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¿Cómo evitar que se infiltre en nosotros el resentimiento, la tristeza, decepción y de desconfianza que puede llegar a ser devastador?

¿Cómo evitar que se infiltre en nosotros el resentimiento, ese sentimiento de tristeza, de decepción y de desconfianza que puede llegar a ser devastador? Aquí tienes una simple lección de un monje cisterciense para combatirlo antes de que atormente tu vida y se adueñe de tu corazón.

El resentimiento… Hay días en que sentimos un sabor amargo en la boca. Parece imponerse y llega a dominar todos los demás sentimientos. Los ingredientes que constituyen ese amargo resentimiento –la tristeza, la decepción, la desconfianza y también la injusticia– pueden hacer la vida muy difícil. Porque se trata de un auténtico veneno que, a veces muy bien disfrazado, se infiltra en nuestro corazón.

 

 

¿Cómo se inocula en nosotros el resentimiento?

“Se pueden ver diferentes razones, entre las cuales se encuentran las relaciones personales que, a pesar de tener la mejor voluntad del mundo, no siempre van suaves como la seda. Ese sentimiento que nos persigue no es fácil de evitar ni de combatir: solamente remontándonos a su raíz podemos hacerlo soportable”, afirma Césaire Falletti en su libro La garde du temps (ed. Salvator). Este monje de la orden del Císter es el antiguo prior del monasterio Dominus Tecum de Pra’d Mill en la región italiana del Piamonte.

Precisamente, ¿por qué una afrenta, una contradicción o una frase hiriente tienen el poder de abatirnos hasta tal punto? ¿Es porque somos demasiado sensibles y dependientes de los demás y, por tanto, la autonomía y la indiferencia parecerían ser buenas armas contra estos ataques que causan tanto daño?

Según el monje, aunque a veces mantener cierta distancia puede ser bueno, no se trata de un principio válido: “Más vale sufrir que volvernos indiferentes, porque la indiferencia provoca una dureza del corazón que termina por ahogar a quien la sufre, además del daño que hace necesariamente a los demás”, explica el religioso.

 

 

Evitar el resentimiento

¿Cómo evitar entonces que el resentimiento y la amargura se apoderen de nuestro corazón hasta el punto de enfermarnos? El padre Césaire Falletti nos ofrece tres antídotos poderosos contra el rencor.

DESPRENDERSE DEL ESPEJO

No es fácil de reconocer, pero no son los demás quienes deben cambiar. Si es lo que esperas, te arriesgas a “morir de amargura”, advierte el monje. Lo esencial es cambiar la mirada sobre uno mismo y transformar nuestra manera de recibir lo que sucede.

El miedo a no ser respetado, amado, reconocido, la reivindicación de nuestros derechos, la atención reservada a nuestra propia persona es, en realidad, una fuente constante de amargura. Es este miedo el que impide entrar en la alegría, la gratitud y el buen humor que están preparados para iluminar la vida de todos.

Dejar de contemplarnos delante del espejo es una buena actitud para deshacerse de ese regusto amargo, para “hacer que se esfumen todos esos sentimientos de rabia, de irritación y de reivindicación que hunden sus raíces en lo irreal de nuestras presunciones”, subraya el cisterciense.

APARTAR LO INÚTIL

Aunque las personas están dotadas de capacidad de discernimiento, a menudo tienen dificultades para explotarla. Discernir es saber evaluar las cosas, apartar las que son inútiles y apoyarse en las buenas. “Todo lo que nos entristece conlleva al menos una parte inútil, incluso nociva, que, por tanto, hay que apartar”, explica el monje.

Es una cuestión de libertad interior. Al practicar el discernimiento de forma natural, casi automática, nos volvemos libres interiormente y, por consiguiente, más serenos, más felices, más en paz. Es un reflejo que asumir para resistir de forma eficaz al rencor y que no te alcance.

PERMANECER LIBRES PARA AMAR

Permanecer libres es también permanecer libres frente a los demás, incluyendo aquellos que pueden hacernos mal. También permanecer libres, sobre todo, no debe excluir la posibilidad de amarles: “Supone incluso respetar sus diferencias y su individualidad”, continúa el religioso, para el cual permanecer libre es también nuestra propia libertad y nuestra propia personalidad: “Nada ni nadie nos puede quitar la alegría de ser nosotros mismos, de conservar nuestra dignidad humana, incluso cuando los demás parecen arrebatárnosla”.

 

DECIR NO 7

 

Definir el clima de nuestra vida

De modo que se trata de luchar… contra uno mismo, de desprenderse y liberarse de todos esos movimientos interiores de los que podemos volvernos prisioneros. Y es precisamente en esta lucha que la persona se construye y define el clima de su vida y de su futuro.

“No podemos admitir que hechos de menor importancia ensombrezcan una vida: incluso desde el esfuerzo la vida puede ser hermosa, y las relaciones –siempre frágiles– pueden ser también una fuente de alegría”, afirma el padre Césaire Falletti. Entonces, en vez de lamentarnos por las dificultades de la vida y de las relaciones, vale más soltar el lastre de la mochila de contradicciones y gozar mejor así del camino que tenemos por recorrer.

 

 

Escrito por: Marzena Wilkanowicz-Devoud, vía Aleteia.

 

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