hacerse preguntas incómodas y sin miedo a las respuestas, para aceptar la inevitable responsabilidad en todo lo vivido.

Por lo que debe hacer un acopio de sinceridad para preguntarse:

Sobre mi experiencia de separación… ¿Qué hice bien y de lo cual no puedo arrepentirme? ¿Qué hice mal? ¿Que pude haber hecho mejor?

Si este examen de conciencia está bien hecho, aparecerán muy posiblemente atenuantes en las conductas de ambas partes, pues lo normal de la condición humana es tener defectos y cometer toda clase de errores. Por lo que nadie es absolutamente malo.

Luego los motivos para odiar pierden sustento gradualmente, de manera que se pueden ir alejando en el horizonte empequeñeciéndose hasta perderse de vista, y entonces libre de su carga se puede enfocar el futuro con optimismo y renovada autoestima.

Algo a lo que se tiene plenamente derecho, y una forma de obligación consigo mismo.

Vía Aleteia, por Orfa Astorga

 

 

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