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La vida sencilla y austera nos regala un enorme tesoro: tiempo y paz. Estás a tiempo de encontrar la grandeza de vivir.

Estamos asediados por el afán de pasarlo muy bien y estar al tanto de todo. Queremos estar en todas partes y si no es físicamente, por lo menos que sea virtualmente. Nuestra vida, padres e hijos mayores (y no tan mayores si tienen un móvil), está marcada por grandes corporaciones que se disputan captar nuestra atención para vendernos publicidad y recopilar datos, sobre nuestras vidas, que luego se convertirán en Big Data para orientar nuestras conductas presentes y futuras. Son los algoritmos. Inteligencia Artificial que nos quiere ocupados y a veces sin descansar.

Imagino que habrá Inteligencia Artificial con buenas intenciones y encaminadas a resolver problemas. Los algoritmos de las redes sociales y los motores de búsqueda (Google) nos achuchan mucho y no precisamente de un modo desinteresado. Y nos invitan a comprar on-line. Es más, según una profesora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, Shoshana Zuboff, estamos inmersos en una sociedad que nos vigila con vistas a obtener beneficio económico de nuestras vidas hiperconectadas.

 

 

Siempre ocupados

¿Es cierto este asunto? Hay mucha discusión sobre el tema. Seamos prácticos. Vayamos a las consecuencias para nuestras vidas inmediatas.

¿Cuál es el resultado, si a ello le sumamos la televisión, y sobretodo las series, y en muchos hogares la abundancia de plataformas de videojuegos, apuestas, etc.?

Pues el efecto en nuestras rutinas diarias es la ocupación constante, el mirarnos al espejo constantemente de Instagram y Facebook, el compararnos y a la vez buscar los tres minutos de gloria de un tuit agresivo.

Estamos excitados y polarizados. Para un cristiano las redes sociales y las noticias falsas (fake news) pueden ser además un incentivo para el odio y la intransigencia. Es verdad que algunos políticos no ayudan. Pero tampoco ayudan algunos medios de comunicación más serios, tanto en papel como en la red.

Hay que saber quién nos introduce en la carrera del odio. Los cristianos nos distinguimos por la caridad, no por el rencor y el odio.

 

 

Respuesta personal

La respuesta ha de ser parar y bajarse de este tren tan tenso, tan “divertido” y a la vez, en tantas ocasiones, tan histérico. Hay que buscar tiempos tranquilos, sosegados, hay que alcanzar la paz. Y la paz requiere tiempo y bucear en nuestra interioridad que podría haber sido amordazada por tanta pantalla sin respiro.

Sabemos que algunos adolescentes de resultas de tanta vida en el smartphone llegan a sufrir, a agobiarse, a causa de sus relaciones con sus iguales. Llegan, incluso, como consecuencia de conflictos o burlas (el ciberbullying también se mete en casa) a desórdenes como la ansiedad y la depresión. Y otros no pueden concentrarse en el estudio. Hay que pegar un cierto frenazo y abrir las ventanas.

Las ventanas para que entre el oxígeno que nos permite descansar. Un oxígeno que es respirar a fondo, pausadamente para leer, para escuchar música con sosiego. Para quedar con los amigos (los buenos y contrastados amigos) en la realidad real. Pero sobre todo para redescubrirnos y saber quiénes somos y adónde vamos.

Los padres deberían auscultar sus relaciones de pareja y el proyecto educativo para su familia.

Los hijos mirar más hacia el futuro, elegir a los mejores amigos en la vida real. Aquellos amigos que les acercan a la mejor versión de sí mismos. Hoy los adolescentes y los jóvenes necesitan un tiempo de paz y silencio para estudiar a fondo, leer, elegir sus opciones de futuro: tanto en los estudios como en el futuro laboral.

 

 

Abrirse a la Trascendencia

Padres e hijos deben bajar los bafles del ruido de las pantallas, deben aminorar los movimientos y los colores de sus móviles o tabletas para oír y ver al Señor. Deben conquistar un tiempo para Dios. Estoy hablando de orar.

Estoy hablando de la necesaria austeridad para meditar sobre los temas más importantes. Para rezar hay que meterse en uno mismo y dejar hablar al Señor. El Señor es inaudible e invisible para los ojos y los oídos congestionados por el ritmo trepidante del mundo digital.

Hay que adentrarse en el silencio, meterse en el corazón y encender la luz de la interioridad. En la interioridad de cada uno pueden pasar muchas cosas si nos quitamos los cascos y nos sacamos las orejeras digitales. Si andamos en paz, en paz con nosotros mismos porque nos hemos regalado un tiempo diferente y nuevo, encontraremos solución a problemas muy serios que los algoritmos no pueden solucionar. El Espíritu sopla como brisa suave.

 

 

Escrito por: Ignasi de Bofarull, vía Aleteia.

 

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