Planteémonos si nuestras familias están separadas por la tecnología.
Es fácil notar como los chicos se distancian cada vez más, ellos, a pesar de estar a solo milímetros de nosotros, en realidad están en cualquier otra parte, cambiando constantemente sus destinos con un solo clic.
Volver a lo que nos unía
Cuestionamos mucho a estas generaciones, pero la verdad es que son el resultado de las familias que hemos formado. Familias que parece que solo tienen en común las apps que comparten, en lugar de sus tradiciones familiares. Y es que al hablar de tradición hoy el saldo está en contra, ya que la forma más directa de transmitirlas es desde el encuentro, en el que estamos perdiendo la batalla frente a las pantallas.
Nos enfrentamos a la amenaza de extinguir el encuentro y erradicar el diálogo en las familias, impidiéndonos transmitir nuestros valores, nuestra herencia, ese sello que nos hace únicos, pero a la vez pertenecientes, aquello que nos da una identidad, seguridad y estructura para formar una personalidad sana.
Si perdemos el diálogo, cómo podremos trasmitirles nuestra herencia a los hijos. Y luego, ¿cómo podrán ellos absorber toda esta savia para a su vez expandirla a otras generaciones? Sepamos que, aunque las pantallas estén, no construyen, ni educan familias.
No estemos sin estar
Cuando priorizamos otras cosas fuera de la familia decimos que este tiempo es reemplazable. “Visitamos” a los abuelos, pero no les prestamos la atención que merecen por estar conectados al celular. Si escogemos atender una llamada en lugar de escucharlos o acompañarlos les decimos que su presencia no cuenta. Este mensaje que transmitimos puede generar sentimientos de inseguridad y abandono, ocasionando una desconexión del primer entorno (familia nuclear), uno de los elementos más importantes en la constitución de una personalidad saludable.
La dinámica familiar actual, en su mayoría, carece de conexiones emocionales y no nos damos cuenta que nosotros también estamos atrapados entre pantallas. Nos quitamos el derecho de educar en tiempo real y comenzamos a corregir o incluso a “dar cariño” por medio de un mensaje de texto.
No reemplacemos el amor real
Analicemos el tiempo que pasamos en el celular versus el tiempo que le dedicamos a nuestros abuelos o a la familia. Si la respuesta es a favor del celular, hagamos el ejercicio de hablar con nuestros hijos, padres, esposos, con los ojos en ellos, lejos de pantallas.
No se trata de erradicar la tecnología de nuestras vidas, ni de la de ellos, sino de educar con prioridades, normas y horarios.
Es tiempo de retomar la importancia de la familia, de compartir con los abuelos, de aprender de ellos su historia, que también es la nuestra. Seguro está rica en experiencias que ayudará a los más jóvenes a edificarse como personas, con una identidad de familia y confianza en sí mismos.
Reanudemos las familias de antaño, esas donde la sobremesa del domingo lejos de ser solo una extensa conversación de adultos, con “temas aburridos”, se convertía en raíces que poco a poco nos fueron formando en una familia unida, permitiéndonos volar con criterio y certezas.
Por Egda Orejuela
Psicóloga en Rehabilitación Educativa
Máster en Neuropsicología y Educación