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¿Sabes cuáles son los ingredientes del amor verdadero? ¡Te comparto una receta infalible que sin lugar a dudas debes conocer!

Siempre hemos tenido la experiencia de soñar con nuestro futuro. ¿Quién no se ha ilusionado cuando empieza una carrera profesional?; ¿Quién no se ha emocionado al pensar en el viaje de sus sueños? O ¿al pensar en su vida junto a alguien más? Llevamos en nuestro interior muchísimos anhelos que han sido dados por Dios que nos ilusionan, nos mueven desde lo más profundo, ingredientes de nuestra felicidad.

Cuando aterrizamos esto en el campo del amor, podemos tener muchas percepciones del amor. De cómo debería ser nuestra relación de pareja o incluso de cómo deberían amarnos nuestros seres queridos.

La imaginación coge vuelo y muchas veces nos cuesta entender lo que pasa verdaderamente en nuestro corazón.

 

 

El amor verdadero, ¿un campo desconocido?

A lo largo de la historia de nuestra fe, muchas veces tenemos la experiencia de escuchar acerca del amor de Dios. O mejor aún, ¡que Dios es amor!

Tenemos la experiencia de leer diferentes pasajes en donde se muestra la infinita bondad, amor y ternura con la que el Señor Jesús trataba a las personas. Pensemos en el encuentro de Jesús resucitado con María Magdalena, Jesús curando al paralítico o Jesús lavando los pies de sus discípulos en la última cena.

Incluso llegamos a encontrar un montón de reflexiones que tantos santos han escrito sobre el amor. Sin embargo, todos volvemos a nuestra realidad y nos encontramos la verdad de las cosas: nos cuesta amar.

Y es que quiero decirte que el amor nos introduce en una dinámica que nos exige mirar que existe otro de quien tendré que ocuparme muchas veces. ¿Te acuerdas cuando de pequeños nos decían que pensáramos en el otro?

El amor no solamente nos exige mirar a otros, sino tocar su realidad y su corazón, si de verdad queremos llamarlo amor.

 

 

Siempre amando

El amor verdadero es algo que hemos anhelado desde siempre, y siempre lo hemos intentado vivir, aunque nos equivoquemos en la forma de hacerlo. Pero el arte de aprender a amar es una tarea que toca lo más profundo de nuestro interior.

En el mundo actual el amor se pone mucho en lo pasional, en las sensaciones. Pareciera que hoy día el amor tiene mucho de ancho, porque todo se quiere ver como amor, pero poco o nada de profundidad; cada vez se hace más difícil ver la esencia del amor.

Hace muchos años escuché que la Teología se aprendía de rodillas. Es decir, tratando con el Señor Jesús en la oración. De igual manera, creo que el amor se aprende tratando al Señor y a los demás en lo concreto y sencillo de cada día.

Ser personas implica una dinámica relacional con otro, que es semejante a mí y que es digno de mi amor, de mi caridad, de mi cariño. Y el amor siempre implica un compromiso, me lleva a salir de mí mismo.

Hoy el mundo no quiere saber de procesos, no quiere saber de compromisos afectivos, no quiere saber de familias grandes y numerosas porque se sabe que un amor así va a exigir compromiso personal que nos va a implicar dar nuestro tiempo y disposición por otros y eso nos asusta.

 

 

Un amor que pasa por lo personal

Sin lugar a dudas, el amor pasa por renuncias personales, pero no renunciamos a lo esencial, sino a la comodidad de estar centrados en nosotros mismos para aprender a vivir en clave de donación: «porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mt 16,25).

Es que el amor, definitivamente, si no toca el centro de mi corazón, si no se convierte en la motivación principal de mis acciones y decisiones, se transformará poco a poco en un sentimentalismo carente de significado que vaciará de sentido el fin mismo del amor. Al respecto decía San Juan Pablo II:

«El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».

El amor verdadero es don y tarea

Como hemos dicho al inicio, Dios es amor. Y nos ha dejado su Espíritu Santo, que es derramado en nosotros el día de nuestro Bautismo y Confirmación. Luego, cuando amamos, somos capaces de amar con un amor movido por ese mismo Espíritu, cuando lo dejamos actuar.

Recibimos el amor de Dios como un don de su gracia y a su vez recibimos la tarea de amar: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13,34).

Por eso, aprender a recibir de Dios un amor como Don, nos compromete con una tarea y es reflejar ese amor a los demás.

 

 

Escrito por: Gary Siuffi e Isabela Cañas, vía Catholic-Link.

 

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