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En esta vida nada se consigue sin esfuerzo, por eso este no debe faltar en las relaciones, porque el amor crece cuando es bien cuidado.

El amor verdadero no es un hallazgo fortuito, una coincidencia afortunada, un estado de gracia que cae sobre nosotros sin más. Aunque Dios nos lo presente, el amor auténtico es el fruto de la dedicación continua, del esfuerzo diario.

 

 

El amor se cimienta con la elección

La elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sumerge en las profundidades del compromiso genuino. Es, en su más pura esencia, el producto del esfuerzo consciente, una construcción diaria que se cimienta en la decisión de amar activamente a la otra persona. Este esfuerzo se refleja en la paciencia para entender, en la voluntad de perdonar, en la disposición de apoyar y de servir, en la valentía para crecer juntos, aunque el camino a veces se torne difícil.

El amor verdadero es, entonces, el fruto de la dedicación continua, donde la elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sustenta en lo hondo del compromiso verdadero. Por ende, trasciende la noción romántica de los cuentos de hadas. Se arraiga en la realidad tangible de la vida cotidiana, manifestándose en las pequeñas acciones que construyen un puente sobre el abismo de los desacuerdos y las diferencias.

 

 

Amar: trabajar en uno mismo y en la relación

El amor verdadero implica trabajar en uno mismo y, también, en la relación. Además, reconocer que los baches son parte del viaje compartido, una constante introspección y la voluntad de crecer tanto individualmente, como en pareja. Se basa en aceptar que cada error es una oportunidad para fortalecer los lazos que nos unen.

Así, el amor verdadero no busca la perfección. Celebra la belleza de lo real. Reconoce que cada imperfección es una faceta más de la singularidad de cada persona y de su relación consigo misma. Es tener la capacidad de mirar más allá del yo, de ver y atesorar la esencia del otro, de apreciar la riqueza y el valor que enriquece tanto a la relación como a nosotros como individuos.

Amar es entregarse

Por ende, el amor verdadero es el compromiso de poner el bienestar de ambos por encima de las necesidades particulares cuando la situación lo requiera. Es entrega pura. Es la ternura con la que se nutre cada día la conexión íntima que une a los dos. Es, por tanto, un trabajo constante, un elegir permanecer, un querer amar, un esforzarse por ser mejor para uno mismo y para el ser amado. Es la relación que ambos deciden construir porque el amor está en la entrega y en el servir.

Por último, el amor verdadero no es un amor estático. Se nutre y evoluciona con el tiempo. Se fortalece ante las adversidades. Florece en la alegría compartida. Es el compromiso de construir juntos un futuro, un pacto renovado cada día de mutuo apoyo y crecimiento.

El amor verdadero es un pacto que perdura mucho más allá de las palabras pronunciadas en un instante de pasión. Es un viaje continuo de maduración compartida. Su obra maestra final es una relación que, con el transcurso de los días, deviene en un vínculo más sólido, profundo y verdadero, porque -insistimos- el amor verdadero no nace: se construye.

 

 

Escrito por: Marichu Suárez, vía amafuerte.com

 

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