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En muchas ocasiones las situaciones cotidianas de la vida nos dan valiosas lecciones que podemos aprender. Te compartimos la historia del heladero audaz.

¿Directo o en cuotas?
Heladito…

¿Perdón?

Ah, no, directo…

Me río pero la máscara no deja que se vea. Son las 10 de la mañana, he dormido tres horas y estoy comprando los insumos que necesitamos para los pedidos de mañana. Me he preguntado mucho en estos días por qué estoy haciendo helados.

Tengo 54 años y muchos defectos. He hecho muchas tonterías y cosas de las que me avergüenzo, de esas que uno sabe que va a pagar en el purgatorio. Pero si algo me queda claro es que, hasta donde recuerdo, no he hecho casi nada por dinero. Así que no, no hago helados para hacerme millonario.

 

 

Una verdadera pasión

Me pregunto de dónde sale esta pasión por oler y probar los arándanos, contemplar las fresas, buscar el equilibrio de sabores. Como si tuviera algo en la memoria que recién descubro, o redescubro. Se parece a esas interminables jornadas de pesca en el verano en las que con mi amigo Juan trabajamos como si se nos fuera de la vida en sacar peces, limpiarlos, cocinarlos y comerlos. Es como un ritual primitivo y lleno de gozo.

Creo que tiene que ver mucho con mis hijos y mi esposa. Vernos a todos remando en el mismo bote y cada uno en su función: Leticia haciendo las fórmulas (en realidad es la principal impulsora del proyecto); Celeste ordenando las cuentas y los pedidos con precisión de director de tráfico en el aeropuerto; Mateo lavando lo que ensuciamos, acomodando el producto en el refrigerador; María Jesús, viendo todo y apoyando; yo, pues, yo bato los helados y los envaso, ah, ya mí se me ocurrió la marca.

Gabriel riéndose con nosotros desde lejos. Creo que todo tiene que ver con un gozo muy íntimo, muy de esposo y papá, una alegría que se ríe de cómo nos peleamos y nos amistamos, es un sabor a Dios en todo (yo sé que se reirán de mí como siempre, y la verdad, no me importa, o no mucho).

 

 

Sabor de hogar

Es como una añoranza, un sabor de hogar, de esas cosas que nos hacen amigos cuando las encontramos en otro. Por eso creo que mi pasión heladera también tiene que ver con nuestros cada uno de los que ha probado helados, los que con una extraña ilusión infantil nos los han pedido casi con urgencia.

Tiene que ver, por ejemplo, con la señora que me decía que era una sorpresa para sus hijos; con el amigo que los compró para el cumple de su hija, o la chica que se los regaló a su hermano. Y hay un no sé qué de orgullo que me llena los ojos de lágrimas de solo pensar que le hemos dado unas cucharaditas de nuestra alegría a alguno. Creo que esas cosas pagan el esfuerzo, el cansancio, el afán que nos hace soñar que quien come nuestro helado es como un pariente, un cómplice, alguien que quiere que nos vaya bien.

Y sobre todo, sobre todo, tiene que ver con las abuelitas del albergue. Por fin hacemos algo por ellas, las más pobres entre los pobres, por fin vamos a tener una facturita menos que pagar, o una que cobrar a Quien dijo que si alguien no te puede devolver el bien que le haces, tendrás una recompensa en el cielo ¿Serán heladitos?

A mí por lo pronto, y por estas razones, no me importa ganar o perder. Me interesa hacer los mejores helados del mundo y que la gente los coma.

Señor

¿Si?

Se olvida la crema de leche…

¡Uy! mil gracias, amigo, es que estoy haciendo helados y…

El joven de la caja me mira extrañado, el caballero que me sigue me mira con impaciencia. Ya sé: no es hora de contarle al cajero. Debe ser el sueño ¿Un heladito? De café tengo.

 

 

Escrito por: Roncuaz.

 

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