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Siempre procuraremos buscar los productos más saludables para nuestros hijos. Sin embargo, el cambio siempre debe venir desde los padres e involucrar a toda la familia.

Una dieta balanceada

La preocupación por nuestra salud y el cuidado de nuestro cuerpo es algo justo y necesario. Con los avances de la ciencia, que permiten un mejor conocimiento de las causas de muchas enfermedades, los padres pueden educar y formar a los hijos en hábitos alimenticios sanos.

Un menú balanceado no está mal; sin embargo, actualmente somos tan “bombardeados” con recomendaciones sobre grasas, perjuicios del azúcar, colesterol o triglicéridos, que esto genera para muchos una “paranoia hipocondríaca”.

Esta insana preocupación, cuando se traslada a los hijos, genera restricciones y hábitos mal encaminados, lo cual impone limitaciones, que no solo son innecesarias, sino que generan problemas incluso de orden psicológicas.

Cultura del fitness

Sumado a la anterior actitud hipocondríaca, está la obsesiva preocupación por el peso. Someter al hijo al cuerpo perfecto, con dietas inadecuadas, genera un vicio enfermizo. Es triste cuando vemos mamás que restringen el modo como quieren comer sus hijos(as), que son pequeños(as) y –obviamente– no tienen esa preocupación vanidosa por verse como modelos, que existen solamente en revistas o pasarelas de marcas exclusivas de ropa.

Esa obsesión enfermiza, que es fruto de una idolatría a la belleza corporal, impuesta desde temprana edad, hace que surjan cada vez más niños con enfermedades severas como la bulimia o anorexia.

Busquemos la salud y no la esclavitud

La salud es una sana preocupación, pues la vida es un regalo de Dios. Por ello, la manera cómo comemos, para prevenirnos de enfermedades, es una exigencia y responsabilidad. Sin embargo, al convertirse en ansiedad, entonces algo está mal. La salud está para nosotros, y no al revés.

Los padres tienen como primera responsabilidad la salud espiritual de sus hijos. Que sean chicos(as) de fe, que crezcan en su relación con Dios y, en el futuro, sean buenos cristianos. Si desde niños están excesivamente preocupados por su apariencia física, van a preocuparse mucho más por su cuerpo que por su vida espiritual.

Por Pablo Perazzo
Máster en educación

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