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Las familias y las escuelas prosperan en apoyos comunitarios. Es ahí donde radica la importancia de relacionarnos con los demás.

Las familias aisladas son más frágiles y cumplen peor sus funciones. Las escuelas a las que los alumnos van a estudiar únicamente como si fueran unas piezas que entran en una fábrica, sin relación con las familias, ni con la comunidad no están cumpliendo plenamente su función socio-educativa: no educan ciudadanos sino individuos solo atentos a sus derechos y desentendidos de sus deberes.

Si las escuelas no proporcionan un clima acogedor y un proyecto visible están perdiendo parte de su papel.

En cambio, si las escuelas no solo instruyen y educan, sino que además también proporcionan encuentro y lazos para integrar a las familias y a los centros deportivos del barrio, y a la biblioteca municipal, y a la parroquia, entonces estas escuelas están cumpliendo con su papel humanizador.

 

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Conexiones y relacionarnos entre personas

Y la razón es muy sencilla: la condición humana necesita mucha relación personal presidida por metas altas para saberse viva, útil, reconocida.

Las familias que se insertan en redes de apoyo, que comparten iniciativas de barrio o municipales, que se reúnen para tomar decisiones, desde la comunidad de vecinos, por ejemplo, son más sólidas y gozan de mayor bienestar y salud si en esa tarea cuentan también con el apoyo de las escuelas.

Un ejemplo: las familias y las escuelas que comunitariamente se hacen eco de las campañas de prevención para la salud que proceden de los servicios médicos de atención primaria vecinales están defendiendo sus intereses en muchos planos: no solo el de la salud. Están creando salud comunitaria. Si un municipio y un barrio se organizan para cuidar, es un ejemplo entre otros, a sus mayores humanamente (cuidándolos, visitándolos) es que los lazos entre todos sus habitantes se están estrechando.

 

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Conceptos que estudian estas conexiones personales y comunitarias

Existe un concepto muy fácil de entender que, entre otros fines, es capaz de medir el grado de integración del cual goza un barrio o un municipio: es el sentido de pertenencia a la comunidad. Cuando se les pregunta a los habitantes (de un espectro amplio de edades) cómo perciben su pertenencia a la comunidad, cómo evalúan su conexión con la comunidad se generan unos datos que en positivo o negativo hablan de salud, de éxito escolar, de bien estar subjetivo, de sentido de la vida.

Y las mediciones son cuantitativas y permiten conocer la salud social de un, por ejemplo, municipio pequeño. Imaginemos un barrio en el que corre la droga y la violencia de bandas juveniles y además el paro se ensaña con sus habitantes, ahí, dentro de ese grupo social, cae el sentido de pertenencia a la comunidad.

Si los comercios cuentan con pocos productos para una dieta sana y además la contaminación acústica y química marca el ritmo de la vida: el sentido de pertenencia, de conexión y de interrelación solidaria entre los vecinos cae en picado.

Y entonces predomina el miedo, la desconfianza, el aislamiento y este clima se refleja también en la ruptura familiar. Y si además la escuela de ese barrio padece indisciplina, un gran absentismo y abandono escolar entonces el círculo de la pobreza se perpetua pues no hay quien tome el ascensor social. Está estudiado y comprobado que para solucionar los problemas de muchos barrios la inversión que se debe realizar es incidir en el crecimiento de lo que se denomina capital social que es lo mismo que decir capital comunitario.

¿Cómo relacionamos estos dos conceptos?

El sentido de pertenencia a la comunidad se mueve a nivel psicológico (micro), en el plano de las actitudes, las creencias, las percepciones. El capital social, recuérdese que es lo mismo que hablar de capital comunitario, se mueve en el plano macro, en la visión de conjunto de un municipio, un barrio, incluso una pequeña región.

 

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Iniciativas para mejorar el capital comunitario

¿Qué hay que hacer para que aumente el capital social-comunitario de un municipio, barrio, región? ¿Qué se debe hacer para que cada uno de sus miembros, sus habitantes, sus vecinos sientan que viven cómodos, tranquilos, organizados y solidarios?

Pues la respuesta es clara: crear lazos, redes, asociaciones (registradas o no), reunir a la gente del barrio y proponer objetivos. Hacer crecer aquello que se denomina sociedad civil, vida asociativa informal o formal. Sencillamente dar cabida a las iniciativas y la colaboración que unen a sus actores en proyectos altruistas e integradores. O simplemente reacreativo-culturales.

Y ahí se debe empezar por lograr que la escuela conecte con las familias, las convoque, las informe, las haga participar en su vida diaria. Y que la familia entre en una dinámica escolar llena de confianza (no tanto de quejas y reticencias). Que entre en las tutorías, en las reuniones grupales, consciente de que invertir familiarmente tiempo en la escuela es invertir en los hijos.

Y está demostrado que esta colaboración escuela, familia, comunidad es una dinámica que redunda en un tejido asociativo que se expande y que se convierte en éxito escolar, bienestar y salud.

 

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Escuela, familias, parroquia: comunidad viva

Cuando se habla de esta vida asociativa las ciencias sociales no insisten tanto en el papel de la parroquia (u organizaciones religiosas cohesionadas por la fe).

Si junto a las ideas y proyectos más arriba consignados una parroquia se relaciona activamente con la escuela y las familias en catequesis para matrimonios, bautismo, primera comunión, etc., es que andamos ante una iglesia local viva. Entonces cuando una parroquia logra poner en marcha, a su alrededor, iniciativas también asociativas, culturales (una coral) y recreativas (por ejemplo, colonias de verano) es que se está convirtiendo en un imán.

Uno de los mejores ejemplos, que también pueden partir del ayuntamiento, o de la escuela, son las iniciativas de voluntariado. El voluntariado es un catalizador que irradia vida comunitaria. Un voluntariado transversal que integra a la escuela para convertirse en aprendizaje servicio. Un voluntariado que cuando colabora con y desde las familias es educación de los hijos. También un voluntariado que cuando se empuja desde la parroquia es sencillamente solidaridad y caridad.

Las comunidades que cuentan con un capital social-comunitario alto, que generan sentido de pertenencia al barrio, destacan por sus redes de confianza, de reciprocidad. Las comunidades –multicéntricas o concéntricas donde destacan las familias, la escuela, el ayuntamiento- han de contar también con las parroquias pues así amplían los vectores de sentido comunitario. Y este sentido de pertenencia a la comunidad resuelve asuntos graves de insolidaridad.

Un ejemplo aplastante: es capaz de menguar la soledad: en todas las edades. Recordemos que la soledad persistente erosiona la salud. Y estas dinámicas comunitarias (que a menudo son informales y no escritas) se acaban convirtiendo en redes de relación muy fuertes y cohesivas.

 

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Escrito por: Ignasi de Bofarull, vía Aleteia.

 

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