Las relaciones están en constantes cambios, y para mucho esto no es nada fácil de aceptar o de poder adaptarse a ello.
Las relaciones de pareja son dinámicas. Empiezan con la atracción y la emoción para luego configurar una hermosa alianza. ¿Qué sucede en el camino cuando vamos haciéndonos adultos con nuestra pareja? ¿o cuando el camino a la virtud se vive en ritmos distintos? Me enamoré de una persona cuando éramos adolescentes y esta misma persona ya no es precisamente “la misma” ahora que somos adultos, hay gran cambio.
La crisis
Todo cambio genera dolor. Nuestra mente es experta en buscar agilizarnos la vida, por eso genera “atajos” para interpretar de la realidad y dirigir nuestra conducta. La lógica es la siguiente, ¿para qué gastar energía en crear nuevos hábitos cuando se puede repetir patrones ya conocidos? Nos gusta la sensación de seguridad porque sobre lo desconocido no tenemos control. ¿Me seguirá amando aun cuando ya no es la misma persona de antes? O más bien, ¿podré yo seguir sintiendo lo mismo ahora que he cambiado?
Cambia, todo cambia
La libertad individual no es enemiga de la buena convivencia. Todo lo contrario, como diría la filósofa argentina Alejandra Planker de Aguerre: “mientras mejor me conozco, mejor elijo; mientras mejor elijo, más libre soy”. Pues, aunque nos genere nostalgia nuestro pasado, es importante abrirnos a la posibilidad de (re)conocer a nuestra pareja cada día y cada año que pasa. El cambio es inevitable, así como el dolor, por ello es necesario preguntarnos ¿qué sentido tienen estos cambios? ¿nos ayudan a crecer en el amor?
El punto medio: la virtud
Sí, hemos crecido, hemos cambiado y pensamos distinto; lo más probable es que nos tome un tiempo volver a andar a la par, pero hay esperanza. En el camino podemos y debemos buscar la virtud: ese punto medio en el que, en libertad y por amor, decidimos coincidir. Porque como dice el padre Ignacio Larrañaga: “si supiéramos comprender no haría falta perdonar”.
Escrito por: Anagrama, vía amafuerte.com
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