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Mucho se habla respecto a que nuestros hijos son lo más valioso, pero ¿dónde queda tu cónyuge entonces?

Tu cónyuge es el amor de tu vida, no tus hijos…

Recuerdo que una vez, cerca de San Valentín, escuché en la radio un segmento en el que se dedicaban canciones románticas y una oyente llamó a dedicar “Tú me cambiaste la vida”. Seguramente saben quién la canta —yo no lo sé, pero seguro ustedes sí—. Lo anecdótico fue que en su llamada dedicaba la canción a un hombre, pero aclaraba que no era su cónyuge, sino su hijo.

No sé más detalles de la vida de esa mujer como para evaluar el caso, pero me hizo pensar en ese pensamiento generalizado “por mis hijos soy capaz de todo”. Ojo: me parece muy bien, pero…, ¡siempre y cuando no sea a costa del cónyuge (aunque me parece que es una frase más común en madres)!

 

 

Urgente e importante

Creo que, cuando llegan los hijos, es muy fácil desplazar —inconscientemente— la prioridad de tu vida de tu cónyuge a ellos. Es similar a la diferencia entre “emergencia” y “urgencia”, en términos médicos: uno de los casos implica riesgo de muerte, y el otro no. Pero ambos son importantes.

Cuando llegan estos bebés tan hermosos e indefensos, es natural y urgente atenderlos en todas sus necesidades, claro. Pero cuando su valor se pone por encima de la relación conyugal que les dio origen, la vida se desordena, y empiezan los problemas.

Renovar el amor

En nuestro caso particular, tener un recién nacido en casa me hace amar más a mi esposa, al ver su entrega y devoción por cuidarlo, sin dejar de lado sus demás obligaciones afectivas familiares.

Con amigos, siempre bromeamos con que los hijos de unos y otros son “unos santitos”, y en parte es verdad, pues en su inocencia no caen en el pecado al nivel que nosotros, los adultos. Así visto, qué fácil es amar a nuestros hijos —que, fuera de alguna pataleta o llanto difícil de manejar, no presentan los defectos de carácter de tu cónyuge—, ¿no?

Sin embargo, los hijos, fruto del amor conyugal, deben renovar este amor que les dio vida, no competir con él. Qué bonito sería poder pensar que justamente esa “versión bebé” de tu cónyuge, que tiene los ojos de tu esposa o la risa de tu esposo, es un condensado de las características que te hicieron enamorarte en un primer lugar.

Si amas a tus hijos, lo mejor que puedes darle es un matrimonio sano y unos padres que se aman y se entregan el uno al otro, cada día, hasta el extremo. Esto construirá su mundo y su seguridad, más que ponerlos en un lugar que no les corresponde como “el amor de tu vida”. Y sí: los hijos te cambian la vida, pero no te pueden cambiar las prioridades; Dios, cónyuge, hijos es el orden a seguir. ¡Ellos te lo agradecerán!

 

 

Escrito por: Somos Roberto (Diseñador gráfico publicitario) y Johanna (Traductora), vía amafuerte.com

 

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