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Este 10 de septiembre en el Congreso Eucarístico Internacional se reflexionó sobre: «un mundo herido».

Con la Conferencia “Mundo herido”, pronunciada por el actor y director de cine español Juan Manuel Cotelo, inició el 53° Congreso Eucarístico Internacional. La disertación la desarrolló a partir del pasaje bíblico de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) y destacó que Jesús, ayer y hoy, sigue caminando junto a sus discípulos en el camino de la historia.

Mencionó que Jesús, como buen actor, se disfraza de desconocido y se hace cercano a cada hombre y mujer de todo tiempo y lugar. Él nos pregunta: ¿De qué hablaban por el camino?

Recordó que la tentación en un mundo herido es buscar a Jesús para imponerle nuestro propio plan de salvación. Al hacer eso, -señaló- estamos rindiéndonos y adorando a los poderes de este mundo que quieren resolver la violencia humana con más violencia.

Para los cristianos, Cristo es la respuesta de Dios al mundo herido que tanto ha amado. El estilo de Jesús está marcado por la humildad de sentirse Hijo. Él sabe perder al egoísmo para ganar en el amor a Dios y al Prójimo. La lógica de Jesús es la oración al Padre y del perdón que busca la unidad y combate el engaño de la superficialidad.

Finalmente, invitó a mirar el mundo con los ojos de Jesús: mirada que no condena, sino que salva. ¡Ya tenemos al Salvador del mundo! No tenemos que inventar nada. Necesitamos creer más en Cristo y llevar la fuente salvadora del Evangelio y de la Eucaristía al mundo herido. No tengamos miedo, que la gracia de Jesús nos basta como decía San Pablo. Como conclusión, Juan Manuel Cotelo compartió un mensaje que el Papa Benedicto XVI le dio: “El más pequeño es el más poderoso, ¡sé siempre pequeño!”.

 

 

Las heridas de la sociedad y de la ciudad

En la segunda parte de la mañana, el Dr. Rodrigo Guerra (México), Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, y el Lic. Pabel Muñoz (Ecuador), alcalde del Distrito Metropolitano de Quito, invitaron a tomar conciencia de las heridas de nuestras sociedades y ciudades, como la corrupción y el individualismo; la destrucción de la Casa Común y el consumismo; la injusticia social y el egoísmo, entre otras heridas. Así también los dos expositores manifestaron la fuerza de la fe cristiana para transformar los corazones y la realidad, no como adhesión a una ideología sino como la fuerza de Dios que nos precede en la presencia de Cristo en cada hombre y mujer que vive la fraternidad como una exigencia de humanidad y de vida cristiana.

 

 

Las heridas de la guerra y de la migración

Por la tarde, Mons. Hryhoriy Komar, obispo auxiliar de Sambir – Ucrania, compartió los rostros y las historias de las víctimas de la guerra desatada en su país hace ya tres años, bajo la consigna de “no traicionar a Cristo, no traicionar la verdad”.

Fue el portavoz de las historias de tantos inocentes que mueren por el fuego cruzado, familias desaparecidas y niños que están perdiendo su infancia a causa de esta guerra. Mons Hryhoriy concluyó su intervención pidiendo tres cosas: Orar por Ucrania, solidaridad con el pueblo ucraniano y que, “cuando se acabe la guerra vengan a Ucrania, por favor”.

El segundo testimonio fue expuesto por Leyden Rovelo, del ministerio Hispano de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, quien habló de la realidad de la migración que, si bien ha llegado a revitalizar las parroquias de Estados Unidos, sigue siendo una realidad de dolor, miedo y desolación.

En su experiencia ha podido palpar el pavor que sienten los migrantes, los dramas humanos al verse separados de su familia, pero también la alegría más grande al saberse acogidos y tratados como personas.

Rovelo recordó que, si bien la Iglesia defiende el derecho soberano de las naciones a regular sus fronteras, también resalta el imperativo de defender la dignidad humana. Así en EEUU han empezado una campaña que propone dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

En la parte final de su exposición recordó que la vida cristiana es “migrar” hacia nuestra patria definitiva: el cielo. Tenemos un Dios migrante para un pueblo migrante.

 

 

Fuente: Congreso Eucarístico Internacional.

 

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