El activismo tiene que superar la necesidad de lo viral y lo sensacionalista, de pasar de la polémica a la acción y a la transformación.
La responsabilidad del activismo… En estos tiempos tan convulsos el llamado a tener posiciones sobre los asuntos que más importan a la gente parece ser un mandato tácito e imperativo en el que se castiga a quien no lo hace y se condena, a veces, a quien los profesa a viva voz.
Los activismos vacíos y llenos de performance, pero sin modificadores ni conexión con un
propósito, han hecho mucho daño a la credibilidad del compromiso de movimientos, compañías e instituciones que impulsan realmente el progreso y avance de las sociedades. Además, la extrema y adictiva polarización que activismos de coyuntura han generado en el debate público, han elevado conversaciones casi virales e irracionales que paralizan, distraen y detienen las verdaderas transformaciones que necesitamos.
En esa línea, en los últimos años se ha profundizado mucho sobre el verdadero rol del activismo corporativo y el camino de las empresas y sus líderes para conectar con las demandas sociales, contrastando con el amplio debate sobre greenwashing y purpose-washing que a veces parece multiplicarse entre estrategias de mercadeo y comunicaciones.
Sin embargo, pareciera que la capacidad de modular las narrativas, producir contenidos y viralizarlos pertenece ahora a los ciudadanos de a pie. Este es el mayor cambio del activismo de nuestros días, ya no pertenece únicamente a movimientos globales organizados o a grandes corporaciones, sino que pertenece a todos.
Un activismo real
Ahora bien, las preguntas que necesariamente caen en la mesa son ¿si todo el mundo es activista entonces nadie lo es? ¿En dónde queda el rol de las empresas y sus líderes en este escenario “democratizado” del activismo?
Lo fundamental está en el fondo y en el foco. El activismo tiene que superar la necesidad de lo viral y lo sensacionalista, de pasar de la polémica a la acción y a la transformación, de hacer de las causas individuales, causas colectivas, y allí las organizaciones tienen una responsabilidad preponderante al frente.
Desde el fondo, las compañías tienen la responsabilidad y la necesidad de ser actores sociales relevantes y conectados si quieren ser capaces de garantizar su sostenibilidad en el largo plazo.
Desde el foco, en la identificación de causas concretas, reales y diferenciales en las que su apuesta pueda hacer la diferencia para sí misma, pero sobre todo para su entorno, lejos de cualquier arrogancia y cerca de lo que realmente genera cambios.
El activismo corporativo puede ser riesgoso, si se hace de manera beligerante y cosmética, pero evitar adoptar una postura o permanecer neutral es igualmente arriesgado. El llamado que tenemos hoy como organizaciones y como líderes es a movilizar un activismo consciente, menos ególatra y polarizador, más accionable y sobre todo que aporte al bienestar general.
Se trata de asumir el papel de agentes sociales que hoy, más que nunca, estamos llamados a tener.
Escrito por: María Esteve, socia y directora para la Región Andina LLYC.
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