Cuando en una relación empiezas a decir «ya no te reconozco» es una clara señal de que ha llegado el momento de la crisis.
Sucede dentro de una pareja, incluso después de muchos años de matrimonio; sucede entre amigos que siempre son libres de elegir caminos nuevos e impredecibles; también sucede cuando somos parte de un movimiento o grupo. El cambio es una realidad que acontece en nuestra vida, las cosas cambian con el tiempo y en cierto momento puede que nos cueste reconocer aquellos ideales que nos atrajeron en un principio. Crisis y cambio, ¿es hora de reanudar el viaje?
Por profunda que sea una relación, las personas que la integran cambian. No podemos pretender tratar al otro como un objeto inmutable. Nosotros mismos a veces ya no nos sentimos comprendidos, tenemos la percepción de que el otro está distante y ya no es capaz de comprender adecuadamente lo que estamos viviendo.
Este malentendido también radica en que, muy a menudo, para evitar un derroche de energía, aplicamos a los otros patrones ya conocidos: pretendemos conocer bien a las personas, predecimos sus comportamientos, les ponemos etiquetas que nos ayudan a no perder tiempo preguntándonos qué es lo que realmente pasa por su corazón.
¿Un Dios obvio?
A veces aplicamos también a Dios este mecanismo: lo damos por sentado, damos por sentado que ya lo conocemos, no esperamos nada nuevo en la relación con Él, no nos preguntamos sobre nada. No vemos los nuevos caminos que quizás Él nos esté sugiriendo. Repetimos la misma narración de Dios, como si fuera un libro que ya hubiéramos leído muchas veces.
Probablemente Jesús también percibió signos de crisis en su relación con la gente, tal vez tuvo la sensación de que su mensaje no era comprendido adecuadamente. Podemos decir, en otras palabras, que Jesús no se sentía comprendido. Por eso tiene el coraje de detenerse y comprobar lo que sucede.
A través de los discípulos conoce por primera vez la percepción que las personas tenían de Él. Las respuestas certifican este malentendido: la gente interpretaba a Jesús a la luz de viejos patrones. Conocieron a otros profetas, Juan Bautista o Elías, y Jesús no parecía tan diferente a ellos. Tiene algo de ambos. Recuerda experiencias pasadas, pero no hay nada nuevo en su mensaje.
La preocupación de Jesús tiene un rostro aún más dramático, porque teme no haber sido comprendido ni siquiera por quienes estaban más cerca de Él. Por eso no tiene miedo de hacer esa pregunta: «¿y quién dicen ustedes que soy yo?» (Mt 16, 15). Es la pregunta que el discípulo de cada tiempo no puede evitar: después de haber caminado juntos, después de muchos años…
¿Quién soy yo para ti? Quizás nos demos cuenta de que Jesús se ha convertido en una presencia en nuestras vidas que ya no nos habla, como esas Biblias abiertas que se exhiben en la entrada de las casas de las familias creyentes, pero que ya nadie lee. Jesús está allí, pero nadie le pregunta ni le escucha.
Reanudar el viaje
¿Quién es Jesús para mí en este momento de mi historia? La respuesta a esta pregunta nunca es fruto de la inteligencia, sino solo de la acción del Espíritu en nosotros: «ni sangre ni carne os lo ha revelado» (Mt 16, 17). El verdadero conocimiento de Jesús es un don del Espíritu.
Para conocer a Jesús debemos caminar junto a Él, hasta el final, recorriendo también el camino del Calvario y deteniéndonos bajo la cruz, acogiendo la alegría de la resurrección. Por eso, Jesús ordena a sus discípulos que no digan a nadie que Él es el Cristo, porque no se trata de recibir información, sino de tener una experiencia. Conocemos a una persona si aceptamos caminar juntos hasta el final, renunciando a visiones parciales o apresuradas.
Jesús nos enseña a nunca considerar al otro como un objeto inmóvil y predecible en nuestras vidas.
Escrito por: Luisa Restrepo, vía Aleteia.
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