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La mayoría piensa que el o la ex son lo peor que nos ha pasado en la vida, sin embargo si lo pensamos mejor… no es así.

Existe un pensamiento generalizado de que el ex merece un total repudio, como si se tratase de nuestro enemigo mortal. Pero a veces pienso que quizás esa no es la manera más emocionalmente saludable de abordar el tema.

A menos que la ruptura haya sido desgarradora y el daño anule cualquier buen recuerdo, creo que es posible hasta tener gratitud. Y no solo con nuestro propio ex, sino especialmente con el ex de nuestra pareja actual. Eso resulta aún más desafiante, pues estamos acostumbrados a ponernos del lado de quien queremos, y a convertir al otro en el malo de la película.

 

 

La reflexión más madura

Antes de conocer a mi esposa, ella tuvo una relación de varios años con un chico a quien no odio, pero que admito me generó incomodidad alguna que otra vez, cuando me lo crucé de casualidad. Luego maduré, y pensé que, en tantos años, él de seguro influyó en la personalidad de la que ahora es mi esposa…, ¡y de esa personalidad también me enamoré!

Los tiempos de Dios son perfectos

En mi caso, antes de empezar la relación que me llevó al altar, salí con una chica bastante mayor —recién había terminado mi discernimiento vocacional— y, aunque claramente no funcionó, me obligó a madurar —¡y a hacer presupuestos!— para estar listo para cuando mi futura esposa llegara a mi vida. Por eso dicen que los tiempos de Dios son perfectos.

Tú también eres el ex de alguien

Esto no significa que debes desbloquear a tu ex y llamarlo ahora mismo para agradecerle, ni esforzarte por ser amigos, no. Esto no lo recomiendo para nada. Sólo se trata de evaluar si aún es el villano que tenías en mente. Recuerda que tú también eres el ex de alguien, ¡y no necesitas enemigos gratuitos!

Para cerrar, quiero invitarte a pensar en algo más. Si somos cristianos y creemos en la conversión, esperaremos que la persona a la que en algún momento quisimos no sea más la suma de los defectos que recordamos, sino una mejor versión. Una persona más cercana a ser santa, aunque no nos toque a nosotros conocerla así.

 

 

Escrito por: Somos Roberto (Diseñador gráfico publicitario) y Johanna (Traductora), vía amafuerte.com

 

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