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No hay otra manera de salir de la actual crisis mundial que buscando a Dios, y para ello ¡tenemos que rezar mucho… mucho!

Mencioné el otro día que, para llegar a este momento, he sido preparada y lo compruebo día a día en medio de sentimientos encontrados porque, aquellas pruebas del pasado, si bien me han capacitado para el día de hoy, no me hicieron invulnerable al dolor y sufrimiento humano que estamos viviendo en el mundo entero y en nuestro país, todavía en pequeña escala y, solo debido a que las autoridades han sido más eficientes y efectivas de lo esperado.

No sabemos cómo será todo en las próximas semanas pero supongo que no será muy diferente a cómo ha venido siendo en otras partes del mundo. La incertidumbre es infinita y, de temer, tanta necesidad que se viene acumulando la que, no sabemos hasta dónde podrá llegar ni si, con nuestras solas fuerzas, podremos darle satisfacción.

No, no, no soy ningún santo, estoy llena de imperfecciones (pido a Dios perdón a diario por mis pecados) pero, aunque pecadora, no me cabe duda de que Cristo está vivo entre nosotros hoy, más que nunca.

 

 

Confesión

Les confieso una cosa relacionada con ésto y es que, me pasó algo raro durante la semana santa y fue que tuve un desgano enorme por rezar el rosario. Como poco tiempo antes había leído que mejor no mortificarse con eso, no lo hice y por lo mismo, platiqué con mi Señora haciéndole ver (como si no lo supiera, jaja) cómo venía siendo la cosa dentro de mí.

La cosa es que ayer me dije: – “Ni un día más sin sacar el rato para el rosario!”.

Y saben ¿por qué lo hice? Porque tenía ya dos días de haberme ofrecido a ayudar a la Comisión Nacional de Emergencias de mi distrito a levantar una lista, vía redes sociales, de las personas con mayores necesidades.

Anuncié la iniciativa en mi grupito de Facebook y me llovieron solicitudes, al punto que quedé abrumada ya que, no veía cómo, sin doblar rodillas y sin dedicarle tiempo a mi Señor, a nuestra Madre y a san José, iba yo sola, a poder hacer la mínima cosa por ellos.

 

 

El Rosario

Viéndome tan inútil ante tanta necesidad muy real y verdadera tuve que recurrir a la fuente de mi alegría, fortaleza y consuelo: mi rosario; que es, en último término, el regazo de mi Señora desde el que le agradezco y suplico por las gracias que necesitamos y la comida que nos hace falta. Fue bello ayer en la tarde, ¡exultaba de gozo!

Fíjense que iba por el tercer misterio cuando, en eso, sonó el teléfono (por lo general lo pongo en silencio pero ayer lo olvidé). Era una de “mis pobres” que con gran alegría llamaba para anunciar que habían llegado unos señores de parte mía con montones de alimentos. Me envió la foto, y ¡era cierto!. Un bulto enorme de pura comida. Ninguna de las dos lo esperaba ya que yo, lo único que hice fue llamar a unas personas por teléfono. Ellas se encargaron del resto.

No solo a “mi pobre” sino a otras tres familias del mismo barrio les llegaron con alimentos.
Han visto la maravilla?

“Ay! Que alegría me diste! ¡Señor de los cielos, Señor de este gran universo!
Has resucitado y no tengo duda de eso!”

Así cantaba yo ayer por toda la casa en una tarde gloriosa llena de sol.

Siendo así que el rosario me lleva al regazo de la Madre y de ahí a exultar de gozo, no me queda más que decir que, nunca jamás en mi vida pensé estar viendo tanto milagro.

Tenemos que rezar mucho, mucho. Se los digo igual que se lo digo a esas pobres personas, tan necesitadas como podríamos estar nosotros, sin apenas darnos cuenta.

 

 

Escrito por: Maricruz Tasies, vía InfoCatólica.

 

 

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