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Vivimos en la era de las “pantallas”; los niños están enganchados y los adultos también lo estamos, hasta el punto de descuidar a los hijos. Así lo señala Erika Christakis en un artículo en The Atlantic llamado ‘Los peligros de la paternidad distraída’. 

Ante estas aseveraciones, la periodista de Nueva Zelanda Carolyn Moynihan, interesada en los temas de familia, ha hecho un análisis en Mercatornet que compartimos a continuación.

“La conexión paterno o materno filial es cada vez de peor calidad, se ha convertido en una especie de sucedáneo” señala el artículo de The Atlantic. Los padres pasan más tiempo en presencia de los hijos, pero no tienen una buena conexión emocional con ellos, y el principal sospechoso de esto es el teléfono móvil. Los padres que están en el trabajo sufren su propio tipo de trastorno de inducción mental, lo que los expertos llaman “atención parcial continua”. Eso es malo, no solo para ellos, sino también para sus hijos.

Erika no dice que los padres tengan que prestar una atención permanente y completa a los niños cada vez que están presentes en la misma habitación, lo que para las madres de niños muy pequeños puede ser mucho tiempo. Dejar al niño en el corralito durante un rato con sus propios juguetes, o incluso dejarles con una pantalla un ratito no hace ningún daño.

El peligro de la atención dividida

El problema principal al que se refiere Erika es la atención dividida. Esto interrumpe el desarrollo del habla del bebé que se da cuando los padres, y de manera especial, las madres, hablan con sus hijos bebés. Ese desarrollo, en última instancia, construye la arquitectura básica del cerebro del bebé.

Gracias a este “dueto conversacional”, en el que el adulto utiliza un tono de voz muy alto, una gramática simplificada, y un entusiasmo exagerado al que el bebé responde con igual entusiasmo, el bebé aprende el lenguaje (o los lenguajes) de una manera mucho más rápida que aquellos que no han tenido estas conversaciones que resuenan emocionalmente.

Pero, ¿qué pasa cuando esta conversación se interrumpe por una madre que quiere echar un vistazo rápido a su Instagram? Carolyn advierte: los investigadores han descubierto que cuando las personas que cuidan a los bebés se distraen con el móvil, iniciaban menos conversaciones y respondían menos a sus bebés.

En un experimento, se metió a 38 madres con sus hijos de 2 años en una habitación. Las madres debían enseñar dos palabras inventadas a sus hijos. A las madres se les dio un teléfono para que los investigadores pudieran contactar con ellas desde otra habitación. Cuando los investigadores interrumpían a las madres llamándolas por teléfono, los niños no aprendían las palabras. En cambio, si no eran interrumpidas, las aprendían.

La distracción permanente que generan las pantallas

“La distracción parental ocasional no es catastrófica”, apunta Erika. “Pero la distracción crónica es otra historia”. Los adultos pueden ser irritables cuando son interrumpidos al utilizar el teléfono, y cuando pierden pistas emocionales o las leen mal, explica Carolyn.

La diferencia fundamental está en la duración de las interrupciones y distracciones. Cuando la distracción es deliberada, corta y puntual, puede ser incluso beneficiosa para los padres y los hijos. Si el adulto sufre de una distracción crónica, puede ser que no se comunique con su hijo por considerarlo menos valioso que un email.

“Lo que ocurre en nuestros días es el crecimiento de los cuidados impredecibles, que están gobernados por las constantes notificaciones de los smartphones”, advierte Erika.

La peor paternidad: estar -bloqueando autonomía- sin atender

“Parece que hemos tropezado con el peor modelo de paternidad posible: estamos siempre presentes físicamente delante de nuestros hijos, bloqueando su autonomía, pero a la vez no prestamos ninguna atención emocional”.

De todas formas, los niños están programados para conseguir lo que necesitan de los adultos; incluso con berrinches si es necesario. Carolyn afirma que estos berrinches se van a multiplicar según los niños vayan creciendo y entrando en el colegio. Al mismo tiempo, los adultos no comprenden cuánto sufren los niños cuando no conectamos emocionalmente con ellos. Carolyn pone como ejemplo la desatención que han sufrido los huérfanos.

“Los adultos también sufren”, añade Erika. “Tienen la miserable sensación de que pueden ‘estar a todo’ y en estas circunstancias es más fácil para un adulto centrarse en el tiempo de pantalla de su hijo que en guardar sus propios dispositivos”.

En definitiva, el consejo de Erika que apunta Carolyn es que un padre puede hacer más con sus hijos en menos tiempo, si en ese tiempo está del todo concentrado.

Vía LaFamilia.Info

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