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Un durísimo golpe en la vida de Jenny Estrada la condujo a un reencuentro con Dios y, hoy vive feliz y en paz gracias a ello.

Periodista, investigadora e historiadora, Jenny Estrada Ruiz, nos ha deleitado con muchos libros e historias de personajes ilustres, hoy no escribe sobre otra persona, nos cuenta sobre su calvario durante la pandemia y su reencuentro con la oración.

Hace 11 años exactamente (agosto 19 de 2009), el estallido de un aneurisma con derrame cerebral masivo, segó la vida de mi hija Carolina a los 43 años de edad. Ese hecho súbito y brutal me dejó en shock. No entendía lo sucedido. Aunque mi hija padecía de hipertensión congénita, controlada y medicada llevaba una vida normal. Por simple lógica, debía ser yo quien tenía que partir primero. Y me negué a aceptar la voluntad de Dios.

Como nadie nos prepara para sobrellevar un golpe emocional de esa naturaleza, caí en un mar de confusiones y sólo veía ante mí un oscuro precipicio que me alejaba de todos mis principios y de mi fe.

Yo debía reincorporarme al trabajo por lo que necesité y busqué la ayuda de un sicoterapeuta, que me explicó los procesos del duelo y hasta los plazos de esas instancias por las que uno tiene que pasar para asumir la realidad y superarla. Pero yo seguía dolida y resentida, en negación y rebeldía, porque aún en el cementerio esperaba el milagro de Lázaro que no se dio.

El especialista me ayudó a entender que no debía seguir cuestionando la voluntad de Dios con la típica pregunta del egoísta: ¿por qué a mí, Señor?, sino que para entender lo sucedido, ese por qué, tenía que volverse un: ¿para qué a mí, Señor?… Y de ese modo, se fueron abriendo los ca minos de la comprensión y la aceptación. Pero toma tiempo procesar el dolor hasta volverlo algo muy íntimo y personal, lo que es posible, únicamente aferrándose a la fe. Eso hice, pero un poco alejada de la oración.

 

 

Otra dura prueba y decidir buscar a Dios

Once años después, la tragedia volvió a sacudirme a causa de la pandemia que afectó a mis otros dos hijos. Xavier, que vive en Ciudad Celeste, soportó los graves efectos del COVID-19 en total aislamiento domiciliario y Ximena que reside en Santiago de Chile, estuvo al borde de la muerte, 6 semanas entubada en el respirador y con pronóstico reservado por recaída. La angustia de no poder verlos y el no poder hacer nada por ellos, me derrumbó anímicamente.

No lo pensé más y solo ofrecí mi vida a Dios a cambio de las vidas de mis hijos adorados, refugiándome en la oración y la meditación convencida de que mis súplicas serían escuchadas por la Mater y por el Señor de la Divina Misericordia.

Felizmente no estuve sola, mis primas, mi familia, mis amigos y los grupos de oración, que diariamente hacían cadenas en este y otros países, me dieron el soporte emocional y alimentaron la esperanza.

Cambio y aprendizaje

Esta experiencia me reconcilió con el poder de la oración como vía de conexión con el alma y me ayudó a sentirme espiritualmente ligada a mis hijos, a quienes no podía ver ni abrazar, pero sentía protegidos por la fuerza de la fe. Gracias a Dios sus vidas se salvaron y se recuperan de las secuelas de tan diabólico mal, que en el caso de Ximena tomará un largo tiempo.

Ahora, la gratitud es el sentimiento que me inspira al rezo diario del rosario; y entre la oración y la práctica de respiración yoga, mantengo la serenidad que necesito para afrontar las duras realidades de nuestro país que sigue azotado por el virus y también por la tremenda pandemia de la corrupción.

«Su ejemplo es inspiración para mujeres jóvenes. Se esmera por lo que quiere conseguir. Investigadora, escritora, historiadora, pianista, gran lectora, honesta, intensa, excelente cocinera, independiente, profesional, prolija en su trabajo, madre, abuela, tía querida, patriota, guayaquileña madera de Estrada», Xavier Chavez Estrada.

 

 

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