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El ser padres de un hijo sacerdote, es el relato que hoy les compartimos y que de seguro les dejará importantes enseñanzas.

Inicio con la conclusión: NO HAY MAYOR FELICIDAD en esta tierra que la certeza de saber que un hijo tiene asegurada en esta vida la felicidad y la vida eterna en el cielo… ¡si es el sacerdote fiel que está llamado a ser!

Para nosotros como padres es saber que todo lo vivido y sufrido valió la pena, que nuestras oraciones fueron escuchadas y hemos tenido vida para ver las promesas de Dios cumplidas desde ya y en esta tierra. También hay una inmerecida sensación de orgullo, casi de asombro y perplejidad, porque no hay nada que uno pueda hacer para merecer tan grande honor, tener un hijo escogido de Dios para servirlo exclusivamente y para siempre como Sacerdote…, ya se ve que “Dios escribe recto en renglones torcidos” y es capaz de “hacer caligrafía con la pata de una mesa”.

 

 

Como cristianos hemos tratado de decirle siempre que “SÍ” al Señor, en todo, pero en el caso de Juan Diego fue más difícil que de ordinario puesto que el Buen Dios nos lo pidió  por intermedio de su formador, el P. Alfonso Avilés SJS-, a muy temprana edad, tenía 13 años, y dejarlo marchar a Europa tan chiquito implicaba una tremenda decisión y responsabilidad, después de mucho rezar y consultar dimos nuestro si, teníamos el “corazón encogido”, pero lo aceptamos como cuando Dios pidió el sacrificio de su hijo único a Abraham, pero a nosotros nos quedaban 7 más en casa…, algunos de nuestros cercanos no lo entendieron, incluso nos hicieron evidentes sus cuestionamientos y reparos, lo cual supuso una carga adicional a la dura decisión.

En sus visitas y sus llamadas eventuales íbamos viendo su crecimiento, muchas letras nos enviábamos mutuamente para animarlo a ser muy obediente a sus formadores pero con criterio producto de rezar mucho y estudiar el doble, así fueron nuestros intercambios hasta que llegó el momento de su Ordenación, no me canso de decir que es una gracia inmerecida y ese sentir es de todos en la familia.

 

 

Un hijo que ama a Dios

Hoy por hoy es el consejero que escucha, aconseja y confiesa a sus hermanos, todos mayores, él es un mucho mejor faro y referente que los padres para sus hermanos, siento que ya podemos partir sin dejar en el desamparo a los hijos que se quedan en este mundo, tendrán siempre a su hermano, el más “chiquito”, con ellos para enfrentar los momentos duros y felices en sus vidas y familias… ¡que paz!

El día de su ordenación, en los agradecimientos, nombró expresamente a todos pero como padres nos vimos ocultos en la mejor frase que un hijo pueda decir de unos padres cristianos: “en la Iglesia Doméstica donde crecí en mis primeros años no se me hizo nada extraño decir si a mi vocación… me fue muy normal”, hermoso… tuvimos la sensación de misión cumplida: “es menester que uno mengüe para que el otro crezca”, “lo nuestro es hacer y desaparecer, permanecer ocultos”, “D.O.G. Deus Omnia Gloria, a Dios toda la Gloria”, “no a nosotros Señor no a nosotros sino a tu Nombre toda la Gloria”.

Muchas personas al ver las fotos y contemplar las escenas de los momentos de la Ordenación nos felicitaban y preguntaban que “qué habíamos hecho para tener una vocación en la familia o tan linda familia”, “nadie sabe el mal de la olla sino solo la cuchara”, decía mi mamá, las primeras expresiones que se me venían a la cabeza además de aceptar y rezar eran: “nada”, “estorbar” y -sinceramente- otras parecidas, pero reflexionando en profundidad creo que una familia “pare con dolores de parto” una vocación sacerdotal.

Recuerdo que cuando los chicos entraron a la adolescencia les dije que “el Malo buscaría mil y un formas para evitar que seamos una familia como Dios quiere” y así fue, no se nos ahorró ni maldades, ni enfermedades, ni dificultades… muchos dolores, algunos inenarrables, nuestros más cercanos conocen unos cuántos pero no los más duros, sin embargo de los golpes y tormentas la barca de la Iglesia Doméstica y sus ocupantes seguimos en pie por la Gracia y el Favir de Dios pero también de nuestro curita que rezaba por nosotros desde el otro lado del mundo, haciendo real eso de la Comunión de lis Santos.

Una anécdota al respecto fue cuando len una de las enfermedades de la madre pedí a lis hijos que se despidieran de la madre porque no creíamos que sobreviviría, él pidió al salir de la comunidad de la SJS dónde estaba firmándose en España que su mamá pudiera recuperarse al menos lo suficiente para poder disfrutar un poco el uno del otro y en menos de 12 horas de ese encuentro madre-hijo en el lecho del dolor fue dada de alta, literalmente una gracia concedida al “milagrerito”, apodo que le pusieron sus compañeros y formadores al regresar a su comunidad de vida y formación, fue una gracia lograda por la oración de tantos y de ese hijo en formación, por eso “no hay que tener miedo” de nada, solo hay que decir sí… ECCE EGO QUAI VOCASTI ME… aquí estoy -Señor- porque me has llamado.

 

 

Escrito por: Carlos Alberto Borja y Luisiana Salcedo de Borja.

 

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