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Compartimos cuatro valiosas reflexiones sobre las emociones y la vida espiritual, luego de ver «Intensamente 2».

Los que hemos tenido la fortuna de ver en el 2015 la película «Intensamente», nos entusiasmamos con «Intensamente 2», que ya está disponible en varios cines.

La vida de Riley, ya en su adolescencia, promete nuevos desafíos al experimentar la llegada de cuatro nuevas emociones (Ansiedad, Tedio, Vergüenza y Envidia) que, sin duda, todos conocemos muy bien. Te dejo el tráiler por si no lo has visto.

Puedes leer este artículo sin miedo a spoilers, pues te hablaré de lecciones que me quedaron cuando vi la primera parte de «Intensamente».

Ahora que se ha lanzado la película «Intensamente 2», creo que siguen siendo válidas para entender cómo relacionarnos con nuestras emociones.

 

 

Lecciones de la primera película, antes de ver «Intensamente 2»

En la primera película, Alegría es el personaje central. Vive corriendo de aquí para allá intentando resolver cualquier situación compleja que tiene Riley, porque según ella, la niña siempre debe estar feliz. Así que en su afán por mantener el control les indica a las otras emociones qué deben hacer.

Lleva años como «jefe», pero ante un cambio significativo en la vida de Riley se vuelve un reto intentar que la niña encuentre razones para ser optimista.

Este es sin duda uno de los mayores aprendizajes que nos ofrece la película. Pues resulta que la vida está llena de pruebas, de situaciones complejas, de problemas que tenemos que aprender a resolver. Así que si solo juzgamos el éxito y el bienestar de nuestra vida por experimentar una felicidad permanente, muy probablemente nos sentiremos fracasados.

Por ende, es importante quitarnos las máscaras que muchas veces usamos en redes sociales para aparentar una vida perfecta que está lejos de lo que es en realidad. Aceptar que todos tenemos desafíos en nuestro trabajo, en las relaciones de pareja y en nuestro ámbito espiritual no nos hace menos. Nos muestra humanos y eso es clave, porque la vida vale la pena vivirla con todas sus imperfecciones.

 

 

Las emociones no se juzgan

¿Recuerdas cómo, en la primera película, el personaje de Alegría desestima todo el tiempo a las otras emociones? Justamente, termina fuera del cuartel central al intentar que Tristeza no toque los pensamientos centrales de Riley y los «contagie» con una emoción que ella considera mala.

Los psicólogos y terapeutas recomiendan precisamente que no le asignemos etiquetas a nuestras emociones, que no las califiquemos como buenas o malas. La idea es asumirlas, abrazarlas y reconocer por qué hacen presencia, qué sensaciones producen y cómo podemos gestionarlas.

No se trata de quedarse en ellas, sino aprender a transitarlas. Descubrir qué vienen a enseñarnos y cómo nos pueden ser útiles.

La estabilidad emocional parte de darle a cada emoción su espacio

Se trata entonces de que seamos conscientes de nuestras emociones y les demos espacio a cada una de ellas según la experiencia que estemos atravesando.

Si nos conocemos lo suficientemente bien, podemos entender qué emoción es natural que surja y nos permitiremos experimentarla.

Así que sentir enojo es normal, sentirse frustrado también. Luchar contra eso no tiene sentido y nos termina agotando más. Pensemos más bien, por qué tenemos enojo o frustración; eso cómo nos hace sentir, qué sacamos de ello y cómo podemos manejarlo a nuestro favor. Recordemos que la frustración bien empleada es, en muchos casos, el detonante que nos impulsa a no dejar de intentarlo.

 

 

La espiritualidad, base sólida para la gestión de las emociones

Esta revisión que te he propuesto de la película no puede cerrar sin que tengamos presente que como seres humanos contamos con un elemento fundamental para nuestro crecimiento y es la espiritualidad.

Saber que somos hijos de Dios, que tenemos como modelo a Jesús y disponemos de la gracia del Espíritu Santo marca la diferencia.

Dios nos mostró el amor con que nos ama y nos dio la capacidad de amar de la misma manera. Nuestra gestión de las emociones debe pasar sin duda por el amor, para encontrar en ellas un propósito mayor.

Jesús al encarnarse como hombre sintió alegría, tristeza, furia e incluso temor. Y en cada una de esas experiencias siempre recurrió a su Padre para encontrar en Él el regocijo, el consuelo, la determinación y la fortaleza que le permitieran continuar con su misión.

Asimismo, la acción del Espíritu Santo mediante sus dones es capaz de transformar nuestros pensamientos, sentimientos y emociones en beneficio de nuestra razón de ser y de nuestra tarea evangelizadora.

Por lo tanto, en nuestra fe encontramos la semilla a partir de la cual nuestras emociones pueden dar mejor fruto. Sintámonos en la libertad de vivirlas, de gestionarlas y en hacerlas parte de una mejor versión de nosotros mismos, que redunde en favor de los demás.

 

 

Escrito por: Angélica Moreno, Comunicadora social-periodista y teóloga, vía Catholic-Link.

 

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