A un niño cualquier evento le causará curiosidad y sorpresa.
Existen algunas preguntas sobre qué cosas –de las que suceden en casa- pueden y no pueden saber los niños. Así que me he tomado este espacio para dar mi punto de vista con base en el trabajo que he hecho durante algunos años con los niños como mis pacientes y mis estudiantes.
Ante todo es fundamental aclarar que los niños son perfectos pequeños seres humanos, es decir, tienen todas las habilidades del adulto, con la diferencia de que tienen menos experiencia porque han vivido menos y sus habilidades están en desarrollo. Por esa razón, debemos ser muy prudentes y respetuosos en la forma en que les explicamos hechos o situaciones importantes.
Partiendo de esta premisa básica de respeto e igualdad puedo comentar que a un niño cualquier evento le causará curiosidad y sorpresa; el resto: la tristeza, alegría o miedo que pueda experimentar será marcado por el adulto al momento de comentarle el tema y por la manera en la que resuelve ese problema. El niño superará o no una situación/problema, siempre y cuando el adulto la supere o, por lo menos, esté claro en lo que está pasando.
Esto es así porque el niño percibe la emoción del adulto a través de su piel, no importa cuánto el adulto lo niegue, el niño lo percibirá sobre todo en los primeros cinco años. Por eso, es vital que el adulto reconozca sus propias emociones para explicárselas y ser un verdadero modelo afectivo.
Si el caso es que los papás no quieren que el niño sepa porque es muy pequeño, no entiende lo que pasa y han decido negarle las cosas, el adulto estará enviando varios mensaje no saludables para el pequeño a quien ama. Comparto unos ejemplos de lo que un niño puede pensar, sin decirlo, frente a diversas situaciones:
Un adulto llorando es cuestionado por un niño sobre la razón de su llanto. El adulto responde: “nada”. El mensaje que le llegue al niño podría ser: “el llanto no es importante o no vale la pena hablar”.
Un niño le pregunta a mamá luego de una discusión entre conyuges: “¿por qué papá está bravo?”. La señora responde: “no está bravo solo un poco preocupado”. El mensaje podría ser: “tú percepción está mal, estar preocupado es estar molesto”.
Un niño comenta: “mi abuela siempre me reta”. El adulto le contesta: “porque haces las cosas mal, si te portaras bien ella no diría nada”. El mensaje que envías es: “tú eres un problema o tú haces las cosas mal”. En este ejemplo es importante remarcar que en la frase “mi abuela siempre me reta” está hablando más allá del hecho, está diciendo cómo se siente él o ella con su abuela y es importante oírlos sobre sus emociones y responsabilizarlos sobre sus actos. Para esto hay que preguntar: “¿cómo así te retó?”, “¿qué pasó?”, “¿cómo te gustaría que te hablara?”. Además, se podría reflexionar si estuvo adecuada o no la llamada de atención.
Una vez recorrido el porqué o el cómo se deben decir las cosas a los chicos, me limito a concretar que con un niño podemos hablar de todo mientras:
Usemos un lenguaje claro, preciso y una actitud honesta, de acuerdo a su edad.
Seamos respetuosos en la manera en la que abordamos los temas, tratando al niño como un igual.
Mantengamos la claridad en nuestras emociones antes de abordar las emociones de ellos.
Considerando estas pocas sugerencias es probable que podamos abordar cualquier temática con nuestros niños. Ellos son seres brillantes esperando ser guiados y moderados por nosotros, sus héroes ejemplares.
Por Ma. del Carmen Rodrigo
Psicóloga Clínica
mariadelcarmenrodrigoh@gmail.com