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«Mi cuerpo, mi decisión»… es la frase que se ha vuelto popular en el mundo, pero qué hay detrás de la misma en la estética.

No, este artículo no es sobre derechos reproductivos, aunque aprovecho para recordarles que el derecho no es suyo de reproducirse, sino del niño a nacer naturalmente en un hogar estable con papá y mamá. Pero hoy abordaré otro aspecto al que la cultura del mundo aplica este eslogan «mi cuerpo, mi decisión» en: los tatuajes, los piercings y los procedimientos estéticos.

No sé si porque un grupo de jóvenes nos consultó recientemente sobre este tema, pero en estos días he notado a más personas con tatuajes en la calle. En efecto, para muchos es una nueva forma de expresarse. De ser una práctica tabú se está convirtiendo en algo más común, casi un ritual de entrada en la adultez para las nuevas generaciones. En ocasiones tienen un significado profundo y aparentemente trascendental, en otras son sólo un acto de rebeldía o un intento por encajar socialmente.

 

 

¿Qué motiva que alguien decida marcar su cuerpo?

Analizar las motivaciones individuales sería tedioso, pero es pertinente reflexionar sobre los efectos que estas modificaciones al cuerpo, particularmente en los jóvenes, suelen tener a mediano y largo plazo. Primero el arrepentimiento: la mitad de las personas de hasta 35 años y el 25% del total de entrevistados por la encuestadora Harris en EEUU lamenta haberse tatuado. Sea porque los tatuajes perdieron el significado que tuvieron años atrás o porque impactan la imagen profesional y social, lo cierto es que con la madurez también se los ve con otra perspectiva.

Luego viene la afectación a la salud: algunas tintas pueden ser tóxicas, provocar reacciones alérgicas, interferir con resonancias magnéticas por su contenido metálico y penetrar más allá de la piel a órganos internos; se han dado contagios de hepatitis C y otras infecciones. Por lo estético remover un tatuaje es costoso y no siempre 100% efectivo, por lo médico las consecuencias son a veces irreversibles.

Sabiendo que el cerebro no desarrolla plenamente su corteza prefrontal y, por tanto, su capacidad racional antes de los 25 años, es un hecho científico que ejercer buen juicio es una habilidad que no está representada por la inteligencia o responsabilidad que un joven haya demostrado a temprana edad; su amígdala es la que continúa procesando las decisiones con un sentido emocional.

 

 

Consecuencias físicas y sicológicas

Así, como con muchas otras decisiones, la de tatuarse o someterse a un procedimiento estético es una que podría terminar en arrepentimiento, bien por las consecuencias físicas como las psicológicas. Como le dije a mi hija mayor en los años previos a que cumpliese 18 “no porque seas mayor de edad podrás tomar libremente cualquier decisión, además porque en definitiva seguirás viviendo bajo un techo, comiendo una comida, teniendo acceso a servicios de salud, disfrutando de comodidades que no pagas”. Ella quería hacerse un tatuaje y creía -erróneamente- que bastaba con ser considerada por el estado como una adulta.

Y, aunque la respuesta que di al grupo de jóvenes con quienes conversamos sobre este tema aplica a todo individuo de toda edad, pienso que es pertinente compartirla con los padres de familia que nos leen para darles un argumento más para esas difíciles conversaciones con sus hijos.

En esta era donde inyecciones de ácido hialurónico y botox, cirugías, liftings e implantes se vuelven populares entre adolescentes y jóvenes adultos, vale profundizar en las verdaderas motivaciones para elegir estos procedimientos, el “derecho” de un menor de edad a pedirlos, sus riesgos y efectos futuros, así como también la cuestión moral de dedicar recursos valiosos a la imagen personal, en detrimento de otras necesidades familiares y personales.

Tanto se ha deformado la sociedad por el uso masivo de redes sociales que el culto a la imagen ha alcanzado nuevos niveles en que el valor del ser humano se mide en likes sin importar las consecuencias ni el precio a pagar.

 

 

Escrito por: Pablo Moysam D.
Twitter: @pmoysam
 Spotify: Medio a Medias.

 

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