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El pesimismo, el desamor y la pérdida de valores en la sociedad están siendo cómplices en la batalla entre el bien y el mal.

Se vende el corazón por la comodidad y la voluntad por el libertinaje, supuestamente para vivir como reyes y conseguir a toda costa la felicidad. Pero cuan equivocados estamos pues al final de todas las decisiones desacertadas siempre surgirán las lamentaciones.

Si nos adentramos en la familia, la cual es la base y pilar de la formación de las personas, me surgen preguntas como: ¿quiénes son los directamente responsables de los hijos, de educarlos, orientarlos, corregirlos, conocerlos y motivarlos?

La respuesta obvia y correcta sería papá y mamá. Pero debido al agitado horario de las personas y de las prioridades que se tienen, para suplir esta misión indelegable, se acude a la nana, quien cumple con dicho acompañamiento en ausencia de los progenitores por motivos laborales o sociales.

Hoy en día es muy común observar familias que son acompañadas por la nana o en algunas partes conocida también como niñera (y con ello no tengo nada en contra de su apreciada labor) quien suple a la mamá (en la mayoría de los casos) mientras está laborando o está cumpliendo con eventos sociales.

Los hijos no son una carga

La anterior situación se convierte en ocasión de reflexión cuando la niñera conoce al niño o niña, en muchas ocasiones más que su propia mamá. Hay nanas tan especiales que llegan a querer mucho a los niños que cuidan y por ello debemos ser agradecidos. Y con frecuencia el niño prefiere estar más tiempo con la nana que con su verdadera mamá.

Lo que me orienta a esta revisión es que no está bien delegar las responsabilidades de los padres en una persona diferente a ellos mismos. Es verdad que luego de laborar, llegamos a casa cansados pero descansar significa cambiar de actividad y, ¿qué es más agradable que gozar de la compañía de los hijos?

La presencia de los padres siempre es necesaria

Es triste ver a tantos niños abandonados por sus padres dentro de la misma familia, con escasez de cariño y atención pero con abundancia en cosas materiales, cuando lo verdaderamente esencial, lo que marca el camino y lo que se recuerda con nostalgia, con el paso de los años, son los abrazos, los besos, las palabras motivadoras, los momentos compartidos. No se recuerdan cuántos juguetes papá y mamá compraron, sino cuánto tiempo lleno de amor se compartieron.

Muchas veces cala más un abrazo amoroso que un automóvil último modelo. ¿Por qué nos esforzamos tanto en el tener y poco en el ser? Algo muy común también en la actualidad es la tendencia a evitar el esfuerzo, el sacrificio, el dolor, el sufrimiento. Siempre buscamos el estar bien olvidando que a veces el sacrificio es lo que más nos ayuda a valorar lo alcanzado.

Qué bueno sería preocuparnos más por nuestros seres queridos y en especial, por los hijos. Ellos serán siempre los primeros en agradecer lo que hagamos por su formación porque dicho proceso bien acompañado, será recogido en frutos abundantes de valores que orientarán acertadamente su camino.

Lo ideal de todo el proceso de acompañamiento de los hijos es poder compartir con ellos todo el tiempo posible con el que se cuenta. Debemos aprender a priorizar y más aún cuando somos padres. Si desatendemos las redes sociales por largas horas, no será tan riesgoso como el dejar de lado el ser papá o mamá.

Tantos vacíos emocionales hoy en día en las personas son directamente proporcionales a la indiferencia de los padres, son consecuencia de decisiones inadecuadas, de la falta de atención y de la poca expresión del amor. Todo será mejor cuando se tome conciencia de la realidad y se busque el rumbo hacia la recuperación de la familia cuya misión es indelegable y es fundamental para la formación integral de la persona.

Vía LaFamilia.Info

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