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“Como ningún candidato es 100% cristiano, mejor no voto.” “Ese candidato es decente, pero no tiene chance.” O más claro: “¡No sé por quién votar!” Esto y mucho más escucho en cada elección.

Lo dicen cristianos que se sienten paralizados al decidir por quién votar y a la vez ser coherentes con su fe. La decisión se vuelve más confusa en este 2025, con 16 candidatos cuyos planes de gobierno no siempre coinciden con sus discursos y cuyos discursos no siempre coinciden con sus acciones (o las de su equipo).

¿Entonces qué hacer? ¿Votar nulo o en blanco? ¿No votar y quedarse viendo una serie o un partido de fútbol? No puedo negar que disfruto la creatividad que despliegan algunos para anular papeletas, pero aquí está en juego algo mucho mayor: el bien común de todo el Ecuador. Por tanto, aunque respeto el derecho de cada uno a votar o no, lo ideal es que tomemos una decisión… aunque no sea siempre lo más fácil.

Para ayudar en esa tarea, permítanme compartir ciertas ideas.

Empecemos por el principio: no existen los candidatos perfectos. Eso es cuestión de sentido común, pero, para los cristianos, también es cuestión de fe: nosotros creemos que solo Dios es perfecto. Y como ningún candidato es dios, entonces ningún candidato es perfecto. Obvio, ¿no? Por tanto, no deberíamos esperar de ningún candidato—ni siquiera de nuestro “favorito”—una perfección inhumana.

Ahora, si nadie es perfecto, solo queda buscar el candidato que respete con mayor coherencia posible la mayor cantidad de principios esenciales de la fe cristiana. Sin ánimo de agotar el tema, aquí cito algunos:

  1. Respetar la vida y la dignidad humana. El principio básico de toda la doctrina social de la fe cristiana es la dignidad humana: cada ser humano, por el solo hecho de existir, no importa su edad, raza, capacidad, moral, etc., tiene una dignidad absoluta. Por tanto, defender la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, es innegociable.
  2. Respetar la libertad. El Papa Juan Pablo II libró una cruzada cultural contra el comunismo, porque negaba la libertad humana. El marxismo, en su versión radical, es anticristiano, porque niega la posibilidad de cada persona para decidir su destino, promueve un Estado asfixiante y reduce todo a un materialismo incompatible con la vida espiritual—si bien el materialismo no necesariamente es solo de izquierda.
  3. Promover la justicia. Lo primero que dijo San Juan Bautista cuando le preguntaron qué hacer ante la venida del Reino de los Cielos, fue: “el que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene” (Lc 3,11) Como hace poco recordaba el Papa Francisco, la asistencia social de hoy es herencia de la cultura cristiana y deriva de la dignidad humana (Dilexit Nos, 169). Y la justicia no es solo una virtud individual, sino una cualidad estructural en la sociedad, que debe acoger a los descartados y alejarse de tratar a las personas como mercancías. Un candidato a quien no le importe la pobreza o la desnutrición infantil es tan anticristiano como un marxista radical.
  4. Defender la familia. La familia es el núcleo esencial de la sociedad y el Estado no debe meterse en lo que compete a cada familia, incluyendo decidir sobre la educación de los hijos. Esto, por influencia de la civilización cristiana, no solo es principio religioso, sino que está recogido en el artículo 16 de la Declaración Universal sobre Derechos Humanos, aunque a algunos de sus defensores a veces se les olvide…

“Gracias”, alguno me replicará, “pero ahora sí: ¿por quién voto?” Lo siento, no voy a decirte por quién votar. No te daré una fórmula mágica que no existe. Pero sí te ofrezco criterios para discernir una realidad que siempre es compleja y requiere ejercer la virtud de la prudencia, que es el arte de lo elegir lo mejor posible en el caso concreto:

  1. Hay líneas rojas que no deben cruzarse. No podría votar por alguien que promueva, por ejemplo, la eliminación de cierto grupo de personas, como Hitler con los judíos en Alemania o como algunos con los no nacidos al promover el aborto.
  2. Los principios son fundamentales, pero los caminos técnicos—dentro de lo éticamente permisible—son discutibles. Por ejemplo: todos los cristianos deberíamos querer superar la pobreza en un país, pero podemos discrepar sobre cómo lograrlo. Alguien de izquierda podrá decir que se debe subir impuestos para mejorar la atención social y alguien de derecha, que se debe bajar impuestos para mejorar el empleo. Ambas posturas ya entran en el campo de la discusión ideológica más allá de la fe.
  3. Elegir el mal menor no es malo. A veces es lo único que queda. Si lo vemos más profundamente, los cristianos creemos que, como decía Jesús, “solo Dios es bueno” (Lc 18,19). De algún modo, entonces, siempre terminamos eligiendo un mal menor, porque Bueno, de verdad, ¡solo Dios!
  4. Por supuesto, todos estos criterios tienen excepciones en casos extremos. A veces no habrá “mal menor”, si un candidato promueve el aborto libre y otro el exterminio de los pobres, o si los “caminos técnicos” violan radicalmente principios fundamentales.

Para terminar, de nada sirven estos consejos si se quedan en el papel—o más probablemente, en una pantalla. Cuando se juega el destino de una nación, los cristianos, que hemos sido llamados a ser “luz del mundo”, no podemos escondernos en un cajón. Aunque la elección solo mejore en algo la vida de una persona, tenemos la responsabilidad de sumar nuestra voluntad. Por tanto, para que esta lectura haya valido la pena, es hora de poner estos criterios en práctica, ejercer la prudencia, decidir a conciencia, ¡y salir a votar!

Por Héctor Yépez

Director de la Academia de Líderes Católicos

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