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¡Dios no le cierra las puertas a nadie! ¿Y tú, qué tal tratas a los demás? Un nuevo artículo para reflexionar sobre nuestro trato hacia el prójimo.

Recuerdo que era verano del 2013 en las afueras de una de las mejores discotecas de Argentina. Había ido con siete amigos a pasar una noche de fiesta. Tenía unos jeans azules, una camisa negra manga larga, mi barba afeitada por mí mismo, y mis rastas.

Hicimos la fila por varios minutos pero cuando nos tocó entrar, el guardia vio mi identificación como extranjero, me miró bien y me dijo que no podía entrar, que era un evento privado.

Obviamente no lo era, había muchísima gente y se veía como un día normal. En ese momento sentí varias cosas. Primero me sentí totalmente rechazado, era como si no fuese suficiente para disfrutar como alguien normal, como si mi apariencia no llegara al «mínimo» que debía tener para poder cruzar esa puerta.

También sentí cólera por esa sensación de inhumanidad e injusticia que estaba sufriendo esa noche, no era justo. Y finalmente, sentí mucha vergüenza, recibí muchas miradas de varias personas que estaban en la fila, y me sentí humillado.

Les comparto este episodio de mi vida, porque creo que a veces como cristianos también le podemos cerrar la puerta a mucha gente. A veces podemos funcionar como un club privado con un guardia en la puerta que tiene una lista de requisitos que le impiden el ingreso a quienes no queremos que estén con nosotros.

Lo peor, es que a veces, sin querer queriendo, lo hacemos en nombre de Dios, como si el mismo Dios fuese como aquel guardia que me negó la entrada esa noche.

 

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Personas que no piensan como nosotros

Es por esto que les propongo pensar en tres tipos de personas que merecen nuestras puertas abiertas siempre.

1. Personas que no piensan como nosotros

A veces, nos encontramos con personas que piensan diferente, que tienen una postura religiosa o preferencia política diferente a la de nosotros, ¿te viene alguien a la mente?

Y en vez de permitir un diálogo basado en encontrar semejanzas o causas comunes, utilizamos palabras o expresiones que cierran automáticamente la puerta a cualquier posibilidad de fraternidad.

Muchas veces incluso, descontextualizamos algún texto bíblico y lo usamos para justificar nuestros ataques o gestos poco fraternos, olvidando que Jesús, el culmen de la revelación, vino a enseñarnos que somos hermanos y nos debemos amar hasta el extremo.

2. Personas que cometieron un error

A veces, en nuestras comunidades, movimientos o parroquias, suele pasar que separamos a las personas cuando han cometido algún acto que no nos agradó.

Cuántas chicas que han quedado embarazadas tuvieron que dejar sus comunidades porque les dijeron que ya no eran buenos testimonios. O cuántas personas divorciadas tuvieron que salir por no cumplir los estándares de las parejas ideales.

¡Jesús nos enseña a convertirnos en hospitales de campaña! A soltar las piedras de la mano, a dejar nuestro disfraz de juez para volvernos una posibilidad de fuerza, sanación y esperanza para nuestras hermanos, sobre todo, para aquellos que más nos necesitan.

3. Personas que no «agradan a Dios»

A veces tenemos como católicos una lista de personas a las que consideramos «los que no le agradan a Dios». Como si nosotros tuviésemos la potestad de elegir quién está y quién no en esa lista, que valgan verdades, para Dios no existe.

En la época de Jesús, la gente pensaba que los discapacitados, extranjeros y leprosos eran desagradables para Dios, eran los castigados por Dios. Y por eso la gente los mantenía lejos, excluidos, en las periferias existenciales del pueblo judío.

Jesús, en su revolución del amor, no solo fue a decirles a estas personas excluidas que era mentira eso de que no eran del agrado de Dios, incluso, contra todo pronóstico, les dijo que eran los preferidos, los de la lista VIP, los que estarían en primera fila para recibir ese abrazo.

 

DIOS 2

 

¡En la mesa del amor hay sitio para todos!

Jesús nos invita a todos para que nadie se quede afuera. Ojalá que cuando alguien necesite un abrazo de Dios no se encuentre con un guardia que le prohíba la entrada diciendo que esto es un evento privado, solo para una élite, para unos elegidos, para unos perfectos.

Sino que se encuentre con un Padre, uno que está esperando en la puerta y que cuando ve que su hijo se acerca, le pide a los empleados que hagan el mejor banquete, porque hoy habrá uno más en la mesa.

 

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Escrito por: Fernando Merino, vía Catholic-Link.

 

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