¿Quién manda en casa? Es algo que definitivamente como padres debemos tener presente… ¿somos nosotros o son nuestros hijos?
Muchas veces nos hacemos esa pregunta, cuando vemos pequeños tiranos de menos de un metro diciendo lo que hay que hacer o lo que le apetece hacer e imponiendo su criterio a los adultos. Y, si no lo consiguen, montan una pataleta.
Hoy en día vivimos en una profunda crisis de autoridad, en la que todo son derechos y pocas obligaciones, en la que prima la libertad por miedo a traumatizar a unos niños o jóvenes que son las generaciones del futuro, las generaciones que nosotros y la sociedad estamos creando.
¿Entonces quién manda: los padres o los hijos?
Una pregunta con una respuesta tan obvia. Pero los padres nos damos cuenta de no es una respuesta tan sencilla y que en la mayoría de los hogares los que mandan son los hijos. Los padres no podemos ser amigos-colegas de nuestros hijos.
Esa “buena onda” de la que presumen algunos padres, a la hora de la verdad, les cuesta caro a ambos, porque los padres tenemos que ejercer de padres con autoridad y respeto, con mucho cuidado de no caer en el autoritarismo.
Los padres autoritarios ejercen su autoridad y les suele dar más o menos resultado mientras los hijos son pequeños, los hijos obedecen por miedo, no por respeto. Cuando son mayores, se dan cuenta, dejan de someterse y suelen revelarse contra ese padre autoritario.
Debemos cultivar la autoridad desde el mismo momento en que nuestro hijo nace. Cuanto más tarde empecemos a ejercerla, más difícil nos será, incluso llegando a ser imposible recuperarla.
La autoridad nace de un profundo respeto hacia nuestros hijos
Padre y madre formamos un equipo y juntos debemos compartir la autoridad. Ninguno de los dos debe quitarle nunca al otro dicha autoridad delante de los hijos. Eso es desprestigiar a nuestra pareja. Para ello la clave está en la comunicación, en hablarlo todo.
Si uno dice que no hay helado, el otro nunca puede levantar el castigo o dar un helado, porque, aparte de pasar a ser uno el bueno y otro el malo de la película, hemos conseguido que nuestro hijo piense: ‘tú no mandas, manda papá’, o viceversa.
Habrá momentos en los que nuestros hijos nos agarren desprevenidos e intenten sacar algo de uno de los dos sabiendo que el otro ha dicho que no. Ante la duda siempre responderemos: ‘lo tenemos que hablar papá y yo’, o ‘lo voy a pensar y luego te contesto’. Eso nos da margen para ponernos de acuerdo, siempre en privado.
Para ejercer bien la autoridad no vale con mandar en exceso o repetir cosas como ‘pórtate bien’, para ejercer la autoridad hay que tener unos objetivos claros, con unas instrucciones concretas (como comportarse en el médico, en el ascensor, etc.).
Tenemos que saber qué es lo que quiero que mis hijos cumplan, y lo más importante, saber por qué lo pedimos y por qué es bueno para ellos; dicho en otras palabras, tenemos que saber dar razones de esa autoridad. Por ejemplo: ‘cuando mamá dice que hay que irse a dormir, es porque, si no, mañana tendrás mucho sueño y te sentirás cansado’. Cómo lograr que duerman
Es la fuerza de la razón la que debe prevalecer, para ser padres con autoridad y no autoritarios.
Tan importante como exigir es saber felicitar con cariño cuando se consiguen logros, por muy pequeños que sean. A veces estamos tan pendientes de que hagan algo bien que no valoramos las otras cosas positivas que hacen.
Mucho cuidado con irse al extremo: la permisividad
Los padres permisivos poseen un carácter blando a quienes todo les parece mucho, todo les da pena, quieren sobreproteger tanto a sus hijos para que no les pase nada, no lloren, no sufran ni se disgusten, que en su querer hacer lo mejor posible, están haciendo lo peor por sus hijos: convertirlos en niños dependientes, inseguros, tristes, con poca autonomía y autoestima. Porque los niños, tanto como las personas mayores, necesitan saber que tienen límites, normas y objetivos.
Esforzarse los ayuda a madurar, a tener autonomía y una autoestima alta, al notar que son capaces de conseguir solos las cosas, eso es lo que les da felicidad.
¿Por qué fallamos en el ejercicio de nuestra autoridad como padres?
- Permitimos que no cumpla aquello que les pedimos.
- Perdonamos los castigos que ponemos, nos ablandamos.
- Les exigimos poco y les hacemos mucho.
- No les responsabilizamos de sus cosas ni de las tareas del hogar.
- No les exigimos en los estudios.
- Damos demasiadas órdenes.
- No conocemos bien a nuestros hijos.
¿Qué podemos hacer para ejercer una buena autoridad?
- Dar pocas órdenes, pero claras.
- Los padres se ponen de acuerdo en privado.
- Nunca se contradicen ni desautorizan.
- Damos las órdenes calmados y asegurándonos que nos han entendido.
- Utilizamos estrategias variadas y creativas.
- No repetimos las órdenes.
- Siempre tenemos una razón para la orden que estamos dando.
- Enseñamos con el ejemplo.
- No castigamos sin anticiparlo antes.
- Los castigos impuestos tienen un tiempo de duración razonable.
- Una vez indicado el castigo, nos mantendremos firmes.
- Reconocemos los logros y esfuerzos de nuestros hijos, por mínimos que sean.
Escrito por: Andrea Velasco, Psicóloga. Correo: andreavelasco.psicologa@gmail.com
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